Torni Segarra

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                                                                                                                                          T o n i  S e g a r r a
                                                                                                                                             L a   v e r d a d
                                                                                                                                                     e s
                                                                                                                                              l i b e r t a d
                                                                                                                                                  -1995-
Índice
Introducción
  1. Sin pretender llegar a ninguna parte uno puede llegar muy lejos
  2. La realidad siempre está ahí y es la misma
  3. La verdadera relación florece donde no hay egoísmo
  4. En el pasado está la esencia y el sustento del placer
  5. No hemos nacido para ser desgraciados
  6. Saber ver es actuar
  7. Lo nuevo es lo desconocido y lo inesperado
  8. Pueden pasar muchas cosas si uno se niega a ser violento
  9. La necesidad nos hace ordenados y limpios
  10. Ser un hombre completo y realizado es el fin de la vida
  11. Lo externo nos condiciona, pero siempre lo interno surge a lo externo
  12. Todo lo que conseguimos lleva la huella del esfuerzo
  13. La mente es el resultado de todas las mentes del mundo
  14. La mente no puede solucionar los problemas
  15. La quietud debe de nacer de dentro de nosotros
  16. La mente cuando está dominada por el pensamiento, es egoísta y falsa
  17. Cuando más nos encerramos, más divididos estamos
  18. Tener un problema es mirar al futuro. O mirar al pasado
  19. Todos sentimos, muy adentro de nosotros, la necesidad de hacer algo
  20. Uno no debe maltratar a su cuerpo, ni obligar a su mente
  21. Nadie sabe lo que va a ocurrir mañana
  22. Ser vulnerable es saber renunciar
  23. Llevar una vida de corrección, es llevar una vida de austeridad, de necesidad
  24. Todo lo que sea una rutina es degradante y negativo
  25. Lo nuevo no ha sido pisado por nadie

Introducción

Habíamos estado unos días en el norte de África, y cuando cruzamos el estrecho para volver a Europa, llegamos a uno de los puntos más al sur de la península Ibérica -Spain-. En línea recta subimos hacia el norte cruzando montañas, pueblos, ciudades, campos de cultivo y bosques, hasta llegar a un pequeño pueblo llamado Horche en la provincia de Guadalajara. Habíamos decidido, si ello era posible, irnos a vivir fuera de lugares turísticos e industrializados, a un sitio donde la vorágine de la existencia no fuera tan impetuosa.
Fue un domingo otoñal de 1988 cuando de noche aún llegamos a la plaza del pueblo, siguiendo la carretera que subía y bajaba. No habíamos estado nunca allí, ni sabíamos nada de sus alrededores salvo que, según el mapa, estaba a unos once kilómetros de capital de la provincia. Permanecimos una hora o más arriba del coche hasta que abrieron una panadería que se encontraba cerca de nosotros. La madre de mi hija, que dormía en el asiento trasero, fue entonces a comprar pan y cuando volvió comunicó que había una casa que se alquilaba y que podíamos ir a verla de inmediato -en la espera habíamos pensado que la panadería sería un buen lugar para recabar información-.
El trato se hizo rápidamente sin ningún obstáculo. Y cuando partimos a la costa a por los enseres domésticos, dejamos algunas cosas como la máquina de escribir y algunas carpetas.
El primer día nos encaramos con la casa y con todas las novedosas sorpresas que suelen surgir en estos casos. Uno se dedicó a cuidar a la niña, que tenía unos nueve meses; su madre se dedicó a poner orden y a limpiar con gran preocupación y energía, porque pasaban las horas y el desorden y la suciedad no desaparecían. Al final de la tarde la niña empezó a agotarse y a llorar, reclamando el contacto físico y la atención de su madre. Eran tanto las ganas de poner orden y de verlo todo limpio, que las necesidades y reclamaciones de su hija no parecían hacerla disuadir de su empeño. Por lo que al final, cuando uno se acercó con la niña en los brazos y le comunicó que tendría que dejar de limpiar y atender a la niña, hubo un estallido de energía hasta que todo cesó y el cariño y la paz empezaron a abrirse camino de nuevo.
Cuando la casa ya tuvo el orden y la limpieza que necesitábamos, íbamos teniendo más tiempo para hacer lo que más nos atraía. Sabíamos que había un Ashram -centro espiritual- a unos treinta kilómetros, por lo que decidimos hacerles una visita. El lugar era arbolado y comprendía una antigua finca con su palacete, con un gran patio que daba a las cuadras convertidas en almacenes. Abajo, en un recoveco de la montaña, estaban las antiguas casas de los trabajadores -antes criados- humildes y sencillas, que ahora eran usadas por las mujeres como habitaciones. Había tierras de cultivo, bosque, lugar para los animales; era algo grandioso.
El frío era intenso y dentro de la sala principal o de meditación había una estufa de leña. También había una estatua casi del tamaño natural, del que fue el maestro o gurú, sentado con las piernas cruzadas, y el iniciador de todo aquello.
Solamente había un joven hombre de pelo corto y vestido a la manera peculiar de ellos, que movía la boca silenciosamente y yendo de una parte a otra haciendo trayectos cortos; en la mano llevaba un collar acariciando sus gruesas cuentas con los dedos. Su actitud era parsimoniosa, y parecía dar la impresión de no saber dónde se encontraba. Afuera, bajando por la escalera, alguien con seriedad y misterio daba órdenes a otros.
El lugar era visitado por gran variedad de personas: unos eran devotos y estaban integrados en la comunidad, había otros que siendo devotos a todo aquello no dormían ni trabajaban allí. Y por último estaban los que iban por curiosidad o simpatía. No había obstáculos ni impedimentos para poder entrar. Ahora bien, una vez allí había que encararse con alguien, que se te acercaba o simplemente te miraba y que quería saber a qué habías ido allí. Un día festivo que fuimos permanecimos en el pario entre los árboles, las grandes piedras del suelo y los bancos que formaban una baranda. El joven hombre de pelo corto, que otro día estaba rezando en la sala principal, se acercó y nos saludamos.
Empezamos a hablar de varias cosas y al final la conclusión que uno le dijo fue la siguiente: “No podemos saber todo, ya que todo es inconmensurable. Por tanto, cuando regamos un árbol que está sediento seguramente que molestaremos a las hormigas y a los insectos que están junto a él; pero uno si tiene que regarlo ha de regar”
Otro día, cuando ya habían pasado los fríos y las heladas, en la mañana cuando el sol era suave entramos en una habitación bien iluminada del exterior y nos sentamos con las piernas cruzadas en el suelo de madera. Allí había varias personas todos hombres también sentados en el suelo -aparte de las dos mujeres que venían conmigo-, que comían Prasad -ofrenda a la divinidad, en este caso pan integral y tortas-. Al cabo de un tiempo de estar silenciosos nos ofrecieron el alimento a nosotros también -ellos habían salido del Puja: ritual de adoración a la divinidad-.
Uno tenía a su lado a un joven de pelo negro y empezamos a hablar de la India. Éste -el devoto de pelo negro y joven- hablaba de las mil maravillas de la India. Uno le dijo que en ese país se morían por las calles y en el suelo. Él contestó: “Aquí en Europa se mueren en la cama de los hospitales, ¿qué diferencia hay?” Guardamos un profundo y comunicador silencio.
Una vez que la casa ya tenía lo necesario para que nos sintiéramos como si hubiéramos vivido en ella desde hacía mucho tiempo, apareció en frío y con él las heladas. Desde entonces una de nuestras preocupaciones era como haríamos las cosas para que nos fuese lo menos molesto. Las personas de todo el lugar hacían lo mismo, aunque lo soportaban con más facilidad, ya que estaban mejor preparadas. Para nosotros, que siempre habíamos vivido en la costa del suave Mediterráneo, en su parte meridional, el frío era un problema.
Al principio compramos leña para la chimenea que hicimos construir en la cocina. Pero pronto nos dimos cuenta que con lo que duraría el invierno nos saldría demasiado caro. Por lo que nos dedicamos a buscarla allá donde estuviera. Por suerte, la había en abundancia. Primero la localizábamos y luego decidíamos cuándo ir a por ella. Luego había que trocearla para que pudiera ser transportada en el coche hasta la casa. Era un trabajo que hacíamos a gusto y con mucha precaución, ya que la niña siempre venía con nosotros a todas partes.
Generalmente madre e hija daban un paseo y se alejaban un poco mientras con un hacha y una sierra iban haciéndose los trozos de algún árbol reseco. Cuando volvían nada más había que cargarlos lo más ordenadamente posible y partir. Una vez en la casa había que volver a trocear la leña que era demasiado larga y dejarla bien amontonada.
Hicimos algunos desplazamientos, como el día que fuimos a Madrid, precisamente cuando había una gran huelga. Los trabajadores habían encendido hogueras en las puertas de las fábricas y empresas para calentarse del rigor de la mañana, el tráfico era según nos decían escaso; y el ambiente de crispación que se dejaba entrever no condujo a nada, salvo a una pequeña humillación de los que mandaban.
Cuando pasó el invierno, todo se precipitó y una serie de acontecimientos, que duraron con más o menos intensidad hasta el final del verano, hicieron que volviéramos otra vez hacia la costa del mar Mediterráneo.

