Torni Segarra

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                                                                                                                                                                La rutina y la repetición
   
 
Uno de los mayores obstáculos que tenemos para que lo nuevo llegue, para que la luz brille en todo su esplendor, es la rutina y la repetición. Si es que queremos ser verdaderos, si queremos ser serios, si es que queremos amar de verdad, hemos de ver todo lo que son nuestras vidas. Vivir en un único surco es limitarse a obedecer, a comer y a dormir; y bregar para ceñirse a la norma establecida, para encajar dentro de lo que se llama el orden establecido. Vivir así tiene muy poco significado y provoca la tolerancia de situaciones denigrantes que son precisas descartar, si es que tenemos algo de sensibilidad. Lo que se dice no es lo real ni lo verdadero; lo que se dice es el trasfondo de la conciencia, que es el egoísmo. La hipocresía, la corrupción, la mentira, la insensibilidad, es lo que acompaña al egoísmo.
Cuando más pobres somos en lo interno, más necesitamos lo que nos hace olvidarnos de lo que realmente somos. Entonces nos identificamos con una idea -todas son confusas-, nos identificamos con la bandera y el país que representa; nos identificamos con algún juego o entretenimiento, ya sea ir al estadio, ir al templo, o a ingerir alguna droga -incluido el alcohol-, ya sea el trabajo, los negocios o la búsqueda de dinero. Todo esto nos aleja de la perturbadora realidad aunque por muy escaso tiempo. Por eso, nos entregamos a las modas y a las fiestas, nos entregamos a parlotear sin sentido, nos entregamos a la auto-compasión. Todo esto forma parte de la rutina y la repetición, para no vernos cara a cara con lo que de verdad somos, con lo que es nuestra vida, para no ver todas las miserias, la amargura y el dolor que provocamos en los demás y en nosotros mismos.
En épocas de crisis, la rutina y la repetición es cuando más importancia le damos, cuando más importancia adquiere. En esos momentos surgen los integrismos, el orgullo de la raza y la nación, surgen los temores y los miedos de perder esa estúpida y falsa seguridad que nos dan la rutina y la repetición; y entonces ya nos lanzamos a destrozarnos unos a otros. Sin darnos cuenta que esa crisis es motivada por eso mismo que queremos salvaguardar y que queremos imponer a los que parecen ser nuestros contrarios y enemigos. Todos vivimos en la rutina, ya seamos europeos o asiáticos, árabes o judíos, americanos o africanos, ya seamos pobres o ricos, ya seamos campesinos o que vivamos en una gran ciudad. Todos tenemos la misma manera rutinaria de reaccionar ante cualquier reto que la existencia nos da. Tanto el budista, el cristiano, como el que practica zen, el guía espiritual, el erudito, el teólogo, encaramos los problemas mecánicamente, es decir repetitiva y rutinariamente.
No nos damos cuenta que los que parecen ser nuestros enemigos, también tienen el mismo problema con la repetición y la rutina que nosotros; y ellos, también nos ven como sus enemigos y no están dispuestos a dejar su rutina que tanta seguridad -aunque sea falsa- les da. Es lo nuevo lo que nos hace temerosos, lo que nos hace que nos destrocemos unos a otros. ¿Por qué no vemos que la rutina y la repetición llevan la semilla de la desdicha y el dolor? ¿Por qué no hacemos una mutación en nosotros para que podamos ver la realidad, que es la rutina, y darle el preciso lugar? ¿Por qué no nos entregamos a lo que miramos y observamos? ¿Por qué estamos inatentos sin que pueda ser la unión del observador y lo observado? Levantarse todos los días de la cama es rutina, lavarse y asearse también lo es; pero el aferrarse a un sistema, el depender de algo psicológicamente, por sagrado, positivo y apropiado que parezca, nos lleva a la división, al enfrentamiento y a la desdicha.
¿Puede un especialista sentir amor? ¿Puede alguien que tenga una actitud inflexible, alguien que no tenga la mente vulnerable, alguien que esté dominado por una idea fija, percibir lo que es el amor? Nunca antes había estado la tierra en tan degradante situación como lo está en la actualidad. Y nunca tampoco habíamos estado tan tecnificados y especializados como estamos ahora: cuanto más especializados somos, menos posibilidades tenemos de sobrevivir. La semilla del castaño nada más puede ser semilla, no puede ser otra cosa ya que a través del tiempo se ha ido especializando para ser eso que es. Los hombres al especializarnos, hemos entrado en un surco de vida, creyendo que es el mejor, que es el único, que no existe otro, limitándonos las infinitas posibilidades que tenemos ante cualquier reto, ante cualquier circunstancia que nuestra existencia nos depare.
Nunca antes han estado los ríos tan contaminados, los mares tan sucios y esquilmados, los bosques tan empobrecidos; donde el hombre industrializado y tecnificado vive, la basura que producimos viola y destroza toda la naturaleza. El problema se agrava al depender tan directamente de los alimentos que esa misma maltratada naturaleza nos proporciona. Somos como una vorágine impetuosa, como una barahúnda que todo lo destroza; somos destructivos para poder seguir viviendo en el placer, para poder seguir obstruyendo eso que tanto miedo nos da y que es la realidad. Si la vida en sí nos produce dolor es porque estamos fragmentados de ella, porque vivimos divididos de sus leyes, porque nos creemos que formamos algo aparte y fuera de ella. Esto es absurdo y carente de todo sentido; y como prueba de ello, tenemos el grave peligro en que está toda la existencia, toda la vida, toda la extraordinaria y encantadora rareza que es la tierra.
¿Cómo podremos hacer que todo cambie, que todo sea armónico y feliz? ¿De qué manera podemos hacer ese cambio radical, que nos haga que formemos una unidad con todo? ¿Cuál es la cualidad de la mente que ve todo lo falso y siente la inaplazable necesidad de rechazarlo, que lo descarta instantáneamente? En el ver hay acción inmediata, si vemos el caos y la confusión que provocamos con nuestra actitud placentera, trivial, egoísta, si lo vemos de verdad, sin ninguna distorsión, sin pretender huir de ello, entonces lo que hagamos estará dentro del orden, será el orden. No nos debe de preocupar qué es lo positivo, qué es el orden, qué es lo correcto, pues eso nadie lo sabe, ya que no lo podemos saber -decir qué es correcto, sería caer dentro del ámbito de lo negativo; pues entonces haríamos de eso un método, una idea, algo conocido e iríamos tras de ello-, lo verdaderamente importante es ver lo falso y negativo allá donde estén.
Si de verdad vemos la realidad, si somos afortunados teniendo una mente altamente sensible que sea capaz de vibrar, percibiendo todo lo que es el funcionamiento de la vida y la forma con que opera, entonces no tendremos ningún problema, todos habrán llegado a su fin. Es preciso ser vulnerable, ser flexible, ser sumamente sensible, para poder descartar todo lo que nos divide y nos aboca a la violencia. Si no queremos que nuestros hijos se enfrenten con la guerra, que sean destrozados por ella, hemos de hacer lo necesario para que eso no suceda. Hágalo, verá que sensación de felicidad invade todo su ser.