Torni Segarra

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Es porque vivimos de una manera sofisticada, tan falsa e irreflexiva, que nuestras existencias han llegado a convertirse en algo tremendamente complicado, en algo pesado y carente de todo sentido. Nuestra ambición y codicia nos hacen mentir, nos hacen ser irrespetuosos, nos hacen vulgares y desordenados, provocando el surgimiento de la autoridad, que a su vez provocará más desorden. La autoridad es un fragmento que se erige en controlador del todo, de la totalidad o el absoluto. Pero, ¿puede la parte abarcarlo todo? En otras palabras, ¿ese fragmento que se ha dividido de la totalidad, del todo, puede de alguna manera poner orden? Por eso el mundo vive en un estado de caos continuado: alguien se erige en la autoridad fragmentándose del resto, y a su vez, provoca otra autoridad que es también fragmentada que intentará en vano poner orden; y así es como se suceden interminablemente el desorden, la autoridad y el caos.
Nuestro actuar es una mera reacción, un impulso irreflexivo, ante el reto que nos apremia, que nos brida la existencia. Nuestras vidas son tan pobres, somos tan poca cosa, que nos parecemos a los insensibles robots, a las frías máquinas. Nos dedicamos a trabajar largas jornadas de trabajo extenuante; vamos en busca de placer, para eso nos dedicamos al sexo y a la persecución del dinero; luego hacemos los hijos, que nos llenan de responsabilidades; y finalmente envejecemos y esperamos la muerte. Con esta absurda manera de vivir perdemos el sentimiento de felicidad y de belleza que todo lo abarca. Perdemos el poder vibrar bajo un árbol florido; perdemos la pasión y la energía que nos da, la visión de un suave y vulnerable niño que se encuentra en un aprieto y necesita de alguien que le dé una mano, que le demuestre que la vida no es solamente temor.
La reacción ante cualquier reto tiene que traernos más desdicha, más calamidades, más tristezas. La reacción hará surgir todo lo que tenemos almacenado en nuestras mentes, todo el condicionamiento fuertemente acumulado a través de milenios tras milenios. Todo lo que somos, todo lo que hacemos, es porque en cierto modo nos gusta, porque lo aceptamos, porque lo vemos, lo tenemos dentro de nosotros. ¿Qué es lo que somos? ¿Cuál es el resultado de nuestra manera de relacionarnos? Somos egoístas, queremos ser los mejores, creemos que nuestra teoría es la correcta, queremos que todos se sometan, queremos vivir en la abundancia y el despilfarro sin que nadie nos moleste, y para ello, toleramos la violencia, toleramos la proliferación de toda clase de armas destructivas, toleramos el asesinato en masa, toleramos a los tiranos y sus maneras; toleramos que este encantador y maravilloso planeta, con sus incalculables sistemas de reproducción de vida, esté en peligro de desaparecer por la capacidad destructiva de las armas nucleares, que cualquier desequilibrado podría activar.
Es decir, ¿cuándo surge el reto, podemos abrir una brecha entre ese reto y la acción inmediata, para ver en un instante todo el condicionamiento, de la mente que se pone en marcha, y descartarlo en ese preciso instante, para dar paso a una respuesta que nada tenga que ver con el pasado que es nuestro condicionamiento, nuestro miedo y nuestro egoísmo? Tener una mente que sea capaz de este actuar con su discernimiento, es tener una mente que está en meditación; que vive continuamente en la lucidez que la meditación le da. Aquietar la mente por medio de un método, de un sistema de repetición de palabras, por la concentración en algo, es hacerla torpe, es cerrarle la puerta a la meditación.
Mientras estemos divididos y fragmentados en lo interno, la violencia y las guerras se sucederán. Hay quienes piensan que las guerras son para solucionar los problemas que surgen entre los hombres, esto es falso y nos lleva a la locura de la destrucción humana. ¿Qué es lo que han hecho las miles y miles de guerras que se han sucedido sin parar, para que los hombres se desprendan de sus problemas? Tenemos los mismos problemas que hace veinte mil años, hemos surcado lo aires, hemos visto lo que parecía imposible por medio de lentes ópticas, pero moralmente somos exactamente iguales: seguimos destrozándonos, seguimos destruyéndonos, seguimos solucionando los problemas por medio de las carnicerías de las guerras.
¿Sabe lo qué es una guerra con toda su destrucción? Si tiene la desgracia de poder seguir una de cerca, verá a que extremos de locura es capaz de llegar el hombre; no huya, mírela hasta que sea tan atroz y repugnante, hasta que su impotencia por detenerla, le haga florecer la percepción de que la división y la violencia son la causa de todos los males que nos están destruyendo. Los dirigentes, los líderes, los maestros, los salvadores y los gurús, podrán argumentar, podrán divagar, podrán ir de un lugar a otro para influenciar y convencer de que la guerra es inevitable, de que ella pondrá fin a cuantos problemas surjan en la vida de relación entre las personas, entre las naciones, entre culturas y razas, pero todo esto es falso, demuestra que todavía vivimos en la ilusión e ignorancia. Demuestra que somos crueles e insensibles, que no sentimos nada por los indefensos y vulnerables niños que son los primeros en sufrir las consecuencias de los enfrentamientos entre los hombres.
¿Se puede hacer algo verdadero estando divididos unos de otros, teniendo fronteras que nos separan, estando preparándonos para entrar en combate, lanzando toneladas de bombas por las calles y donde crean conveniente, por todas partes? ¿Se puede hacer algo verdadero, si rechazamos al forastero, al que llega de lejos, cuando por nuestra manera de vivir nos hacemos racistas? Seguramente con tal manera de actuar, no podemos encarar la existencia para que florezca algo que no tenga nada que ver con la desdicha y la amargura, que siempre nos acompañan. Si descartamos toda la vieja y repetitiva manera de afrontar los problemas, si nos damos cuenta que es preciso afrontar la vida diaria con una mente que vea lo ineludible de un cambio radical, en lo más profundo de nuestro ser, para sentirnos frescos, ágiles y compasivos; entonces tendremos la sensibilidad para poder escuchar los diferentes tonos de voz, lo que nos transmiten, al ser acompañados por el ritmo musical, percibiremos todo el conjunto formando una unidad, y cada parte del conjunto vibrando con su instrumento; veremos que cada uno es él solo, y todos a la vez, veremos que la música entra dentro de nosotros y que no hay ninguna división entre el que ejecuta la música y el que la escucha.
La sencillez es pasear sin ninguna prisa, teniendo todo el tiempo necesario para poder observar todo lo que nos rodea, para poder oír el trinar de los pájaros, para poder escuchar al hombre necesitado de calor humano; para sentir todo lo bello que es un rostro cualquiera, fino y suave o con arrugas entrado en años, que brillan con la luz que el sol les da.