Torni Segarra

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Cuando vemos lo que está pasando por todo el mundo, cuando vemos el desajuste económico, cuando vemos las divisiones de castas y de los nacionalismos, las fronteras y las divisiones religiosas, el antagonismo de los ideales, toda la estupidez de las ideologías; nos preguntamos, a qué es debido. ¿Por qué tanto caos y desorden? ¿Es esto una fatalidad, algo ineludible, o puede tener un final? ¿Podemos nosotros encontrar una solución a todos los problemas, o necesitamos de algún salvador, algún guía? ¿Puede alguien, por erudito y versado que sea, ser el depositario de la verdad?
¿Puede alguien que dirija, tener amor, ser incapaz de hacer daño? ¿Podemos con una idea en la cabeza, por muy beneficiosa que parezca, hacer algo verdaderamente por alguien?
Esperamos que la solución a los problemas nos venga de fuera, mientras tanto nos dedicamos a distraernos, nos dedicamos a vivir placenteramente sin consentir que nadie ni nada nos altere el pequeño y falso paraíso. Sin darnos cuenta que el único que puede solucionar los problemas, es uno mismo, es cada cual en su íntima visión de cada situación, de cada reto. Nadie nos puede guiar hasta la profundidad de nuestro ser, hasta los abismos que no se ven en la vida superficial; y es porque nosotros no queremos que se nos perturbe en nuestras distracciones y placeres, porque esperamos la solución de fuera. No nos gusta mirarnos en verdad como somos, preferimos que nuestras existencias se desarrollen en la vulgaridad, en la banalidad, en actitudes rutinarias.
Nos alteramos y perturbamos cuando una crisis provoca un estallido que conmueve todo lo establecido. Apartamos la vista de las miserias, de las matanzas, de todo el horror que el hombre es, de toda la destrucción que provocamos; y nos refugiamos en el deporte, viendo cine y videos, en los viajes de placer, o en nuestro pequeño refugio particular. Pero si es que queremos en verdad solucionar lo que somos, hemos de mirar todo lo que es la violencia, hacia donde nos lleva; hemos de mirarla hasta que sea tanto la repugnancia, que lleguemos a verla tal y como es, hasta que sintamos toda la fuerza que da la visión de todo el horror que la violencia es. Cuando vemos que la violencia es la consecuencia de más violencia, del desgarrador dolor a sus más altas cotas, tal vez, entonces podremos percibir que ella es el resultado de una manera de vivir donde la codicia y la ambición, donde la corrupción y la brutalidad egoísta, es lo que la sustenta.
Lo que somos ahora, es lo que determinará nuestro futuro, nuestros hijos, nuestro mundo, nuestras relaciones cotidianas. No esperemos milagros de los salvadores, de los maestros, de los gurús, de los guías, somos nosotros quienes lo hemos de hacer posible con nuestra actitud, con nuestro comportamiento. El odio es muy contagioso, es un impedimento para que la violencia llegue a su fin. El odio es el resultado de la falta de respeto que se merece todo ser humano, es el resultado de la opresión de unos contra otros, es el resultado del miedo y la ilusión, de la falta de comprensión de lo que es la vida.
Los políticos y los dirigentes hacen planes a largo plazo para intentar solucionar los problemas que tenemos, pero no cuentan con las personas anónimas que van a afectar, no se dan cuenta que el verdadero problema que existe es el ahora. Ellos sacrifican el presente por el futuro, el ahora por el mañana, una persona por otra; el resultado es más desorden, más confusión, más caos. Esta actitud tan irrespetuosa provoca división y antagonismo, al intentar dar solución al problema de una manera fragmentaria. Lo total comprende a los fragmentos, los une. Pero un fragmento aislado, no puede abarcar la totalidad. Lo total es indivisible: no le afecta el tiempo como el ayer el hoy y el mañana, no le afectan los valores como el más y el menos, no le afecta la dicotomía de lo feo y lo bonito.
Nuestras ideas y teorías han desembocado en ideologías que han condicionado de tal manera nuestras mentes que, el mundo que era una totalidad, se ha convertido en partes cerradas sobre si mismas. Esto ha sido así, porque anteriormente el hombre que formaba una unidad con todos y con todo, se había dividido encerrándose en si mismo. La división rompe la armonía, destroza la verdadera seguridad, hace aparecer el miedo y con él el deseo. Este es nuestro principal problema: volver a la unidad, a la armonía, a la totalidad. Aquí es donde está atascada toda la humanidad. Las religiones organizadas tienen un plan, los políticos también tienen el suyo, los salvadores y los maestros tienen otro, los científicos y especialistas están dándonos también toda clase de planes.
Ahora bien, el resultado del plan es lo que nos interesa, nos interesa que sea correcto, que no contenga falsedad; y para eso, hemos de averiguar cuales han sido los medios. Si los medios han sido rectos, los resultados también lo serán. Conocemos todos los planes y el resultado de ellos, por tanto los descartamos y nos deshacemos de ellos. Ya que todo plan, por completo y bien diseñado que parezca, es producto del pensamiento. El pensamiento es el producto del tiempo, que es el que proyecta el “yo seré esto”, el mañana mejor que el presente, el pasado cotejando y comparando lo actual. Así el pensamiento, desencadena el deseo. Deseo de lo mejor, deseo de llegar a ser, deseo de permanencia, deseo de destrucción. Mientras el pensamiento esté en acción, seremos inarmónicos y divididos, causantes de confusión y sufrimiento.
Una mente no divisiva es lo que necesitamos para afrontar cualquier reto que se nos presente, para afrontar la vida diaria con todas sus alegrías y sus tristezas, para que la relación en el trabajo y en el hogar sea posible, para que podemos ver un árbol cualquiera algo sagrado. ¿Es posible tener una mente así ahora mismo; no luego ni mañana ni cualquier otro día? Si dice que no, ya se ha bloqueado y por tanto no puede avanzar; si dice que sí sin prestar atención a lo que en realidad es la pregunta, tampoco podrá avanzar para deshacerse de lo que le impide el ser indiviso y total. ¿Podemos ser lo observado? ¿Puede el observador borrar el espacio, que hay entre él y lo que observa? ¿Qué es la atención profunda? ¿Qué es le amor?
La compasión es amor por toda la vida, es captarla y vivirla, es ver en ella un relámpago continuado que forma parte de la luz eterna.