Es muy importante, saber realmente lo que significan las palabras, cuando decimos casa, árbol, persona, vemos enseguida la imagen que ya tenemos construida con anterioridad; y de esa manera la observación nunca es total y completa. Cuando decimos que esa personas está loca, ya tenemos la descripción y la definición de lo que esa persona es. Cuando, en realidad es una persona que es exactamente igual a las otras. Porque todos tenemos algo de locos, pero cada uno lo tiene a un nivel. Por eso, para comprender la vida hay que observar la vida, observar al vecino, a la mujer que pasea con su perro, al joven que va y viene sin cesar, al que está trabajando en una tienda, a la persona seria y ensimismada, al que busca diversión y entra en un bar musical. Todos tienen el mismo deseo de permanecer, de buscar y conseguir algo que les llene ese vacío, deseo de seguridad, deseo de ir y empezar, de buscar y no encontrar. Lo que quiere decir, que el observador es lo observado; cuando hablamos con un persona, es igual que nosotros, sea quién sea y haga lo que haga. La diferencia está en la cantidad de lo que haga, a la hora de describirlo; pero en lo demás es igual a nosotros.
Cuando decimos que alguien tiene una actitud negativa, pongamos que tiene miedo, ¿por qué creemos que solamente esa persona tiene miedo y la infravaloramos? El miedo es como la ira, el odio, está ahí dentro de nosotros, es común a todos nosotros. Uno no es diferente de la ira; uno también es la ira. Es la ilusión la que hace que nos dividamos de la ira, del odio, del miedo, de la vanidad, de creer que somos diferentes. Por eso, hay que ir desde fuera hacia dentro para poder ver realmente quiénes somos. Ver cómo se divierten las personas, cómo se gastan el dinero, en que invierten su tiempo, cuáles son sus debilidades y cómo las encaran, ver porque lloran y ríen y se descontrolan, ver la completa banalidad de sus vidas y a la vez todo el poder que tienen. Y, si somos sinceros, veremos que internamente todos somos iguales. De ahí, que lo que vemos fuera, está dentro de nosotros. Porque, todos participamos de la misma consciencia, que es el contenido de la memoria.
Por eso, cuando decimos esa persona es tal cosa, ella no es diferente de nosotros, somos iguales psicológicamente, espiritualmente; es la ilusión, la que nos divide y genera conflicto. De la misma manera, y esto es muy importante, creer que uno es diferente del odio nos hace que prosigamos en conflicto y que sigamos con el odio. Porque, el odio no está separado de mí, yo soy el odio. Si puedes míralo y verás que por mucho que pretendas alejarte del odio, no lo podrás. Porque, el condicionamiento nos obliga a defender y a atacar, a querer ganar, a triunfar, a proseguir, a no perder, nos obliga a querer estar seguro, pero como eso es imposible llega la ira, la frustración, el odio. Es una ilusión, creer que uno está al margen de todo, que su mente es o puede ser pura. Aunque te aísles y te encierres para purificarte, no se puede conseguir, porque el contenido de la conciencia, que es la memoria, que es todo el pasado siempre está ahí. Y, de la única manera que podemos estar libres de ese odio, la necesidad de venganza, de la frustración y su ira, es mirarlo y observarlo profunda y atentamente, verlo y comprenderlo sin huir, sin querer cambiarlo. Entonces, uno está libre de sentirse herido, de que te dañen, y entonces ese odio, ira y frustración desaparecen. El centro, que es el “yo”, que se sentía agredido, humillado, herido, ya no está, y por tanto, ya no puede responder. Y, entonces, podemos empezar a hablar de paz, de armonía, de empatía.
Al no existir el “yo”, que es la consciencia con su contenido, con todos sus inventos como mi país, mi idea, la imagen que tengo de mi mismo, mi religión y mi identificación política, mis proyectos y mis deseos, desaparecen. Están ahí, pero ya no nos afectan.