T. Segarra

1

Sin pretender llegar a ninguna parte uno puede llegar muy lejos

Los árboles relucían verdes amarillentos con el cielo cubierto de nubes oscuras. Todas las tardes, desde hacía unos días, las nubes cubrían el cielo de norte a sur, provocando truenos, fuertes ráfagas de viento, algún relámpago y algo de lluvia. Todo estaba seco a excepción de algunos arbustos que podían resistir el tórrido sol de principios de agosto. Los lirios, que hace un mes largo estaban llenos de vida y esplendor; las amapolas, frágiles y llamativas; la verde y fresca hierba que cubría toda la tierra; todo se había convertido en un reseco manto amarillento. Solamente resistían los árboles que abundaban en cantidad y grandeza. El lugar era muy frío en invierno y muy caluroso en verano. Era un sitio por encima de los ochocientos metros sobre el nivel del mar. Las personas que eran naturales del lugar soportaban con gran facilidad los rigores del clima. En total unos mil vecinos, que habitaban en casas viejas y algún chalet -solamente había un edificio de cuatro plantas-.

Todo lo que nace tiene que perecer, esta es la ley que rige a la vida. Los hombres no queremos morir. Y para que llegue lo nuevo tiene que haber destrucción total. Si no morimos a todo lo que nos tiene atrapados, seguiremos devorándonos unos a otros. Uno tiene que ser sincero y claro, sin un morir, sin un renunciar, no podremos desprendernos de lo que nos tiene esclavizados. Podremos crear una ilusión, podremos justificar el actual estado de cosas, podremos adherirnos a una idea o un método, la situación de angustia y desesperación no desaparecerá. Para que desaparezca uno se tiene que desprender, tiene que morir, tiene que renunciar a todo lo que provoque conflicto.
En verdad la vida es tremendamente complicada, pero los hombres con nuestro comportamiento tan terco y obstinado lo agravamos aún más. Vemos que en el mundo físico la semilla muere y es cuando da fruto; vemos que la flor nace y se llena de esplendor hasta que se marchita y perece; vemos que para alimentarnos tenemos que provocar la muerte de seres vivientes; pero no vemos que para que venga algo que no tenga nada que ver con la desdicha diaria, tiene que morir todo el pasado que domina nuestra existencia. Esto no quiere decir que uno tiene que deshacerse de los recuerdos de algo que aconteció hace mucho tiempo, sino que tiene que aniquilar el ayer, todo lo que ayer aconteció tiene que ser destruido por la llama de la unión y la profunda atención que llegan con el amor.
Así funciona la vida y nosotros no lo aceptamos, de ahí la desdicha del aferrarse, de la posesión, de la identificación, de la dependencia. Cada uno es dueño de su vida en cierto modo y de cada uno de nosotros depende el que nuestro futuro inmediato sea limpio y agradable, o tortuoso y detestable. Sin pretender llegar a ninguna parte uno puede llegar muy lejos, pero si pretendemos llegar muy lejos no llegaremos a ninguna parte. Esto es así de maravilloso. Lo que tenemos que tener muy claro es, ¿qué es lo que queremos? Si queremos paz, orden, armonía, si queremos dicha y no desolación, no podemos estar viviendo en conflicto, con agresividad y violencia. Todos los obstáculos, que parecen insalvables, que la mente ve a la hora de hacer el cambio radical, no son más que miedo e ignorancia.
Es muy sencillo, cuando uno no quiere comer algo porque sabe que no le sienta bien, tiene toda la energía para afrontar el posible reto de eso que le perturba el cuerpo. De igual manera si viésemos toda la nocividad de la violencia, de la brutalidad, la peligrosidad del egoísmo, podríamos deshacernos de todo fácilmente y sin ningún esfuerzo. Pretender ser algo y no llegar a ello, es algo que nos pone neuróticos y nos destruye lentamente. Uno tiene que desechar todo lo que digan los demás y enfrentarse cara a cara con los hechos, con la realidad viva y cambiante. Si uno dice que no quiere la violencia, tiene que investigar muy profundamente este asunto y descartarla en un instante de todo su ser. Toda justificación, todo rebrote, todo sentimiento violento, es porque no hemos muerto a todo nuestro pasado que está lleno de división y sufrimiento.

La montaña por donde salía el sol, estaba toda cubierta por pinos que eran bendecidos todos los días por los suaves rayos de luz. Antes de que apareciese la bola enrojecida, los pinos estaban apretados y compactos; luego a medida que ascendía e iluminaba toda la tierra, los pinos parecían abrirse y engrandecerse. Era un momento totalmente embriagador. En esos preciosos momentos, centenares de vencejos se desplazaban en pequeños grupos o solitarios de un lugar a otro por encima de los viejos tejados; iban gritando y muy veloces. Todo estaba quieto y delicado, era el nacimiento de un nuevo día.

2

La realidad siempre está ahí y es la misma

El valle era estrecho pero muy largo. Uno podía verlo unos doscientos metros más abajo. Por él pasaba una bien cuidada carretera, un riachuelo y unos cuantos caminos pedregosos y polvorientos. Los campos de cultivos, que llegaban hasta donde empezaban los pinos, tenían colores variados predominantemente terrosos. Los árboles marcaban el trayecto por donde avanzaba el riachuelo abriéndose paso hacia abajo. Los olmos, los chopos, los ailantos, los nogales, eran grandes y muy respetados; ya que la leña, a pesar de la electricidad y el gas, era algo de una gran utilidad, además era muy usada para la construcción y reparación de casas. Los olmos habían contraído una epidemia y muchos de ellos se habían secado completamente; algunos permanecían secos durante años pudriéndose las raíces, por lo que cuando soplaba el viento muy fuerte algunos caían; en algunos lugares representaban un peligro, sobre todo los que estaban cerca de las poblaciones.
Y el valle desde lo alto se veía como una joya, como algo de un incalculable valor, como un niño pequeño, como un juguete de gran estima; en cierto modo tenía un aire irreal, como el de una visión; pero era tan verdadero como la misma tierra que uno pisaba, allí estaba la vida y la muerte, la alegría y la tristeza, la fortuna y la desgracia. Solamente la visión en conjunto de tanta vida y armonía, le llenaba de un gozo indescriptible a todo aquel que tuviese la sensibilidad suficiente para poder ver.

Por mucho que le demos la espalda, que la olvidemos, que la queramos cambiar a nuestro gusto, la realidad siempre está ahí y es la misma. Si queremos que todo este desastre e insano vivir cambie, no podemos dejar de mirar lo que es la realidad. El hombre es rutinario, vive de costumbres, es como una grabadora que todo lo que ve u oye lo registra. No se da cuenta que dentro de él hay algo que es nuevo y no grabado. Por eso es que la realidad que le han enseñado es la que le domina.
La realidad es todo, el bien y el mal, lo regular, lo casi correcto, pero tenemos que quedarnos con lo que salga después de haber descartado el mal. La realidad entonces es ver dónde está lo negativo y descartarlo. No tenemos que hacer ninguna otra cosa, como métodos de relajación y concentración, como elucubraciones sobre el futuro, como disciplinas santificadoras. Cada vez que perdemos la visión de la realidad, estamos sembrando la confusión y la desdicha. Al ser el egoísmo tan poderoso y estar tantos miles de miles de años dentro de nosotros, nada más se le pierde de vista se pone en acción. Es como vivir con alguien que nos quiere engañar. Por eso es tan importante estar todo el tiempo atento a todo cuanto ocurre dentro y fuera de nosotros.
Si no prestamos atención a la realidad, nuestra existencia estará dominada por los conflictos, por el desgaste, por el dolor. Hay personas afortunadas que tienen acceso a informaciones clarificadoras, aunque el condicionamiento es tan intenso y penetrante que son borradas y dominadas por éste. Uno tiene que entregar toda su vida para llegar a la verdad y permanecer en ella. De otra manera nunca llegará; y si llegase pronto sería atrapado por la falsedad y el viejo sistema egoísta de vivir. La armonía y la paz no se consiguen mencionándolas de vez en cuando. La felicidad llega cuando hay una ausencia total de conflicto; y esto solamente puede ser cuando nuestro comportamiento no está sembrando la semilla de la discordia, ni del odio, ni de la ambición.
Ver todo esto forma parte de la realidad. No podemos pedir que en el polo norte haga calor, ni que en la selva ecuatoriana haga frío. La realidad es lo que es, sin quitar ni poner nada. Y de esa visión que surja la suficiente energía para poder descartar cada reto negativo, que nos llevaría al conflicto y a la desdicha. Es un trabajo de cada uno; en el momento en que se presenta el reto estamos solos ante él, sin ninguna ayuda posible. Solamente nuestra actitud interna será la que se manifestará para enfrentarse al reto. Lo que surja después será lo que en realidad tenemos dentro de nosotros.

Antes de que aparecieran los hielos, las escarchas y la nieve, subiendo casi en lo alto de una cuesta, uno miró inconscientemente hacia el cielo donde había una gran manada de grandes pájaros negros. Avanzaban en forma de una gran V hacia el sur, emitiendo de vez en cuando algún graznido. Parecían grullas, por su graznido y su volar. Pasaron por encima y uno las estuvo mirando hasta que los repechos de la montaña las ocultaron. Toda la manada parecía feliz y volaban fáciles y ligeras. El tiempo que duró la visión pareció corto, aunque no lo fue en realidad. Uno intentaba vanamente que aquella maravilla, tan libre y sosegada, prolongara su presencia.

