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La dependencia
Si fuésemos sinceros y asumiésemos todo lo que descubriéramos, sin apartar la vista ni cerrar los ojos a la realidad, nos daríamos cuenta de cuán falsa y errónea es nuestra existencia, de que insensible es nuestro comportamiento diario. Nos dedicamos simplemente a nuestra propia seguridad y todo lo que hagamos ha de pasar forzosamente por ella. Aunque cuando más seguros creemos estar, es cuando más inseguros estamos. La búsqueda de seguridad es algo que es imposible, pues la mayor seguridad es estar inseguro, desnudo frente a la vida y sus problemas en constante movimiento. Es entonces, cuando no deseamos nada, que la seguridad está ahí sin que nosotros la percibamos. Buscar la seguridad, es egoísmo con todas sus desafortunadas consecuencias.
El pensamiento lo que más necesita es seguridad para poder proseguir, para poder ser; el pensamiento se encargará de engañar, de sostener su falsedad a toda costa. Su actitud es como la de un tirano; y, ¡qué poco nos gusta vérnoslas con ellos! Es imprescindible, al menos, saber que existen para hacer algo al respecto, por eso los hemos de mirar cara a cara para deshacernos de ellos. Una de las características que más le gusta al pensamiento, es el inventar; siempre está inventando toda clase de teorías, de ideas, de planes, de historias; uno de esos inventos, es el ego, el “yo”, del que tanto se ha escrito. Este ego, el “yo”, surge como la posibilidad de afirmación y por supuesto de permanencia. Este “yo”, como resultado que es del pensamiento, también necesita toda clase de inventos para poder pervivir.
¿Qué es nuestra vida cotidiana, nuestros trucos para poder sacar dinero abundante, nuestros proyectos e ideales, sino inventos para que nos distraigan de lo que es, de la realidad? Y es entonces, cuando surgen las religiones organizadas, los nacionalismos, los partidos políticos, las teorías, la sensualidad y todos los placeres; para estar ocupados y proseguir con lo conocido, que es el pasado con toda su repetitiva actitud caótica, que es lo que quiere el pensamiento, que es lo que necesita para poder proseguir. El pensamiento no puede ir más allá de lo que él es: la manera de vivir con todo su dolor y su sufrimiento, que es la herencia del pasado formando la esencia y su trasfondo.
Las religiones organizadas, con todos sus dioses, son uno de los inventos del pensamiento; con sus rituales, sus supersticiones y creencias, actúan a manera de narcótico para no encararse con la realidad de los problemas, con el vacío, con la verdad de lo que es. La mente si no está en contacto directo con lo que observa, se hace insensible y divisiva. Por eso, todo lo que nos brinda una huida de la realidad, es negativo y provocador de más confusión, de más caos, de más sufrimiento. Las religiones organizadas, bajo la coartada de la salvación del hombre, usan esa huida del vacío y lo explotan como un negocio cualquiera. De ahí todos los rituales, todos los controles -de nacimiento, de iniciación, de casamiento, de defunción, de acción, etc.-, de ahí todas las sanciones y las bulas, de ahí toda la pompa para impresionar a las personas.
Así todo el aparato que sostiene a las religiones organizadas, se convierte en lo importante, en el principal asunto, dejando de lado a su único motivo que es el hombre. Ellas hablan de paz pero bendicen las mortíferas armas de guerra, toleran que sus seguidores marchen a matar o a que los maten en los campos de batalla de cualquier parte del mundo. Dicen que trabajan para la paz entre los hombres, pero ellas se dejan sobornar y manejar por los dirigentes y los poderosos del mundo. Si quisieran la paz de verdad, ante la conmovedora imagen de un delicado y tierno niño temblando de pánico, por el sufrimiento y el horror de las bombas que le están destrozando su cuerpo y el lugar donde vive, no dudarían de excomulgar a cuantos participen en estos actos inhumanos y descartarían definitivamente sus lazos con los que provocan las guerras con sus actitudes económicas, políticas, nacionalistas o de venganza.
Por eso es que las religiones organizadas se han convertido en una dependencia, exactamente igual que el que depende del alcohol o de cualquier otra droga. Tanto daño hace a la sociedad un drogadicto, como el que está obsesionado por la religión organizada. Tanto el uno como el otro, van en busca de su seguridad, por tanto el deseo se ha apoderado de ellos desencadenando ansiedad, fanatismo, falta de respeto con los que no comparten sus mismos criterios, por lo que hace surgir la división entre los hombres. Sin deshacernos de lo que nos divide, no viviremos en paz; podremos invocarla, podremos falsear la realidad -que es lo que se ha hecho siempre y hacemos ahora- diciendo que ya la hemos conseguido, podremos hablar interminablemente sobre ella, pero la paz no estará en nosotros.
Los hombres dependemos de tantas cosas que hemos perdido toda la sensibilidad para poder observar todo lo que está ocurriendo. Dependemos del dinero, dependemos del empleo, dependemos del marido, del clan y de la familia, dependemos de todas las comodidades a que nos hemos acostumbrado; dependemos de los guías, de los gurús, de los maestros y salvadores; toda nuestra existencia está determinada por la dependencia. Claro está que uno también depende del abogado, del albañil, del médico, del carpintero, del mecánico, del panadero; pero está dependencia no tiene nada que ver con la que nos arrastra hasta el abismo de la insensibilidad hacia todo lo que nos rodea. Depender del agua es algo saludable y necesario para poder sobrevivir; depender de un cuadro, de una imagen de piedra o madera, de una teoría e idea, es falsear la realidad y la verdad.
Un comportamiento sano, sencillo y saludable, hará que surja también una mente cuerda y lúcida, una mente que sea capaz de percibir todo lo que concierne a la vida, que sea capaz de descartar todo el dolor que la vida nos genera. Es necesario que comprendamos todo el proceso del dolor, como nace, crece y perece, para que así podamos deshacernos de él. Y entonces, ya no tendremos ningún problema que no nos deje participar de la belleza que todo lo envuelve. Para que así no tengamos nada que nos divida ni fragmente de lo que tenemos delante, del ahora, de la realidad. Si es que queremos vivir, no como robots, insensible y fríos, hemos de ser serios y profundos con todo lo que tenemos entre manos, con toda nuestra existencia.
La lucha y el esfuerzo no nos sirven, pues nos dejan en el mismo sitio que siempre hemos estado: en el desorden y la confusión.