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La ilusión es egoísmo
El que la gran mayoría de las personas vivan en la ilusión es algo de algo que se puede constatar en cualquier lugar donde estemos; las personas necesitan creer en algo, sujetarse a algo, necesitan una teoría o ideas para justificar sus actos y sus vidas. Hay quienes dicen que todo lo que hagamos no tiene porqué ser negativo, incluso los actos que consideramos como tales. ¿Qué pensaríamos si alguien intentase abusar de nosotros? ¿Qué pensaría una mujer que va sola por algún lugar solitario y alguien intentase obligarla a hacer que no necesita, no quiere? Ella argumentaría que no necesita, que no quiere participar de lo que se le ofrece y pensaría que con esto se terminaría toda la cuestión; pero el otro, puede que sí que tenga la necesidad y quiera que le ayuden a resolver el problema de la insatisfacción. El problema así expuesto nos demuestra que si que hay algo que puede ser considerado como objetivamente negativo. Entre la dos personas se ha desarrollado un conflicto: uno desea algo del otro que no está dispuesto a entregar. Si el que desea ese algo, que el otro se resiste a dar, no desiste y renuncia, el conflicto puede estallar en todas sus formas brutales e inhumanas. De esta amanera, que parece tan poco importante en principio, se desarrollan también las devastadoras y crueles guerras.
El egoísmo es el principio de todos los desastres, ya sean perceptibles o no. Las personas en su ilusión crean sus necesidades, sus caprichos, sus deseos inaccesibles. Toda persona debe saber renunciar si en ello está en juego la armonía y la paz.
En la escuela desafortunadamente, no nos enseñan para saber observar para descubrir lo falso y descartarlo. En las escuelas nos enseñan a obedecer a la autoridad, ya sea la del libro, la del dogma, o la del maestro. De esta manera es como la mayoría vivimos en la ilusión, en el egoísmo inconsciente. Y aunque parezca inofensivo, es el causante de todo el caos en que vivimos. A uno le dicen que es europeo, cristiano, musulmán, judío, occidental o africano; también le dicen que el blanco es superior al negro, que el norte desarrollado tiene todas las cualidades que el sur empobrecido no puede acceder a ellas y por tanto es inferior. El resultado es una mente divisiva, un racismo a escondidas y refinado, cuyo final es tarde o pronto el enfrentamiento con todas sus graves consecuencias. El enseñar, el educar, es una de las cosas más sagradas que podemos hacer. Porque de ello depende que haya o no paz en el mundo. Si hacemos personas con mentes veraces, honestas y compasivas, ellas influirán en otras mentes para que también lo sean, y éstas en otras harán lo mismo.
Es de lo más importante darle una educación correcta a los niños desde la más temprana edad; los padres, y los más cercanos a ellos, deben saber que de su comportamiento dependerá toda su estructura psicológica que luego desarrollen. Una educación feliz hará un niño feliz y sincero. Una educación basada en el esfuerzo hará que el niño, allá donde vaya, desencadene conflictos y malos modos. No esperemos que a nuestros hijos los eduquen en las escuelas, tanto si son estatales como privadas, puesto que lo que recibirán de los maestros y profesores será lo que les transmitieron a ellos: el acoplamiento a la sociedad.
Si tuviéramos la suficiente energía y la posibilidad, deberíamos hacer unas escuelas adecuadas, donde el maestro no fuera a ganarse un sueldo solamente, donde los niños y el maestro no se tuvieran recelo, donde se impartiese una educación no para hacer de los hombres unas meras máquinas que obedecen sin más. En las escuelas tradicionales, se hace hincapié al esfuerzo, a la comparación, se premia la competitividad. El resultado es la sociedad de la violencia, de la brutalidad, de las guerras despiadadas. Donde hay esfuerzo el amor no puede florecer; donde hay comparación como el mejor elevándose sobre el inferior, no puede haber armonía ni por tanto paz; donde la competitividad es el motor que hace funcionar las vidas de los hombres, los desastres y el caos estarán siempre ahí.
Tal vez, no hemos visto la importancia que tiene la educación adecuada para el florecimiento de una nueva manera de vivir, una manera de encarar los problemas en que sean resueltos y no vuelvan a aparecer nunca más. Una manera de sentir la vida no como una pesada carga, sino como algo en que estamos gozosos y sencillos. Porque la vida es en sí -cuando desaparecen los pequeños y grandes problemas- algo sencillo y suave, algo que fluye con una continuidad constante. Nosotros, por nuestra desgracia, lo queremos tocar y manejar todo, pensando que así funcionará todo mejor; nos pensamos que con una mente finita podemos arreglar lo infinito, lo inabarcable, lo que no tiene principio ni fin, lo que está más allá de las palabras y de todas las formas verbales. Es necesario, si es que queremos que todo cambie de una vez, una mutación, un cambio radical en la psique.
Este cambio si produce división y antagonismo, no tendrá ninguna validez, pues será uno más de los muchos que se han hecho. El cambio debe de ser para que el sentimiento tan fragmentado que tenemos, deje paso a una manera de ver y sentir la existencia como una indivisible unidad en la que todo está estrechamente relacionado, en la que todo es interdependiente en el sentido más sutil y profundo. No espere a que alguien le diga de qué manera tiene que empezar y cuáles son los síntomas a que se verá expuesto. Uno si ha comprendido, si ha visto todo el tremendo dolor a que estamos expuestos, si lo ha observado y ha llegado hasta la misma raíz, sabrá qué hacer en cualquier circunstancia que se presente. Si vemos de verdad, no nos queda otra opción que la acción. Si dejamos fluir la vida, ella tiene su ley y sus maneras, ante la cuales nada podemos ni debemos hacer.
Ser sencillo es ver nacer, crecer en su esplendor y morir todo lo que tiene vida, sin afectarse por ello y sin pretender cambiarlo. Toda la belleza de la existencia radica en saber comprender este misterio: todo lo que es ha de perecer, ha de transformarse, para que ese constante fluir siga su inescrutable movimiento. Cuando antes seamos capaces de verlo y entenderlo en todos los retos, que es lo mismo que vivirlo, antes también nuestras existencias serán dignas de ser vividas.