3

La verdadera relación florece donde no hay egoísmo

Las urracas gustaban de comer el pan duro que echábamos a los gorriones. Al principio eran muy reticentes y miedosas, que ellas vivían en el campo abierto y el pan estaba en la calle-camino delante de la casa. Los gorriones, por su pequeño tamaño eran más rápidos a la hora de huir de los astutos gatos. Primero se ponían en los postes de teléfono que sujetaban los cables, luego en los bordes de los tejados y por último se echaban al suelo a comer, alguna vez gritaban. Al menor peligro alzaban el vuelo y se ponían a salvo. Eran elegantes y de vuelo fácil, sobre todo en las distancias cortas, en las largas parecían torpes e impotentes de llegar al destino. Cuando aparecían todo el lugar se transformaba. En la cola tenían unas largas plumas delicadas terminadas en punta de color blanco y negro, igual que todo su cuerpo. Las piernas eran altas y negras, así como su grueso y grande pico. Eran saltarinas y un poco descaradas. Los hombres a finales del mes de julio habían levantado la veda para cazarlas y destruirlas, decían que eran perniciosas para el campo.

Cuando los hombres hacemos algo negativo, deberíamos detenernos e investigar el porqué de tal actitud. Nos gusta justificar todo lo que hacemos. Incluso si nos sucede algo intentamos demostrarnos que no había ningún motivo para que llegase el suceso. Esto es debido a que estamos medio dormidos, a que no nos encaramos con los problemas, a que vivimos una vida de distracción y de placer. Si vivimos una vida negativa, los sucesos que llegarán tendrán que ser también negativos; y nuestra existencia no tendrá ninguna belleza, ni hermosura.
No podemos soportar indefinidamente el dolor diario sin darle una solución definitiva. Esto nos destruye aún más la lucidez, nos destruye el poder de visión clara que tiene la mente, nos destruye la relación, nos destruye la vida. Ya que la vida es relación, y sin ella es como si uno estuviese muerto. Un hombre que busca la verdad, no tiene deseos. Los deseos quedan atrás, porque han sido quemados con la directa vivencia, o con la visión clara e interna de su negatividad. Lo que no podemos hacer es vivir sin mirar la realidad. La realidad cruda parece desagradable, pero no tenemos más remedio que vivir con ella.
Somos ambiciosos y estamos apegados a tantas cosas, que la única salida que le damos a nuestra existencia es una renovación del viejo comportamiento. Pensamos que por hablar de temas un poco complicados, con adoptar un método de vida -no comer carne, vestir una manera diferente a los demás, juntarse con personas que se autodenominan espirituales-, hacer algún costoso y largo viaje, nuestra vida ya es virtuosa y correcta. No es así, porque vivimos del engaño, vivimos en un falso mundo que hemos creado, vivimos solamente para nosotros para nuestra propia seguridad. Y así no puede haber verdadera solución.
La verdadera relación florece donde no hay egoísmo, ni miedo; donde no hay el más leve deseo de ambición. El egoísmo, el miedo y la ambición tienen una misma raíz, que es la ignorancia. Son como las piedras de un collar que al quitarles el hilo que las une -el hilo es la ignorancia- ya no tienen utilidad y sentido. Las palabras no son lo descrito, por bien rebuscadas y elaboradas que sean. Lo importante es la vivencia, que nos pone en contacto directo con lo que es la vida. Sin desprendernos de la ignorancia todo lo que hagamos no tendrá nada que ver con lo verdadero. Podremos decir que no somos mundanos, que no somos violentos, que hacemos el bien, pero la verdad estará muy lejos de nosotros.
Lo verdadero no se puede cultivar. Lo verdadero y las ideas preconcebidas, por nobles que parezcan, es algo absurdo, es engaño. Lo verdadero nace donde existe la esencia de la vida que es la nada, lo desconocido, lo nuevo e inmaculado. Vivir una existencia así, es morir a cada instante a todo para que el milagro de lo nuevo pueda ser. Lo nuevo nos cura de todos los dolores de la responsabilidad. La autoridad es responsabilidad y esto nos enfrenta y nos destruye.

A pocos metros de un puente de un manantial, en un recodo de la bajada al valle, había un gran plátano de sombra único en el lugar. Era muy alto y muy ancho; se veía sano y limpio; la corteza del tronco era verdosa y fina con algunas manchas blanquecinas. Todo él era hermoso y desprendía una gran dignidad. Cuando uno se acercaba bastante como para tocarlo sentía toda su grandiosidad y belleza. El hombre, por su forma y distribución de las ramas, parecía no haberle puesto nunca un hacha encima.

4

En el pasado está la esencia y el sustento del placer

Había aguantado la fina lluvia invernal, tres nevadas, algunos días de fuerte vendaval, muchas escarchas, pero un día antes de que empezasen los calores, cuando estaba anocheciendo, se presentó una fuerte tormenta con abundantes truenos y relámpagos, empezó a caer agua de tal manera que el tejado, envejecido y maltrecho, no la podía contener. El lugar donde estaba la mesa de comer, por tres de sus cuatro lados, le caían las goteras. La habitación donde estaban las camas de dormir, también tenía tres goteras. Era tal la intensidad con que caía el agua, que el ruido al caer sobre las tejas lo abarcaba todo. Las canales de las tejas no podían dirigir el agua hacia abajo. Por fortuna duró una media hora larga. Muchas casas habían sufrido la misma suerte.

El condicionamiento del hombre es hacia el placer. El placer tiene multitud de formas. El placer surge por el recuerdo de algo que hemos vivido y que nos gustó; y por ese mismo recuerdo es por lo que buscamos el placer. Aunque en realidad el placer no existe. Lo que existe es el recuerdo de algo agradable, que quiero que se repita; ese algo es el que hace que surja el deseo de repetición, al que llamamos placer. Por eso el placer siempre es lo viejo y repetitivo.
No estamos en contra de nada. Solamente nos atenemos a los hechos. A la visión de lo que ocurre cada día en nuestras vidas. Uno de los motivos de que nos acordemos, tan repetidamente es algo que nos ha sucedido o algo que hayamos hecho, es que no lo vivimos con todo nuestro ser. Y por tanto siempre queda algo incompleto. La parte no es el todo. Y para que vivamos completamente algo, para que no nos perturbe al cabo de un tiempo, tenemos que ser totales. Tenemos que vivir con tanta intensidad, que cada momento que vivamos quede reducido a la nada. Sin destrucción la vida no puede continuar; y lo vivido tiene que quemarse en esa vivencia.
¿Por qué no podemos vivir algo sin que deje ninguna huella en nosotros? No sería maravilloso qué viviésemos con tanta pasión, que los acontecimientos fueran algo así como cuando bebemos un vaso de agua, el cual no nos perturba. Es decir, he bebido un vaso de agua porque tenía sed y punto. Aquí se terminó todo, no hay ninguna huella, ni recuerdo, ni perturbación; para que la vida sea en todo su esplendor tenemos que vivirla así. Esto no puede quedar en una mera teoría, esto es una realidad que le podemos dar vida.
Siempre estamos fragmentados y aquí es donde radica la raíz de todos nuestros males. Ser completo, estar realizado, es lo más importante de la vida. Si somos completos todo lo que hagamos será ordenado. Al contrario, si hacemos muchas cosas, aunque parezcan piadosas y sociales, pero estamos fragmentados, y por lo tanto no nos realizamos, provocaremos desorden y confusión. El fuerte condicionamiento y la ambición nos empujan a hacer cosas que no las podemos realizar completamente. Ser uno mismo es borrar el condicionamiento a que ha estado sometido. El amor tiene mucho que ver con todo esto, pues si uno no se sabe cuidar y dirigir correctamente, cómo podrá cuidar y ayudar a los demás.

Cuando cortábamos los pequeños olmos, resecos y azotados por el viento, uno comprendía todo el valor de un árbol. Estaban muertos desde hacía algunos años y tenían la corteza de un dedo de espesor levantada, solamente en algunos puntos permanecía adherida al tronco o a las ramas, por lo que había una especie de cámara donde habitaban insectos muy pequeños, arañas, ciempiés y una criatura brillante de color terroso claro y oscuro, que tenía una tenaza por la cola. Ellos lo necesitaban como cobijo, nosotros para poder sobrevivir al crudo invierno. Cuando el árbol caía al suelo el lugar se transformaba instantáneamente, había habido una conmoción y una liberación. Aunque tal liberación fuera visual, es decir del espacio, ya que la naturaleza tenía procedimientos y recursos para transformarlo y deshacerse de él. Uno ponía todo el esmero que era posible para no destruir toda la vida que nos rodeaba. Había algo empujaba a la brutalidad, y algo que se manifestaba en una dulzura y suavidad, por lo que había que estar muy alertas a cada movimiento de la mente.

