Torni Segarra

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Estamos tan acostumbrados a la contradicción, al enfrentamiento entre nosotros, a luchar y disputarnos tantas cosas, que si todo esto desapareciese nos sentiríamos perdidos creyéndonos víctimas de alguna grave enfermedad. Nuestra manera de vivir es ante todo miedo de todo lo que nos rodea; por tanto luchamos contra ese miedo; y esa lucha es la violencia, es la causante de todo el desorden que padecemos. El miedo distorsiona el equilibrio de la mente, ya sea el miedo a la autoridad, ya sea a la muerte, ya sea a perder el empleo o a la esposa. Tenemos tantos miedos que estamos apabullados sin poder responder adecuadamente a todos los retos que nos llegan. Porque el obedecer a un patrón de vida que es causante de tanta absurdidad, de tanta angustia y desesperación, es el signo de que hemos perdido la capacidad de ver.
Hace falta ser muy insensible para ser rico. La sensibilidad es necesaria para poder solucionar los graves problemas que nos acucian, que nos dejan las manos sucias porque no hacemos nada para resolverlos. Ser sensible es tener todo el tiempo para observar, para escuchar, para darnos cuenta cómo hablamos y caminamos, para ver qué se puede hacer ante el problema de una persona que pasa por la calle. Ser sensible también es gozar de la grandiosidad de una montaña, ante la sencillez de la acogedora luna, ante la maravilla de los animales, ante la matita de hierba que surge en el diminuto espacio del asfalto de la carretera. Nada de esto nos gusta hacer; y si lo hacemos no tenemos la suficiente energía para seguir adelante con ello, porque para ello hemos de dejar muchas cosas a las que estamos aferrados, hemos de vaciarnos por completo de todas las tonterías que hacemos.
El empleo, el partido político, las absurdas teorías e ideas, la familia, los dogmas religiosos, los nacionalismos con sus visiones separatistas y lingüísticas, todo ello tiene que desaparecer para poder mirar con ojos limpios e inocentes. Siempre estamos mirando hacia fuera, a lo externo, esperando que nos dé una señal, un vestigio para cogernos a él y sentirnos un poco aliviados de nuestras angustias. Aunque esto no tenga fin, esperamos que la nueva experiencia sea más duradera que la anterior y con eso nos conformamos. Pero el verdadero problema, el único y definitivo problema hemos de resolverlo en lo interior, muy adentro de nosotros. Todas las cuestiones de la existencia se han de resolver en el interior de cada cual, en nosotros mismos. Este no es el caso ya que siempre lo hacemos al revés, siempre intentamos solucionar los problemas fuera olvidando los de dentro.
Lo externo es el reflejo de lo interno, nuestra manera de vivir es el espejo de lo que llevamos dentro, de lo que somos en realidad. Podremos disimularlo con palabras rebuscadas, con llamamientos a la seguridad colectiva y a la necesidad, pero lo que acontece cada día, en cada instante, es el resultado de lo que nosotros provocamos, de lo que nosotros hacemos que sea. Nos disgusta muchísimo que nos digan la verdad de lo que es -la realidad-, no nos agrada mirarnos desnudos tal cual somos. Esto es una señal de que tenemos miedo, de que no somos totales e íntegros. El miedo es violencia, ya que nuestra sociedad también lo es de diversas maneras. Y la sociedad está compuesta por todos y cada uno de los individuos, por tanto somos violentos, somos corruptos, somos crueles al tolerar y aceptar el asesinato en masa de personas por medio de las carnicerías de las guerras.
Los gobiernos soberanos hablan de paz, los dirigentes y salvadores, con los líderes y gurús, también la mencionan repetidamente sin saber en realidad lo qué significa. La paz es algo muy serio; y a la vez también peligrosa, pues si uno la quiere de verdad, puede que ponga en juego su visa. La existencia por la paz puede ser algo muy difícil o algo muy sencillo. Por la paz hemos de descartar todos los obstáculos que se anteponen a ella, esto puede que sea demasiado para la mayoría. Pero no hay opción, si queremos vivir fuera de la violencia y la crueldad de las guerras. Hay muchos motivos que nunca se acaban para ser como siempre: violento y pronto a enfrentarnos; y también nunca se acaban los motivos para vivir en paz.
Somos el resultados de lo que fueron nuestros antepasados, ellos vivieron algo grandioso -que es lo que la vida es- sin saber comprenderlo. Nosotros ahora, tenemos la oportunidad de que esta grandiosa cosa que es la vida quede al descubierto para que podamos mirarla sin ningún temor, con el tiempo necesario para poder mirar en todas direcciones. Y ver si podemos de una vez para siempre desenredar todo este entramado donde se asientan nuestras existencias. Esperar a que alguien nos resuelva los problemas, es proseguir por el mismo surco que la mente está habituada desde siempre a operar. La rutina y la repetición destruyen la sensibilidad, nos hacen que la mente se embote y que actúe toscamente. Cuando nos hacemos seguidores de alguien estamos perdiendo la oportunidad de deshacernos de la ignorancia y de la confusión. Para ver toda la manera con que funciona la mente, uno tiene que ser nuevo y no repetitivo, esto quiere decir no tener nada en que apoyarse.
Tenemos tantas cosas en la cabeza, tenemos tanta información, nos han querido moldear y lo han conseguido. Quieren que seamos manejables y obedientes, que sigamos por el mismo camino por donde han pasado y están pasando tantos y tantos hombres cargados con sus sufrimientos, su ansiedad, sus temores, para que así todo siga de la misma manera de siempre. Pero el dolor es algo que nos molesta y nos desagrada, y no queremos tolerarlo ni soportarlo, por eso queremos acabar definitivamente con él. Todo dolor nos afecta y altera: el de las plantas, el de los animales, el de los hombres, el personal y el ajeno; pues todos formamos una unidad individual y total; por eso, acabar con un dolor definitivamente es acabar con todos a la vez. Porque el fin de los padecimientos es ver de que manera funciona nuestra mente, comprenderla de una manera completa.