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El sexo
Cuanto más insatisfechos estamos con lo que tenemos entre manos más necesitamos de algo que suavice esa insatisfacción. En ese momento recurrimos a lo que sea, con tal de alejarnos de eso que nos hace sentirnos empequeñecidos y feos. Cada cual tiene una manera de poner remedio a ese estado de precariedad, de fragmentación, a ese estado carente de algo que es imprescindible para poder vivir sin que nos sintamos aplastados. Los remedios que usamos a tal fin vienen determinados por las épocas en que vive cada persona, por las modas y por las características peculiares de cada cual. El sexo, se ha convertido en uno de esos escapes de lo que nos angustia, de lo que nos molesta.
El sexo es tan viejo como es el hombre y siempre se ha utilizado, sino tal vez no estaríamos aquí. El sexo es algo que en principio está hecho para la generación, procreación, la continuidad de la vida tal y como la conocemos. El motivo por el cual es usado como un escape del tedio y la agonía diaria, estriba en que el sexo requiere una gran energía, una gran intimidad, una gran unión entre los que lo usan. De esta manera, al dejar de lado el estado divisivo, la sensación de frustración desaparece. Es decir, el sexo que lo habíamos utilizado para la reproducción, ahora lo estamos utilizando para deshacernos de los males que tenemos psicológicamente.
El problema del sexo surge, como cualquier otra cosa que usemos para satisfacernos, cuando dependemos de él para restablecernos, para reencontrarnos con la alegría. Donde hay dependencia hay esclavitud, hay dolor. El sexo tiene como posible problema añadido, el que a pesar de todas las medidas para que no sea, el procrear un ser humano. Pero aun así es tanta la intensidad en la unión, y tanta la demanda de ella, que todos los riesgos quedan minimizados -como si realmente los asumiéramos, siendo plenamente conscientes de ellos-. A más desorden, más caos; tanto más también, nos encontramos fragmentados y necesitados. Nos hemos desarrollado grandiosamente en una parte de las dos que nos componemos: científica y técnicamente -lo material- el avance ha sido sorprendente; en cuanto a la otra parte, lo humano, lo psíquico, lo sagrado, lo espiritual, somos exactamente igual que hace medio millón de años.
Todavía seguimos resistiendo tantas cosas, todavía seguimos devorándonos, todavía nuestra manera de vivir es bregar con todo; y es que no vemos otra manera de encararnos con los problemas de nuestras existencias. Hemos cambiado externamente, en el vestir, en el hogar, en el desplazarnos, pero interiormente, en lo interno de cada uno de nosotros, seguimos siendo desesperadamente conflictivos, seguimos siendo miedosos y egoístas. Esta manera de vivir es la causante de tanto requerimiento, de tanta demanda de ese algo que falta para sentirnos felices y en armonía con todo. Nos falta energía para asumir todo lo que hacemos, todo lo que decimos, todo lo que somos.
Vivimos una vida muy excitada, muy llena de deseos contrapuestos, vamos de un sitio a otro sin parar, la actual manera con que la sociedad nos exige que vivamos nos convierte en pelotas de ping pong, yendo empujados de aquí para allá. La sociedad es falsa y por tanto corrupta; y en tanto permanezcamos sumisos y obedientes a ella, también nuestras existencias serán sucias y corruptas. Cuanto más limpios y verdaderos seamos, menos necesitaremos depender de algo. La dependencia es falta de armonía, falta de atención. Como vivimos tan deprisa, con tanta ansiedad, somos inatentos, no nos damos cuenta de todo lo que pisamos, de todas las cosas que hacemos torpemente. Para que llegue la quietud, hemos de tener muy claro qué es lo que queremos.
Para encararnos con algo, primero hemos de tener una actitud escéptica, una actitud de cuestionamiento, de reserva, para ir observando todo lo falso que pueda llevar consigo. Lo que se dice no es verdadero, no es la verdad. Si la mentira y la falsedad dejaran paso, de la noche a la mañana, a la verdad habría un cataclismo, se desplomaría toda la estructura de la sociedad y con ella la de las instituciones que la sostienen; veríamos tantas cosas inútiles que nos hacen agitarnos, veríamos cuánta maldad y cuánta ilusión e ignorancia tenemos los hombres, nos veríamos tan pequeños y poca cosa que dejaríamos instantáneamente de destrozarnos unos a otros. La verdad es algo que haría desaparecer a todos los poderosos, a todos los dirigentes y los líderes, tal y como son y los conocemos, a todo los tiranos; y es por eso, que no la dejan que llegue.
Esperar que nos traigan algo tiene que ser recompensado; ir uno a lo que se necesita, es ir en pos de la libertad. La verdad, tiene que ser encontrada, no puede traérnosla nadie, no se puede vender ni comprar. Uno nada más puede abrirle la puerta y olvidarse de ella; es como el sembrar: se esparce la semilla y se olvida de ella, porque ya no se puede hacer nada, hemos de dejarla para que actúe todo el universo sobre ella. Lo único que podemos hacer es estar atentos a todo lo falso, para que la mente se mantenga clara y diáfana. En el momento en que surge la confusión, ya hemos perdido la agilidad y la frescura, la lucidez, y la puerta que estaba abierta se cierra. Una mente astuta no está invitando a la verdad, porque el ámbito de la astucia se encuentra en el pensamiento.
Cada vez que aparece el pensamiento volvemos otra vez al pasado, que es lo conocido, lo que nos da seguridad; pues lo no conocido, lo nuevo, es algo que nos asusta y nos deja inseguros. El pensamiento es el gran problema que siempre surge cuando hay una crisis, un gran reto, que pone en peligro lo rutinario y repetitivo. El pensamiento se resistirá por todos los medios, que es todo lo falso y negativo, para que llegue la verdad que es lo nuevo. Vivir con la verdad, es no dar ninguna importancia al continuado parloteo del pensamiento. Cuando miramos muy atentamente, con gran pasión, con toda la energía de nuestro ser, el parloteo del pensamiento cesa y desaparece. Es entonces que llega la pureza, el amor que todo lo puede para que la vida sea una dicha y alegría.