5

No hemos nacido para ser desgraciados

Un día antes de que nevase, los grajos, muy parecidos a los cuervos, los gorriones y los pajarillos del mismo tamaño, los cuervos y uno mismo presentían con su desasosiego que algo iba a suceder, algo que no sucedía todos los días. Los gorriones se agrupaban e iban de un lado a otros rápidos, asustados y un poco desconcertados; los grajos y los cuervos también se agrupaban e iban deambulando por los aires sin una dirección concreta; el cuerpo de uno se estremecía, sin acertar las causas y el motivo de tal alteración. Al día siguiente, cuando la nieve empezaba a caer, aún temprano y casi oscuro, todo era suave, delicado y silencioso. Había un gran sentimiento de resignación, de un dolor que estaba más allá del dolor. La nieve había cubierto toda la tierra en poco tiempo y había impuesto su ley. Todo era nieve lo que se veía, no había ni hierba ni tierra. Todo el lugar lucía un blanco refulgente y un poco deslumbrante. Había abundantes beneficios para los hombres, pues el trigo, la avena, la cebada, los manantiales y todo el campo se enriquecían con tanta abundancia de nieve, que al derretirse lentamente la tierra se la iba embebiendo. A medida que paraba de caer nieve, los estorninos, que el día anterior también daban muestras de desasosiego, y los pajarillos, se disponían a salir de sus cobijos e intentaban buscar algo de comer.

No hemos nacido para ser desgraciados. Por lo menos esto lo tenemos que saber. Podemos deshacernos de todo lo que nos causa angustia y desesperación. Pero para poder descartar, de una manera definitiva, todos los problemas que nos están aplastando y destruyendo, uno tiene que optar por no vivir con lo negativo. Esto no es fácil, si uno no ha llegado hasta la misma raíz de lo qué es la vida y qué es el vivir. Ya que todos los demás, y la mente propia, se opondrán a que descartemos definitivamente todo lo negativo.
Está el problema de la soledad, el problema del trabajo, el problema del dinero, el problema del romanticismo, el problema familiar, etc. En realidad, el único problema que hay es con uno mismo. Pero los hombres tenemos la posibilidad de obtener una energía infinita que hace desaparecer todos los obstáculos. No sé si han estado alguna vez enamorados de alguna persona de verdad, si lo han estado habrán observado que no hay ninguna dificultad para amarla; aunque estén separados, aunque alguien pretenda menospreciarla y le intenten persuadir de que no le conviene, seguirá amándola. ¿Por qué no podemos hacer lo mismo con la verdad, con el vivir ordenadamente? ¿Por qué no vivimos siempre enamorados de la verdad?
Nuestra cultura y civilización ha dado demasiada importancia al sufrimiento como algo necesario para poder vivir honestamente. Esto no es ni más ni menos que represión y la subyugación a un sistema tirano, que necesita la obediencia para poder subsistir. Si no les hiciésemos caso, todos los dictadores y tiranos desaparecerían de la faz de la tierra. Es porque nos enredamos con ellos, por lo que les damos vida. El primer paso cuenta mucho, si no lo tenemos de una vez por todas claro, ya que el condicionamiento nos tiene dominados, a los demás más aún y esto lo agrava ya que no nos pueden ayudar.
La ventaja que tenemos es que la puerta siempre la tenemos abierta, para poder cruzarla y salir a vivir la vida completamente, sin violencias, sin conflictos que son el germen de las agresiones, con paz y armonía. La vida es demasiado maravillosa para malgastarla en amarguras, en responsabilidades que nos llevan al conflicto, en ideas que están al servicio de un determinado grupo de poder; si no la vivimos plenamente perderemos algo, que no se puede describir, que pronto nos hará viejos, vulgares y enfermizos.

Una mañana, cuando las personas casi todas dormían, por una calle empinada bajaba un hombre mayor con una mula atada a una cuerda; del cuello de la mula estaba atado un gran caballo rojizo; del cuello del caballo estaba atada una yegua, también rojiza y un poco más pequeña; detrás de ellos iba un potrillo, del mismo color de sus padres, de unos seis meses, suelto y alegre; también les acompañaba un perro galgo negro, que le colgaba del collar un palo de un palmo, delgado, para que no pudiese correr y cazar las liebres, ya que cuando corría se le ponía entre las piernas de delante y se caía. Todo el grupo, los animales y el hombre, hacían un todo ordenado. Uno al verlos bajar se detuvo para observarles. Al pasar a unos escasos metros, el potrillo se giró y se detuvo cruzándose en la calle para que nos observáramos mutuamente; solamente había unos palmos de distancia y toda la vida fluía a chorros con esa maravillosa criatura; estuvimos un largo tiempo mirándonos, sin miedos, sin querer retener, sin prisas. El grupo no se enteraba de lo que estaba sucediendo y caminaba con su ritmo monótono hacia un cruce de tres calles, una a cada lado de la que bajaba, por lo que uno temía que al desaparecer sus padres y acompañantes el joven caballo se sentiría perdido. Por tanto uno provocó un movimiento a modo de advertencia y el joven animal reaccionó buscando, dirigiéndose con saltos alegres y fáciles, que hacían que sus tiernas pezuñas provocasen los ruidos característicos al tropezar contra el suelo, hacia el grupo que ya se disponía a girar por una esquina.

6

Saber ver es actuar

Toda la atención y el servicio que una madre presta, si es sincero y cariñoso, a sus hijos tiene un valor que no se puede compensar fácilmente. Una niña, de pelo rubio no muy claro, daba los primeros pasos cogiéndose de las sillas y las paredes; aunque no podía andar sueltamente, corría fácil y alegremente. Sus padres eran felices viendo, en la larga tarde y noche invernal, como su tierna hija se sentía segura y a gusto.
Cierto día, que había estado haciendo desde la mañana un fuerte vendaval, y cuando ya era de noche, la madre sufrió un ataque de nervios. Se puso muy irritada y con un rostro alocado, gritando y no viendo ninguna solución para salir de tan comprometido estado. La dureza del lugar y la distancia donde se hallaban sus otros dos hijos, de doce y catorce años, ya que estaban en la costa distante unos cuatrocientos kilómetros, la provocaban estados de tristeza. No había tenido demasiada fortuna en su corta vida: a los diecinueve años se casó, ya que quería salir de la brutalidad y la falta de respeto que imperaba en su hogar familiar; tuvo dos hijos varones. Cuando llevaba unos nueve años de casada, tuvo un despertar espiritual. Dejó de comer carne y de llevar una vida mundana. Este cambio no lo entendía, ni lo aceptaba, su marido ni tampoco sus dos hijos. Los niños la confundían con una loca, ya que su padre decía que lo era. Al cabo de un tiempo de muchas agresiones y violencias se divorciaron, y los niños se quedaron con ella.
A los tres años de divorciada la relación entre sus dos hijos era conflictiva e insoportable; ya que los niños todavía no entendían el porqué de la actitud de su madre; ellos eran competitivos y querían serlo, su madre intentaba no serlo; ellos comían carne, su madre era vegetariana; eran agresivos y violentos, y su madre hacía lo posible para no serlo.
Un día conoció a un hombre y decidieron vivir juntos. La madre quería mandar a un colegio interno a sus dos hijos, que tenían nueve y doce años, a lo que su nuevo compañero se opuso. Durante dieciocho meses vivieron los cuatro juntos, habiendo los mismos conflictos que antes; y aún más pues su madre al sentirse más segura se reafirmó en su actitud de búsqueda de la verdad.
La madre se puso en contacto varias veces con el padre de los niños, explicándole la situación. El padre decía que no quería saber nada. La situación, cada vez estaba más deteriorada; además había nacido una niña y era un motivo más de confusión. Un día por la mañana decidieron salir del hogar. Dejando una nota en la que les comunicaba su decisión. En la misma nota se les decía que tenían que llamar a su padre por teléfono y comunicarle la situación, por lo que tenía que ir a por ellos lo antes posible, ya que tenían comida para tres o cuatro días.
El padre fue y se los llevó, pero no se puso a vivir con ellos, entregándoselos a su suegra que vivía en la misma ciudad.

Educar a los hijos es algo que debemos hacer con sumo cuidado. Cuando las palabras no significan nada, cuando alguien está obstinado y no puede ver, debemos pasar a la acción. Aunque las palabras y la acción sean la misma cosa. Los hombres cuando viven algo intensamente están vivenciándolo, están viendo dónde está la realidad y la verdad. Un hombre rutinario y repetitivo, pocas cosas nuevas podrá ver; y por tanto tampoco podrá ver dónde está la verdad. La rutina, si no es vivenciada también -y entonces ya no sería rutina-, es degradante y morbosa.
El comportamiento convencional tiende a la repetición. Y lo que todos repetimos es la manera de vivir conflictiva. Ser convencional es llevar una vida de vulgaridad. Ser nuevo, ser ágil, ser flexible es salir de lo repetitivo. La vida para qué queremos vivirla amargamente. Si no somos equilibrados y felices, ¿qué podemos hacer por los demás? ¿Qué necesitamos para vivir armoniosamente y sin conflictos? ¿Dónde está el secreto para que aparezca la felicidad y la paz?
Cuando uno ve donde está el conflicto lo tiene que eludir. Cuando uno ve donde está lo negativo lo tiene que descartar. Lo que surja, después de haberlo descartado, no sabremos lo que nos deparará, pero seguro que no será tan negativo como antes. No hay acción completamente correcta, en el sentido de perfección. Cuando a alguien le duele una muela y va al dentista, a lo mejor la tienen que reparar o arrancársela, o en última instancia tiene que ingerir medicamentos; y todo esto, mirándolo bajo el sentido de perfección, no tiene nada de perfecto.
Lo perfecto es lo que es: el dolor de muela, la alegría, la tristeza, la separación familiar, la unión entre dos personas, la enfermedad, lo feo y lo agradable. Todo lo demás, las fantasías y las ilusiones, es producto de nuestras mentes. Saber ver es actuar. Y en el saber ver hay inacción, de donde surge la acción total. Toda acción tiene una reacción; es decir toda acción provoca algo de dolor. Esto es así. Cuando alguien se casa y deja a los padres, estos se entristecen. Cuando una madre da a luz a un nuevo ser, hay un gran dolor. Cunado un cirujano extirpa algo que molesta al cuerpo para su correcto funcionamiento, hay también dolor. Cuando uno va por la calle y ve que las hormigas están comiendo algo y lo retira a un lugar donde no puedan ser aplastadas, se produce a ellas unas molestias.
Lo queramos o no, la vida es unos momentos llevaderos y otros momentos pesados y difíciles de llevar. De nosotros depende el que los momentos difíciles y complicados desaparezcan, o prosigan atormentándonos y torturándonos. No hay que hacer grandes cosas, solamente tenemos que ver y discernir; y de ello la acción que no es acción, puesto que no será una acción nuestra; sino que será una acción de la verdad.

