Torni Segarra

Seleccionar página
Cuando antes nos percatemos de todo lo que es falso, más pronto también tendremos la energía suficiente para rechazarlo. No podremos encararnos con los problemas que nos acucian para solucionarlos, si no tenemos la fortuna de estar dentro de esa infinita energía que en todo se manifiesta por ella misma. Esa energía que hace mover el sol y la tierra, que está tanto en los animales y los hombres, como en las piedras y los metales, es la que necesitamos en abundancia. ¿Qué es lo falso? ¿Cómo podemos saber que algo no es verdadero? ¿Hay algún método o alguna práctica que nos ayude a desenmascarar lo que es falso? ¿Qué cualidad debe tener la mente para ser capaz de discernir y deshacernos de todo lo que nos empequeñece?
Lo que más nos iguala a los hombres es el dolor que todos soportamos, no queremos que nos afecte, pero estamos tan deteriorados que no acertamos la manera en que desaparezca definitivamente de nuestras existencias. El dolor y la existencia son una misma cosa, hasta que uno llega a descubrir que lo falso es el desencadenante de todos los males que padecemos. Lo falso es la ilusión de lo que me gustaría que fuese; es el deseo que no cesa por querer cambiar el funcionamiento total de la vida; es el deseo que pretende -vana y torpemente- cambiar la realidad que no satisface por otra más halagüeña. ¿Qué es nuestro egoísmo, sino un intento tras de otro para que la realidad que tanto nos fastidia cambiarla a nuestro antojo?
El egoísmo es ilusión, es lo falso. Pretender hacer lo que a uno le dé la gana, es el principio de todos nuestros sufrimientos. Pensamos que con un grado más de egoísmo nos desharemos de todo lo que nos molesta. Por eso, nos hemos convertido en astutos y refinados comerciantes de la muerte. Tenemos una apariencia activa y desenvuelta que todo lo arrolla, dominamos ciertas técnicas, tenemos museos llenas de obras donde vamos a auto-satisfacernos, podemos ir a escuelas y a los libros para desarrollar cualquier cosa que nos interese. Tenemos toda clase de información que nos proporcionan los ordenadores, pero el problema de nuestra existencia todavía no lo hemos resuelto. Siempre vivimos del pasado; y el pasado está muerto, ha desaparecido. Y nosotros queremos apoyarnos en lo que está fuera del presente, del ahora, de lo que es atemporal. Hemos inventado el tiempo para consolarnos, para resistirnos al final; cuando al introducir el factor tiempo es cuando involucramos el principio y el fin. Si no hay tiempo, no hay ni pasado ni presente ni futuro, ni tampoco principio ni fin; solamente hay una continuidad transformándose y renovándose, que es la totalidad del universo.
Hemos dicho que la ilusión es lo falso; que ésta domina toda nuestra manera de vivir, que nos tiene atrapados como a los niños sus juegos, que mientras no nos desprendamos de ella no podremos solucionar los problemas que nos hacen que nos destruyamos unos a otros. Porque, ¿qué es nuestra cotidiana manera de vivir? No somos felices y por tanto hacemos las cosas sin ningún respeto hacia ellas, y por eso no nos salen bien, y nos sentimos culpables o creemos que la culpa es del ambiente. Para hacer algo como es debido hemos de tener paz interior, hemos de estar unidos con lo que tenemos entre manos. Esto solamente es posible teniendo una mente sana, lúcida, cuerda, que sea capaz de destruir en un único instante todo lo que la fragmenta y divide, todo lo que se antepone entre lo que hacemos y nosotros.
Una de las consecuencias de la ilusión -la más grave y detestable- es la carnicería de la guerra. No creamos que nosotros no participamos en ésta carnicería, porque se desarrolla lejos de donde vivimos, en un lugar que está en el mapa y nos dan noticias sobre ella. Mientras permanezcamos divididos en lo interno, y por tanto también en lo externo, seremos responsables de todas las atrocidades, los asesinatos en masa, la destrucción de todo lo que nos ayuda a vivir. Hemos hecho posible que podamos ver los virus, las células, las bacterias, nos dirigimos hacia Marte, pero la guerra todavía es nuestra, está dentro de nosotros, está en nuestra sangre y en la que ha derramado el hombre muerto en el campo de batalla. La guerra siempre se puede evitar. Hay infinitos motivos para hacerla o no hacerla; el que la hace vive en la ilusión, en lo falso; sus argumentos serán inacabables, el resultado siempre el mismo: dolor, destrucción, sufrimiento, los problemas y los conflictos sin ser resueltos y prontos a volver a desencadenar más locura y desesperación.
La mente que falsea la realidad de lo que es, la verdad de las cosas y toda la vida, es lo que hemos de transformar radicalmente, puesto que ella es la que dirige todos nuestros actos, la que nos sostiene nuestras existencias, ella es nuestra vida en sí. ¿De qué manera transformaremos ese único instrumento que tenemos que es la mente? No esperemos que nos lo diga alguien, hemos de investigar muy profundamente, hemos de tener gran cantidad de pasión por resolver este acuciante problema, de lo contrario seguiremos destrozándonos. Hemos de ver en este mismo instante lo que implica el dolor, lo que lo provoca, la fealdad que lleva consigo; hemos de sentir también lo que es la belleza, el orden que lleva consigo, la paz que va unida a ella. Hemos de ver en un único instante todo esto, todo lo relacionadas que están todas las cosas, dónde se sustenta la mente que falsea la verdad de la vida; hemos de ver su invento que es el pensamiento, hemos de ver también lo que implica el tiempo que es su resultado.
Si somos capaces de ver todo este conglomerado y darle su verdadero significado, con la misma sencillez que resolvemos el problema cuando tenemos hambre, entonces seremos afortunados y habremos visto qué es lo falso, qué es la ilusión, y la trama que les da fundamento. Entonces ya no tendremos problemas que nos perturben, puesto que viviremos con ellos sin que nos molesten, sin ser algo diferente de ellos. Seremos un todo indivisible y armónico, donde lo que observemos es lo mismo que nosotros. De esta manera, uno es incapaz de hacer daño voluntariamente a alguien o a algo, ya que se lo haría a sí mismo. Ver es actuar. Y si hemos visto de vedad, la acción será correcta y ordenada, inundándolo todo de gozo y belleza.