Torni Segarra

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                                                                                                                                                               Más allá del pensamiento
 
 
Mientras no entendamos todo el proceso del tiempo, mientras no entendamos como surge, y que es lo que es la vida, nuestras existencias tendrán muy poco sentido, seguirán siendo vulgares y absurdas, y provocando más caos y más desdichas allá donde estemos. El tiempo es un proceso del pensamiento, es su invento, es el resultado de la insatisfacción y del miedo, del temor y de la esperanza. La mente es el soporte del pensamiento, y por tanto también del tiempo, inventa lo que debería ser en contraposición a lo que es; mi vida no me gusta, ya que estoy hastiado, los políticos me neurotizan, los acontecimientos también; ciertas relaciones no me satisfacen, la manera con que la sociedad afronta los problemas es absurda y sin ningún significado verdadero, entonces invento algo que creo armónico, algo que creo me dará orden, y es cuando surge lo que debería ser.
Es en el proceso del tiempo donde estamos atascados, donde nos perdemos, donde seguimos en el círculo del sin sentido, donde depositamos toda nuestra energía, sin darnos cuenta de ello. El tiempo es una trampa porque no existe; por eso, todo cambio que se fundamenta en él, no tiene ninguna validez y es falso. Necesitamos tiempo para enseñar a un niño a escribir adecuadamente y para que aprenda a leer, necesitamos tiempo en ir de aquí hasta allá; también necesitamos tiempo para poder construir una casa. ¿Pero en la percepción directa de algo, es necesario el tiempo? Necesitamos el tiempo cronológico, ¿pero es de alguna utilidad el tiempo psicológico? Es porque no captamos toda su estructura, que nos dejamos llevar por el condicionamiento del devenir, del llegar a ser.
Vivimos a base de referencias, tenemos tantas cosas determinadas, que nuestras existencias se basan en el tormento y la esclavitud; hemos de vestirnos según nos dicen, hacemos caso a la propaganda y nos dicen cuánto dinero hemos de ganar y cómo lo hemos de gastar, también nos dicen si el pelo se ha de llevar corto o largo. Y por eso, siempre estamos ajustándonos, siempre estamos mirando al pasado que es la referencia, siempre estamos contrastando y analizando, siempre estamos viviendo en la imitación y en la comparación; por eso, nuestra existencia es un agonía y un sufrimiento, por eso siempre somos de segunda mano, tan vulgares y repetitivos. Cuando en la escuela comparamos a los niños los estamos destruyendo, porque los estamos dividiendo, porque hemos establecido una meta a la cual todos se han de ajustar.
El tiempo es el pasado que ya no existe, pero nosotros gastamos nuestras vidas en llevarlo muerto a nuestras espaldas, gastamos nuestras energías en intentar que se repita una y otra vez. Todos hemos hecho toda clase de tonterías en la vida, pero esto no importa porque todo ha desaparecido, ya no existe y está muerto; no tenemos por qué torturarnos y vivir debilitados por los recuerdos. Es el tiempo el fundamento del pasado, que con el pensamiento inventó una manera de vivir, un plan, un ideal, una norma de conducta, un sistema utópico, al cual hemos de contrastar cada acción, cada comportamiento que hagamos; con lo que el pasado determina el presente y así mismo el futuro, por medio del careo de todo lo que hacemos. Lo nuevo así no puede llegar, debido a que la mente está presa en el tiempo que es el pasado.
Cuando hacemos algo, cuando actuamos, hay una explosión de energía, está la vida en su plenitud; pero un instante después, surge le pensamiento clasificando, careando lo que hemos hecho, surgiendo la desdicha y el penoso ajustarse. ¿Podemos cuando hacemos algo vivirlo de manera para que todo acabe ahí en ese momento, sin que tengamos que revivirlo y arrastrarlo? ¿Es posible que cada acción nazca y muere en el mismo instante de ser vivida, que se consuma en le misma experiencia sin dejar ningún residuo? Es porque el condicionamiento nos desborda y arrastra, que somos incompletos, que vivimos fragmentados, y por eso no tenemos la suficiente energía para encarar los retos con profunda atención. Sin la unión completa, sin comunión total, lo que hagamos será desordenado y una continuación del actual estado de caos en que no encontramos.
¿Qué es nuestra vida? ¿Qué es nuestro diario vivir, con sus matanzas, con sus miserias y enfermedades que provocan la suciedad de la pobreza, con sus desequilibrios económicos, con la corrupción generalizada, con sus sistemas de castas? ¿Qué sentido tiene vivir en lucha y guerreando continuamente, destrozándonos unos a otros? ¿Podemos vivir sin odiarnos, sin provocar ira en los demás; sin estar divididos por el dolor, la raza, el color de la piel, la política o la religión? De cada uno de nosotros depende el que este mundo sea más habitable, más pacífico, más sensato; y sólo lo conseguiremos cambiando nuestra estructura psicológica. Hemos de empezar por los pequeños detalles, por la acción menos importante; hemos de empezar dentro de nosotros, hemos de descubrir por qué estamos abocados al esfuerzo, al antagonismo, a la insensibilidad que nos hace crueles y dispuestos a matar y a que nos maten. Si no empezamos en nuestra intimidad, en lo más profundo de nuestro ser, seguiremos como siempre: en la ilusión, en el desorden, en el dolor.
La mente es el obstáculo para que florezca lo nuevo, ella es el sostén de todo lo que hace que la vida sea un desconcierto lleno de desdicha, lleno de agresiones, lleno de ignorancia, que aumentarán aún más la insatisfacción y la demanda de seguridad. Vivir en la inseguridad es algo que nos da pavor, que nos pone nerviosos, es algo que no nos gusta porque no lo dominamos, está fuera de nuestro alcance y control. Nada más tengamos una idea preconcebida, una ola de pensamiento que se imponga -ya sea sentimental o emotiva- lo nuevo no podrá llegar, porque para que sea ha de haber la inmensidad del vacío y del silencio que lo acompaña. Este vacío es el que nos desnuda, nos deja en una situación que nos parece insegura y azarosa, pero que es el orden a que está sujeto el universo y por el cual todo tiene vida.
El silencio que es impuesto no es silencio en absoluto, ya que toda compulsión, aunque parezca digna y virtuosa, traerá división y desconcierto, nos traerá explosiones inarmónicas y nos dejará la mente distorsionada y confusa. La violencia no es amor, ni es tampoco lo que la precede, por eso es que hemos de estar siempre alertas a todo cuanto acontece, a todo lo que hacemos, a todos los retos que nos vienen, tanto de nuestro interior como del exterior. El principio de la violencia se inicia con el conflicto de la división, es en este momento en que debemos descartar todo lo que nos fragmenta y nos separa. Con la división llega el odio, la ira, la ceguera del egoísmo a sus máximas cotas; y luego, llegan los desastres de la violencia, las desdichas y brutalidades de los enfrentamientos, las amarguras y la desesperación de las matanzas entre hombres.
La percepción alerta, que es la atención profunda, descartará toda la estructura que hace que surja la división, porque al verla tal y como es en realidad nos da la energía necesaria para poder rechazarla, dejándonos en la alegría y la paz del orden, de la armonía, de lo verdadero. Si somos afortunados y percibimos la estructura psicológica de nuestras mentes, si es que la percibimos de verdad cómo es y dónde nos lleva, nuestras vidas serán una luz para nosotros y para los demás.