Los jóvenes gorriones, volaban detrás de los padres pidiéndoles algo de comer. Ya lo podían hacer ellos solos, pero la costumbre adquirida hacía que viviesen esclavizados a sus padres. Sus padres no les hacían ningún caso. Alguna vez se paraban por el camino o encima de algunas tejas y cogían algo y se lo daban al inexperto pajarito, que no paraba de menear las alas y piar.

7

Lo nuevo es lo desconocido y lo inesperado

Íbamos a la ciudad por un camino que rodea el pueblo por la parte norte; era un camino tranquilo, ya que al hacer la carretera general casi nadie la usaba. El vehículo que nos llevaba, una furgoneta grande que era utilizada para transportar pan, avanzaba entre unas acacias floridas. El suelo del camino estaba cubierto por las florecillas amarillentas que habían caído recientemente; y el olor y la frescura de las primeras horas del día lo invadían todo. Las acacias eran grandes y hermosas; y estaban plantadas a ambos lados del camino. Un grupo de mujeres, aprovechando la suavidad matinal, iban de paseo alegres y felices. La temperatura era muy agradable al principiar el día, luego el sol abrasaba todo lo que se exponía a él. Ya habían cosechado la cebada y el trigo; y toda la tierra estaba cubierta de paja, salvo algunos campos que cultivaban girasoles, que ya estaban floridos. Era una mañana que nunca había sido antes, era algo nuevo e irrepetible, había una dicha que solamente llega en esos momentos inesperados.

Uno de los mayores trabajos que debemos hacer los hombres es intentar no ser engullidos por el medio que nos rodea. Es algo que llena de alegría cuando uno empieza a ver el juego de su propia mente, que fácilmente se deja influenciar y atrapar por los demás. Cada vez que uno descarta algo negativo, que ha entrado en su mente, hay una dicha y una gran sensación de felicidad. Cuando nos relacionamos con alguien, hablando y conviviendo, entonces toda la grandiosidad de la vida se pone en funcionamiento. Entonces uno ve la gran utilidad de la lucidez y la atención.
Los hombres somos muy egoístas. Y bajo todas las circunstancias florece el egoísmo, que uno con la sensibilidad que da la comprensión tiene que descartar. El egoísmo es tan astuto, que hasta inventa ideas y toda clase de hombres que son presentados como dignos de ser seguidos, como líderes, como sabios y hombres de paz, cuando en realidad son sumamente egoístas y provocadores de conflictos. Todo hombre que sigue a otro, no podrá ir a ninguna parte que no sea de la mano del que sigue. Tan ignorante y egoísta es el que sigue, como el que se deja seguir. Lo nuevo es lo desconocido e inesperado.
Dejarse llevar es muy fácil y cómodo. Buscar e indagar, profundizar e interiorizarse, hacer introspección no nos gusta. Nos ponemos melancólicos y tristones, y salimos rápidos a buscar a todo lo viejo a que estamos acostumbrados. Por eso somos tan vulgares y tenemos tanta poca sensibilidad. Pensamos que vistiendo de una manera algo diferente, que, viajando a ciertos lugares, que repitiendo frases y algunas ideas de otros ya no somos vulgares. Cuando la vulgaridad desaparece es cuando uno es verdaderamente original. Cuando uno sabe a dónde ir, cuando uno escucha a todos y descarta lo que tienen de negativo, cuando uno es una luz para si mismo y no sigue a nadie, cuando uno no necesita a nadie que le guíe porque ha visto el desorden que esto provoca, entonces llega lo nuevo, la originalidad.
La auto-compasión es otra forma de egoísmo. Nos gusta vivir protegidos, nos gusta ver gente a la cual conocemos, nos gusta tener el futuro planificado. Todo lo que nos deje cara a cara con la realidad pronto lo rechazamos. Y luego pretendemos hablar de la verdad., pronunciar bellas palabras, mencionar frases y nombres, sin darnos cuenta que no estamos haciendo nada nuevo, nada más que repetir, dándole otro enfoque, lo que otros han dicho y que de nada sirve.

Las águilas volaban en todo lo alto del cielo. Rara vez meneaban las alas, siempre las tenían extendidas, como si fueran toda una pieza rígida. Avanzaban sin ninguna dirección, el viento las llevaba hacia donde empujaba. Siempre planeando y mirando, y dando vueltas sinuosas sin ninguna prisa, como si fuesen amigables e inofensivas. Una plegó las alas y se dejó caer por el vacío. Cuando bajaba casi verticalmente, daba la impresión que era una gran piedra. Todo fue muy rápido y pronto desapareció. La otra -eran dos- también desapareció dejando un sentimiento de temor.

8

Pueden pasar muchas cosas si uno se niega a ser violento

Estábamos conversando cuando una joven mujer, que hacía de cartero, entregó una carta. El hombre que la abrió, de unos setenta años y que vivía con su hermana de edad parecida, dijo que era una paga por ser mutilado de guerra. Le habían herido en la mano y en las piernas, cuando las autoridades le habían llamado para ir a combatir en el frente. Después de terminada la guerra, huyó, como lo hicieron muchos, a un país vecino que lo acogió. Donde estuvo veintiséis meses en un campo de refugiados, hasta que otra cruel guerra iba a estallar y volvió.
Uno le preguntó, si no hubiese podido dejar de combatir. A lo que contestó: “Cuando uno va a la guerra, los que tiene enfrente te tiran, te disparan; y tú o haces lo mismo o ya sabes…”. Dijo que la guerra era lo peor que había. Que después de volver estuvo sin libertad veintiséis meses. Era un hombre retraído, que, aunque él dijera lo contrario, el pasado le había arrancado toda la alegría.
Después de estar combatiendo durante tres años, cuando tenía toda la juventud, y cuatro años largos más sin libertad, lo único que le hacía sonreír era cuando hablaba de los chatos de vino que se tomaban él y sus amigos, cuando no existían los bares y solamente había tabernas.

Lo peor que le puede pasar a uno, es encontrarse en un lugar donde hay personas muy agresivas y violentas. La crueldad, esencia de la violencia, es muy contagiosa. Uno podrá estar siempre renunciando para no responder a los retos brutales. Pero al final uno tiene que salir, para dar la mayor lección que se puede dar, que es el renunciar a la violencia. Siempre puede uno salir, esté en el campo de batalla o en su propio hogar. El pensamiento inventará algunos obstáculos, como el miedo, el sentimentalismo, la impotencia. Pero si uno quiere puede salirse de la crueldad y la violencia. Pueden pasar muchas cosas, si uno se niega a ser violento, pero nadie, si uno no quiere, le puede obligar a que haga uso de la violencia.
Uno tiene que dejar la vulgaridad del estar siempre peleándose, del discutir airadamente. Siempre tenemos un motivo para enfrentarnos, defender el dinero que tenemos, defender una opinión o idea, defender algo que nos es muy estimado. Debemos de estar muy preparados, porque el mundo se rige por la brutalidad y la violencia. Y vaya donde uno vaya, allí la encontrará. Pero uno tiene que eludirla. Al principio parecerá algo imposible, ya que tendrá mucho que exponer y tal vez perder. Si quiere, uno no tendrá nada que ver con todo lo relacionado con la violencia.
En la escuela nos enseñan el sistema para que desarrollemos la agresividad. Nos hacen ser competitivos, nos hacen comparar a las personas, nos hacen ver en el esfuerzo algo útil y necesario. Y todo esto nos hace tremendamente crueles y dispuestos a la violencia. No solamente el que empuña un arma o el que arroja bombas, es violento; antes de llegar hasta ahí, ha habido una serie de condicionamientos, de tolerancias, de algo que empuja, sin saber cómo, a solucionar los problemas por la vía de la violencia. La violencia existe porque hay división, porque las personas estamos enfrentadas en muchos aspectos, porque, aunque muchos dicen que es negativa, ellos mismos la toleran y la practican.
Para que la violencia desaparezca de nuestras vidas, debemos de empezar por respetar lo más débil y vulnerable, debemos de llevar una existencia limpia y honesta, debemos ser muy claros en cuanto si deseamos o no, de verdad, llegar a la raíz de ese problema y descartarlo para siempre. Todo lo demás, los métodos y los sistemas de relajación y meditación, los diferentes grupos religiosos, las asociaciones y las expresiones multitudinarias, de nada servirán. ¿Por qué no nos manifestamos en contra de todas las guerras, en contra de todas las violencias, en vez de hacerlo siempre por algo que tenemos cerca, o algo que es muy llamativo y nos conmueve?

