Torni Segarra

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Cuando estamos en unión con todos y con todo, es cuando florece ese gran sentimiento de belleza que todo lo abarca; nada se escapa a ese baño purificador: todo tiene una relación armónica, aunque pareciera todo lo contrario, como una mente dominada por la ilusión. Las catástrofes, las desgracias, las guerras, las humillaciones, los poderes de cualquier clase, la muerte, todo tiene su causa y motivo, que responde a una única ley que es la que rige a toda la vida. Es al no intuir ni comprender esa ley que regula a todo el universo, por lo que nos sentimos contrariados, desafortunados, inarmónicos. Para poder percibir esa grandiosa belleza y armonía, hemos de ser radicalmente realistas, hemos de observar todas las cosas con la misma precisión que un microscopio y a la vez con toda la panorámica de un telescopio. 
Es porque nos asustamos de lo que podamos ver, que pocas veces nos decidimos a mirar directamente, a abrir completamente toda nuestra mente para que perciba todo el flujo y la energía que hace mover todo lo que existe, ha existo y existirá. La mente no puede ir más allá para abarcar todo el infinito universo, pero sí que podemos observar su mecanismo, cómo funciona, simplemente observando cualquier cosa que exista. Todo lo que existe ha de perecer, ha de transformarse, ha de empezar todo el proceso de ser, intentar expandirse y desaparecer. Los hombres también estamos sometidos a esa ley inmutable de destrucción, amor y construcción, sin que nada podamos hacer para cambiarlo. Aunque sí que podemos hacer algo para que esa ley sea algo que no nos moleste, no nos perturbe, para que esa ley no sea el origen del dolor.
El origen de toda la energía es algo que se escapa a nuestras mentes. Podemos negar el mundo fenomenológico-material -el físico y el químico, con sus combinaciones infinitas-, diciendo que es el resultado de la ilusión de la mente. Pero, ¿dónde se asienta la mente que es capaz de observar e incluso negar y asumir? ¿De dónde ha salido la mente; y qué genera la energía para que pueda funcionar? Como no podemos saberlo exactamente, no caeremos en la puerilidad de darle un nombre, que sería como pretender representar el infinito en un número, cosa del todo imposible. Por eso, las cuestiones de causa y efecto, la nada, la reencarnación, dios, etc., no nos tienen que perturbar porque ellas son producto de la mente, que es la única cosa que si que nos puede dar la solución a todo lo que nos perturba.
Por tanto, la única herramienta que tenemos para seguir adelante, es la mente. Uno puede optar por el suicidio; pero hemos de seguir por la vida, si es que tenemos algo de amor. Pues cuanto más decrépitos perezcamos, menos dolor sentiremos nosotros y cuantos nos rodean. Esta es la ley a que nos referíamos antes. Un ejemplo ayudará a comprender lo que se intenta transmitir: un árbol joven, o no viejo, es cortado para hacer leña; pero ésta no arderá adecuadamente porque tiene mucha savia; en cambio, cuando más viejo y decrépito sea el árbol tanto mejor arderá, provocando menos molestias a quien lo utilice. Lo mismo sucede con los frutos: cuando menos inmaduros los arranquemos para comerlos, más sufrimiento provocaremos en nuestro estómago y en la planta o el árbol que nos los proporciona; si están maduros los frutos, menos sufrirán cuando los cojamos para comerlos y nuestro estómago también notará un alivio.
Hemos llegado a descubrir que es la esencia de la vida es amor. A más amor, menos sufrimiento, menos dolor. Y sufrimiento y dolor, quiere decir confusión. A más amor, menos esfuerzo y contradicción. Nosotros somos parte del universo y por tanto tenemos las mismas leyes; esto quiere decir, que ante la vida no podemos optar; pues la opción nos quita la libertad. Porque optar es estar todavía indecisos y confusos con respecto a la realidad, con respecto a la verdad. La libertad es darse cuenta y percibir que lo que uno hace es lo correcto, lo menos negativo y dañino posible, lo menos doloroso. La libertad es ver la rutina de la vida y sin embargo no afectarnos negativamente. La rutina desparece cuando el tiempo como ayer, hoy y mañana, llega a su fin; cuando el espacio y el tiempo, pierden la dimensión relativa y establecida.
Donde existe el tiempo psicológico desaparece el amor; y entonces perdemos la armonía. Llevar una vida equilibrada y en armonía con todo lo que nos rodea, es olvidarse del ayer, es olvidarse de todos los miles y miles de ayeres que conforman el pasado. Si no existe el pasado, el futuro no puede ser; pues es el pasado el que proyecta, con su reconocimiento en el presente, lo que quiere y desea, que es lo que da vida al futuro. El futuro es lo conocido, que le envía el pasado a través del careo del presente. El tiempo es la reforma del patrón de conducta en que vivimos. El presente no me gusta, por tanto invento algo con lo que creo encontraré lo que me dará felicidad. Pero esto es una proyección del pensamiento, es un llegar a ser, es vivir de las imágenes.
Toda reforma nos dejará en el mismo sitio que siempre hemos estado. Necesitamos algo que no tenga nada que ver con lo viejo y conocido, necesitamos una mutación en nuestro ser para que el pasado no interfiera en lo nuevo. La belleza es lo nuevo, lo no repetitivo, es la frescura de la atemporalidad, el estar más allá del tiempo. Si existe algún plan, alguna idea, la belleza llega a su fin, desaparece. Los hombres no queremos hacer el cambio radical necesario para vivir en un sentimiento de belleza, preferimos una reforma detrás de otra que nos deja en el mismo patrón de siempre. Luchamos, nos esforzamos, vivimos devorándonos, a cambio de vivir con la seguridad de lo conocido, del plan que nos han trazado, del patrón que nos han dicho que es el único y verdadero. Estamos condicionados, nos han condicionado, a que si no tenemos un plan y un montón de ideas, nuestras existencias se precipitarán en un abismo de desorden y de caos.