Un pedazo de la cima de la montaña, que llegaba hasta el valle de una manera muy suave y poco accidentada, estaba dedicado al cultivo de los olivos. Encima de ella, donde empezaba la pendiente, había una planicie donde cultivaban trigo o cebada. Abajo del todo estaban creciendo los mirasoles, algunos floridos y todo amarillo, y otros todavía sin florecer y todo verde. El sol estaba empezando a calentar y todo tenía una gran dignidad. Abajo se veía todo grandioso, desde lo alto todo era digno. Los colores verdes pardos de los olivos, encima el color de la paja rubia y el amarillo de los mirasoles eran tan reales y verdaderos que uno participaba con ellos, no existiendo ninguna distancia entre uno y lo que estaba observando.

9

La necesidad nos hace ordenados y limpios

El otro día por la tarde, cuando las personas han llenado el estómago y el fuerte sol les obliga a permanecer quietos y encerrados en sus casas, un niño de uno quince años bajaba por el camino con un rifle de aire comprimido. Iba mirando por todas partes para ver a que le disparaba; lo hizo dos veces, una a través o muy cerca de un árbol y otra a una pared. Por los cielos no había nada volando. Los vencejos, los gorriones, los estorninos, las golondrinas y los palomos habían desparecido o permanecían quietos y asustados. Había un gran temor y espera en el lugar. Al cabo de un tiempo todo volvió a la normalidad.

Que los hombres estamos deteriorados es algo evidente. Cuando no tenemos dinero lo pasamos mal, cuando somos tiernos queremos ser adultos, cuando somos maduros queremos ser jóvenes, cuando tenemos dinero éste nos destruye, los que están en la costa quieren ir al interior, los que están en el interior quieren ir a la costa, los que viven en las grandes ciudades algunos desean residir en sitios campestres, los que habitan lugares rústicos algunos también desean residir en grandes ciudades.
Del dinero siempre se ha pensado que traería la felicidad. Y esto no es verdad. Muchos lugares de la tierra poseen gran cantidad de dinero, comida y toda clase de bienes para poder vivir. Sin embargo, esto no ha traído la felicidad, antes bien el desorden y el caos ha aumentado. La abundancia de algo que ha sido conseguido, si no es cuando antes renunciado o distribuido provocará conflicto y desorden. La abundancia nos hace estúpidos y nos degrada. La necesidad nos hace ordenados y limpios.
Los lugares donde el dinero abunda, siguen estando sucio. Antes la tierra en lo que respecta a su aspecto físico, estaba limpia y equilibrada. No había abundancia de dinero, pero había abundancia de árboles y de toda clase de animales. Había un gran equilibrio y armonía en toda la naturaleza. Ahora los ríos están sucios, los animales son acosados y destruidos por puro placer, las grandes ciudades son un gran basurero, los productos alimenticios sin los productos químicos e insecticidas no podrían crecer, hay gran abundancia de armas y munición sin ninguna necesidad.
En lo que respecta al mundo interno, al degradarse el externo esto provocará conflicto. El mundo físico, la naturaleza, es como el cuerpo de un ser viviente; si hay deterioro, si hay destrucción, esto inevitablemente nos tiene que influenciar. Si una persona tiene una terrible enfermedad que le está destruyendo el cuerpo, forzosamente su espíritu tiene que estar profundamente alterado. Puede que este tremendo reto le haga abrir su percepción y cambie su manera de actuar; o puede que se refugie en el placer y se deje en las manos de alguien que está tan confundido como usted.

Hace unos días un hombre joven, de pelo rojizo y cuerpo fuerte, dijo que había matado cincuenta urracas. Uno le dijo que, para qué. A lo que contestó: “Son malas”. Y siguió tomando una bebida tonificante.

10

Ser un hombre completo y realizado es el fin de la vida

Una campana sonaba rítmicamente. Era por la tarde, cuando el sol ya empezaba a decaer. Era el anuncio que dentro de media hora comenzaría un acto religioso. El sonido venia de una robusta torre campanario, que estaba junto a la iglesia vieja, como las casas del lugar, espaciosa y con abundantes dependencias.
En total, los pocos habitantes, tenían para atender sus necesidades religiosas, cuatro ermitas esparcidas por las afueras y dos iglesias. Como en todos los sitios, había personas devotas y había otras que sentían indiferencia.

La palabra devoción se presta a varias interpretaciones. Cuando uno es devoto de alguien, de un santo, de un líder, de un dirigente, tiene un significado negativo. Cuando uno ha visto lo qué es la vida, cuando uno ve la manera tan absurda de vivir, cuando uno tiene la visión de lo qué es la verdad y la realidad, entonces su existencia la vive con devoción; aquí la motivación que provoca deja de lado lo negativo.
La vida de los hombres está muy alterada. El casamiento los perturba, la soledad los inquieta, el sexo los arrastra, el miedo los vende, el dolor lo quieren aplacar con el placer. Ante esta desfavorable perspectiva, las religiones organizadas hacen un paterno papel para los hombres abrumados por su angustiosa existencia. Estas no liberan las pesadas cargas que los hombres llevamos, sino que ofuscan y embrutecen aún más las mentes. Las religiones organizadas, no buscan la realización total del hombre; intentan planificarle y dirigirle, y construirle la sociedad.
Donde hay un método, un sistema, un ideario que seguir, esto provocará división. La religión que es una vida de unión e integración, tiene que ser la vida misma de cada día. Religión es libertad con respecto a toda autoridad, ya sea intelectual, espiritual o jurídica. Si no hay libertad la religión no puede florecer. Ser un hombre completo y realizado es el fin de la vida. Y la vida es religión, es relación, es ver la desunión y rechazarla, es vivir buscando la verdad.
El mundo se está desmoronando, lo estamos destruyendo. El hombre, antes era perverso y cruel consigo mismo y con sus semejantes. Ahora, en la actualidad, somos tan despiadados y brutales como antes con los hombres, pero además estamos destruyendo nuestra casa que es la naturaleza. Y, ¿qué hacen y dicen las religiones organizadas, ante tal grado de destrucción? La toleran, la justifican, con tal de no perder el poder y a sus robotizados devotos.

El primer día de mayo, en medio de la plaza en un hoyo construido a propósito, se levantaba todo erecto el tronco, sin ramas, de un alto árbol. Lo habían cortado los jóvenes hombres, que cumplían la edad requerida para tal fin, para demostrar su fuerza y potencia. Tenía que estar todo el mes. Una vez transcurrido el tiempo lo cortaron a la altura de un metro. Se llamaba “El mayo”.

11

Lo externo nos condiciona, pero siempre lo interno surge a lo externo

Un pastor llevaba sobre su pescuezo un corderito que hacía poco que había nacido. A veces los llevaba cogidos de las caderas de las piernas delanteras. Las madres intentaban permanecer lo más cerca posible de sus crías, por lo que iban pegadas al pastor. Los recién nacidos se dejaban manejar y se entregaban sin ningún temor. A pesar del frío parecían a gusto.
Un día, uno se acercó lo bastante como para poder saludarle y hablar con él; permanecía rodeado de un centenar de ovejas y cabras, además de dos perros que ayudaban a la hora de dirigir y mover el rebaño. Uno le preguntó si le gustaba leer. “¿Leer…? No sé leer”. Respondió el hombre con tristeza y resignación. Y continuó diciendo que era muy triste que cuando le daban un papel no supiese leerlo. Uno le dijo que se lo preguntaba porque quería ofrecerle un libro; que en realidad lo que importa es el saber que está por encima de los libros y de lo que está escrito. El pastor asentía con la cabeza mientras vigilaba al rebaño y a los perros.
Tenía una gran intuición y una gran sensibilidad a la hora de captar cualquier situación.

El condicionamiento humano es algo que nos tiene subyugados. No es cuestión de repetirlo y seguir adelante. Si queremos ser libres de verdad, tenemos que darnos cuenta de qué manera vivimos, cuál es nuestro comportamiento cotidiano, qué es lo que estamos haciendo con nuestras vidas. No tenemos que verlo como el que ve algo rutinario sin prestarle mucha atención. Tenemos que observarlo a tal profundidad que esa visión lleve al cambio. El ver es actuar. Si uno ve que un hierro está al rojo vivo ardiendo, esa misma visión lleva una acción, que es el no tocarlo.
Los hombres nos creemos muy inteligentes y sin embargo nuestro interior está por descubrir. O lo que es lo mismo, no nos conocemos. Tenemos la mente tan repleta de conocimientos, que no tiene agilidad, que está saturada y ofuscada. Qué importancia tiene haber leído mucho, dominar alguna de las ciencias, ser muy diestro en alguna materia, si nuestro entendimiento no puede ser nada más que lo que le han condicionado.
Si no podemos ver estamos perdidos. Y para ver tiene que haber un vaciamiento continuado de la mente. A la mente todo le impacto y condiciona, es como una grabadora. Y uno tiene que estar todo el tiempo muy despierto y alerta para poder desechar todo lo negativo. Lo negativo en última instancia es uno mismo, pues dentro de uno es donde nace el apego y los sentimientos egoístas. Lo externo nos condiciona, pero siempre lo interno surge a lo externo. Es decir uno puede, influenciado por ciertas lecturas o charlas, decidir no ser violento, pero si esa decisión no es tan profunda como para que haya un cambio total en la psique, la violencia surgirá.
Podemos argumentar y justificar nuestro comportamiento, pero si no hay un cambio radical en el que todo el viejo sistema repetitivo egoísta llegue a su fin, todo lo que hagamos, por muy respetado que sea, tendrá la semilla de la confusión. Con confusión no podemos ir a ninguna parte. Todo será una repetición del viejo patrón brutal, acomodado a las nuevas circunstancias del momento. Podremos cambiar los nombres, teñirlo de santidad, justificarlo con bellas y rebuscadas palabras, eso no cambiará el que todo lo que hagamos sea falso y confuso.

Una joven mujer, con aire moderno y vestido con la última moda, le dijo al encargado de distribuir el pan: “¿No te gustaría cambiar de oficio? A mí no me gustaría casarme con un repartidor de pan, pues estos son vulgares y poco importantes, y no se relacionan con gente de poder”. Dijo, también, que su padre era un hombre que tenía un alto cargo en un departamento gubernamental y que se relacionaba con los más altos jefes de la nación. Ella concluyó: “Si no cambias serás toda la vida un repartidor de pan”.

12

Todo lo que conseguimos lleva la huella del esfuerzo

Un joven hombre vino a visitar a uno. Ya había cumplido los veinte años. Llevaba los cabellos largos, los ojos pintados con una raya negra y vestía pantalón vaquero y una camisa de manga corta con botones, tres de los cuales -los más cerca al cuello- los llevaba desabrochados. Había estado la noche anterior con unos amigos hasta tarde, en un lugar donde se reunían para divertirse. Dijo: “¿Por qué la gente se mete tanto con las personas que se salen de lo establecido?”. Y añadió: “¿Hay alguna ley qué diga que hay que ser de una manera o de otra?”. Uno le contestó que hay leyes que, aunque no estén escritas, uno las tiene que respetar. Que, si uno no quiere que se metan con él, tiene que hacer lo necesario para que así sea. El joven hombre interrumpía a cada instante, tenía una gran ansiedad y algo dentro de él que le transmitía inseguridad y temor. Uno continuó diciéndole que hay actos contra natura, como el comer piedras, el bañarse en un lago cuando es invierno y hace mucho frío; y que esto no estaba sancionado por nadie, pero que uno tenía qué no hacer, de lo contrario podría acarrearle malas consecuencias. El joven hombre se obstinaba en justificar que la homosexualidad no era nociva y por lo tanto los demás debían tolerarla y respetarla. Uno continuó diciéndole que lo que más enloquece a los hombres es hacer algo que sea contra natura. Porque esto les divide y fragmenta del resto de la naturaleza, incluido el hombre. Que uno si quiere ser feliz tiene que sembrar lo necesario para serlo; no puede serlo repitiendo continuamente que quiere serlo. Si uno siembra tomates, saldrán tomates. Si uno siembra actos limpios y legales, no será discriminado y se sentirá feliz.

Los hombres nos creemos muy sabios y desarrollados, estamos muy contentos y satisfechos con nuestros inventos, creemos que hemos llegado a un alto grado de perfección. Pero cuando uno ve a un gato, o cualquier otro animal, se da cuenta cuán perfectos son: no tienen caries en los dientes, no necesitan ir al psiquiatra, no necesitan calefacción ni aire refrigerado, no se les ve apesadumbrados por ningún dolor, comen todo lo que hay sin ninguna queja, cuando les toca morirse se mueren.
Los hombres no somos animales, ya que no nos comportamos como ellos. Pero no sería maravilloso ver todo lo que tienen de verdadero y vivirlo nosotros en la manera de lo posible. Los animales se rigen por la ley del universo. Su necesidad es la ley. Su necesidad es el orden. Si no tienen necesidad, aunque a los hombres nos parezca placentero y gustoso, no harán nada. No es que sean perezosos, es que no procede. Y la vida así es esplendorosa y digna, dichosa de ser vivida.
Seguramente los hombres alguna vez habremos disfrutado de tal orden y perfección. Entonces la pregunta es: ¿Qué es lo que nos ha deteriorado tanto? Y, ¿qué hacemos los hombres para que cada vez nos alejemos del orden y de la armonía, que si sabemos ver están en todas partes? Ha habido un gran avance en lo tecnológico, pero este avance no ha sido correspondido por el espiritual, por el interno. De ahí nuestro caos: tenemos todo para ser felices y sin embargo no lo somos. Por lo que la huida es en el mismo sentido: más avances tecnológicos, más transgresión de lo sagrado.
En lo interno permanecemos igual que hace miles y miles de años. Somos ambiciosos, somos avariciosos y egoístas. Todo lo que conseguimos lleva la huella del esfuerzo. Y el esfuerzo es el comienzo de la brutalidad. Tras esto, llegan los conflictos; y después la violencia y la guerra. Esta es toda la historia de la psique del hombre. Podremos viajar por el infinito espacio, podremos tener toda clase de máquinas y lo que queramos, pero en lo interno todavía estamos igual que siempre.

La higuera estaba toda repleta de frutos, eran higos verdes todavía no maduros. Toda su fuerza y su vigor estaban en sus ocultas raíces y en sus innumerables hojas; no había más y esto no se podía cambiar. Era joven, pero grande. Estaba en un corral-patio, entre dos altas paredes, que la hacían crecer hacia los dos lados y hacia arriba. En ella todas las noches se cobijaban los gorriones, prontos para el descanso.

13

La mente es el resultado de todas las mentes del mundo

Hace unos días estando en la cama, cuando faltaban un par de horas para que saliese el sol, un sueño lo despertó. Era una ola mental muy potente, que representaba a unos ancianos preguntándose: “¿Qué va a ser de nosotros cuándo muramos?”. Su fuerza no le dejaba estar a uno en la cama. Vestido y fuera ya de la cama, la mente todavía estaba muy alterada y distorsionada, pero poco a poco se iba serenando y volviendo a la lucidez. Uno estaba solo en la casa y la mente estaba muy sensible. El cielo estaba todo cubierto de estrellas y justo encima de uno, en todo lo alto de la bóveda, todo era una maravilla de luz y de belleza. Hacía frío, pero la encantadora luminosidad lo atrapaba a uno. Los grillos cantaban sin cesar. Y unos gatos, dos pequeños y uno joven, jugueteaban a sus anchas.

Tenemos que saber qué es la mente y de qué está compuesta. La mente es el resultado de todas las mentes del mundo. Uno está conectado con todos, por eso lo que piensa el vecino nos está influenciando. La mente, salvo excepciones, nunca es individual. Es el resultado del condicionamiento y de las influencias a que estamos expuestos. Cuando más sensibilidad mental, más individualidad, más originalidad. Ser un individuo es muy difícil.
Nacer es un acto accidental. Uno no elige el lugar y la familia donde ha de nacer. Por tanto, si uno tiene un padre delincuente, o que vive de las drogas, si sus parientes son fanáticos y egoístas, si son obstinados y no quiere avanzar, tenemos que dejarlos sin ningún problema. No sucederá nada, salvo que las olas mentales nos molesten y nos alteren. Olas mentales cargadas de sentimentalismo, de apego, de recuerdos pasados.
Todo esto nos sucede porque vivimos una vida desatenta. Si cuando hacemos algo, lo hiciésemos con todo nuestro ser, sin dejar ningún fragmento fuera, los recuerdos y el pasado no nos molestarían. Ya que, en la atención total, que es amor, todo lo pasado, el presente y el futuro es quemado y aniquilado. Quedando algo que es intemporal y solamente observable. Nuestras vidas no son así, siempre queda algo fuera, algo que no ha sido vivido completamente.
Llevar una vida de completa atención, es uno de los grandes retos que tenemos. Puesto que por todas partes nos empujan, nos distraen, nos arrastran. El sexo cada vez es más provocante, más refinado y excitante. La información es altamente elaborada y con una gran dosis de rapidez y repetición. Ser un individuo, es algo que tenemos que realizar. Entonces seremos hombres completos, que nadie ni nada nos podrá alterar.

Cuando ya habían pasado los rigores del invierno, un gran número de grullas en forma de V se dirigían hacia el norte. Era por la tarde y el sol ya estaba decayendo. Uno no había tenido ningún sentimiento ni ninguna vislumbre, de que habían de pasar las enfiladas grullas. Venían del sur. Y uno se quedaba embelesado, con tanto orden y tanta maravilla. No se esforzaban, pero avanzaban y se perdían en la profundidad del inmenso cielo azul.

14

La mente no puede solucionar los problemas

Esta mañana, por donde tenía que salir el sol, había nubes aborregadas que cubrían solamente una parte del cielo. Cuando aún había oscuridad, se encendieron con una luz rojiza y envolvente. Poco a poco se fueron apagando y el sol apareció, diáfano, limpio y rápido; detrás de él, unas brumas unas brumas enrojecidas le daban cobijo.

La felicidad es belleza. Y sin belleza no puede haber felicidad. Ambas son una misma cosa. La felicidad surge cuando uno sabe, se da cuenta, que su acción hace el menor daño posible. Es un estado de paz consigo mismo. Donde no hay remordimientos y uno sabe que todo va bien; y que puede ir mejor todavía. La mente ha inventado lo perfecto; cuando esto existe en todas partes menos en ella.
La mente tiene que cesar en su parloteo; tiene que darse cuenta de lo inútil y del desgaste de energía que provoca. La mente no puede solucionar los problemas; si los soluciona, es a su manera y en su propio beneficio. Sólo cuando ella no actúa llega lo que es, la realidad. Vivir sin que la mente intervenga, es vivir en la perfección, es vivir una vida sin conflicto, sin desgaste. La mente podrá inventar toda clase de cosas e ideas, de máquinas y de sistemas, pero la verdad no la puede tocar; si la toca ésta desaparecerá. Por lo tanto, siempre que quiera inmiscuirse con la verdad, ésta no podrá ser, O sí que podrá ser, pero en el aspecto negativo, confuso y causante de dolor.
El contenido de la mente es el deseo de existir, de permanecer, es el miedo a lo nuevo; entonces todo lo que ella dirija, donde intervenga, será el producto del egoísmo. Si la mente y todos los deseos de seguridad desaparecen, el amor será el que regenerará la vida a cada instante. No nos daremos cuenta, pero eso es la manera cómo actúa el amor. Sin amor, ¿dónde está la felicidad, dónde está la belleza?
Si uno quiere vivir con amor, tiene que olvidarse de todo lo suyo, tiene que saber que lo más débil y vulnerable es el alimento que él necesita. Si no lo alimentamos de esa manera, sin lugar a dudas, perecerá como perece una planta en verano si no es regada debidamente. Luego buscaremos la felicidad y nos preguntaremos por qué no aparece. Se lo preguntaremos a la mente y ella nos dará toda clase de respuestas falsas y engañosas.

El cielo estaba completamente azul brillante, no había por ningún lado ni una sola nube. Hacía una brisa que meneaba suavemente las ramas y las hojas de los árboles y de las plantas. El calor ya no era tan sofocante. Y nada más romper el día, las golondrinas, con algo de oscuridad, empezaban a emitir sonidos y a dar vueltas. Los murciélagos todavía daban sus últimas vueltas, apurando la oscuridad. Los vencejos salían después que las golondrinas; luego los estorninos empezaban a cantar, posados en los tejados y en las antenas de televisión, más tarde, saldrían al campo abierto hasta el anochecer; los últimos en aparecer eran los gorriones, tímidos y miedosos, que piaban y buscaban. Y las abejas, las abundantes hormigas, las moscas, los grajos, las urracas, los palomos, los perros y los gatos, y los hombres empezaban la danza de la vida. Había poca piedad, cada uno iba a lo suyo; solamente, cuando era capaz de ver la totalidad de la vida, podía ser grandioso y rico.

15

La quietud debe de nacer de dentro de nosotros

Ayer por la tarde, a medida que la luz del sol iba desapareciendo, la luna, que estaba casi llena, alumbraba con gran serenidad. Iba subiendo lentamente; y cuanta más altura ganaba más bella y atrayente era. Todo el lugar estaba teñido por su suave luz. Era la luna del mes de agosto, radiante y poderosa, fresca y cariñosa. En la profundidad de la noche uno se despertó sintiendo una honda felicidad. Uno seguía estando solo y tenía una gran percepción de todo: cada ruido, cada vecino, cada movimiento de los que pasaban por la calle, cada estado de silencio o agitación de los vecinos, entraba dentro de uno sin ninguna molestia ni alteración. Los grillos emitían su repetitivo canto, y uno sentía muy dentro esa felicidad y esa amplísima visión de todo lo que acontecía, lejos o cerca: lo que acontecía a uno mismo y a los demás, sus soluciones, sus dificultades; y nada molestaba. Era un chorro inabarcable de percepción; la vida fluía como si fuera algo diferente de lo cotidiano, en el sentido de que no había ninguna complicación. Era una sensación tan gozosa, que no debería de haber desaparecido.

Para que haya en nosotros una gran percepción, tenemos que tener quietud. Si uno vive solo, tiene ventajas y desventajas. En la soledad, se vive un poco temeroso, porque de uno dependen muchas cosas; y uno se hace un poco egoísta al no compartir el espacio y los objetos del lugar. Una vez uno se ha habituado a la soledad, resulta tan rutinaria como el compartir el espacio donde vivimos con otras personas. Lo más maravilloso es no forzar ninguna situación; si a uno llega momentáneamente la soledad, ésta no debe de molestar, ni ser perjudicial.
La quietud debe de nacer de dentro de nosotros. No debe ser impuesta en el lugar donde vivimos. Es muy importante compartir el espacio donde vivimos con personas que no lleven una vida muy agitada y llena de deseos. Todo es muy contagioso; y si no nos arrastran, nos pueden influenciar. No quiere esto decir que uno va a rechazar a las personas que tienen una vida muy agitada y alterada; uno tiene que atenderles en todo lo que sea necesario; pero uno tiene que tener un lugar para descansar y aquietarse.
Si no tenemos una vida de quietud, poco podremos hacer por nosotros y por los demás. Tener quietud es ser como una isla en medio del inmenso océano, que está rodeada por las olas, que la empujan, y estiran por los fuertes vientos, pero que no se puede arrastrar. Si nuestra existencia es así podremos hacer mucho por los demás. El primer síntoma que algo funciona mal es sentirse agitado. Cuando hay agitación, algo negativo nos ronda. Cuando vuelve la quietud, vuelve la paz.
¿Qué es lo que impide el que vivamos en un estado de quietud continua? ¿O es que esto es otra ilusión de nuestras mentes? Lo que es en un fragmento de tiempo puede ser por toda la eternidad. Es decir, si yo soy alguien que he estado viviendo unos cuantos días de quietud, ¿por qué tiene que desaparecer en un momento esa cosa tan maravillosa que es la quietud? Desaparece simplemente porque nosotros hacemos lo necesario para que la quietud toque a su fin. Nos gusta ser vulgares, codearnos para sacar algo; aunque digamos algunas veces que no, hacemos lo que hacen todos: reñimos, discutimos y peleamos por todo. Y todo esto destruye la quietud.
Qué quietud puede tener alguien que pretende llegar muy lejos en algo, aunque sea sagrado y noble. Donde hay deseo la brutalidad tiene que aparecer. Primero llega el deseo, luego el esfuerzo por alcanzar ese deseo, luego la agresividad y la brutalidad, y por último la violencia. ¿Pueden existir la quietud y la violencia a la vez? Podrían existir, pero esa quietud no estaría al servicio de la humanidad.
Todos los objetos de la casa, que pertenecían a las personas que estaban fuera, estaban completamente quietos, hacía días que nadie los tocaba y los cambiaba de lugar. El cochecito de la niña plegado, sus sandalias, el cesto donde estaba todo lo necesario para la higiene; los cacharros de la cocina -ya que uno comía frugalmente, sin comidas complicadas-, las sillas, el televisor, todo tenía una gran quietud. Y en esta quietud era donde más se apreciaba la nada, la vacuidad de las cosas. Ellas estaban esperando que volviera alguien para que las moviera y les dieran vida.

16

La mente cuando está dominada por el pensamiento, es egoísta y falsa

Los tres cruces de la iglesia, estaban clavadas en el cielo rojizo del amanecer. Eran de hierro y se veían negras, abrumadoramente poderosas y firmes. Estaban, encima de una aguja de tejas de pizarra, en el campanario y sobre un tejado de una pequeña nave. Las tres tenían en común que representaban a algo que dirigía y arrastraba a las personas. Un símbolo, algo así como una bandera, como la media luna del islam, como la hoz y el martillo de los comunistas. Y la vida estaba por encima de ellas; y todo se volvió movimiento y todo se mezcló.

La mente es algo que uno tiene que vigilar constantemente, ya que puede inventar toda clase de estados, de imaginar sin fin. Es la única herramienta que tenemos para poder vivir ordenadamente. Sin ella somos como los vegetales, o como máquinas programadas. La mente es el depósito de toda la humanidad, que nosotros podemos manejar sin ningún límite. Es el conjunto del pensamiento y el cuerpo, formando una indivisible unidad, que se une a todas las demás mentes, a todos los hombres y a todo el universo.
Pero la mente, al ser infinita en todos sus trayectos, también puede llevarnos a lo negativo y al desorden. La mente, cuando está dominada por el pensamiento, es egoísta y falsa. Ella intentará, y lo consigue, que todo vaya a su favor. En ese estado, es mezquina y torpe; sin ver con amplitud todo el infinito panorama de la vida. El miedo y el egoísmo son la misma cosa; y cuando estos están presentes en la mente, de nada nos sirve.
Hay algunas personas que la mente, usando sus infinitas posibilidades, la usan en su propio beneficio; estas personas son fatalistas y fanáticas. Se entregan a sus mentes y son dominadas por ellas. Hay que decir que la mente puede imaginar que uno puede volar como un pájaro, que puede trasladarse a otro lugar instantáneamente, que puede producir algo de la nada, que puede adivinar el futuro.
Pero no se dan cuenta de que al ser inducido y provocado, de que forma parte de un sistema, la mente, subyugada por el pensamiento, no puede llegar a lo nuevo, que es el renunciamiento y el amor. Donde funcione algo que se pueda manejar, el amor que es lo nuevo desaparece. Simplemente porque el fondo de la mente es el egoísmo y la permanencia, es la seguridad y la repetición. Es como si tuviéramos muchísimos grifos, pero que todos se nutren de un mismo depósito donde el agua no es pura, por mucho que abramos los grifos, aunque sean diferentes, el agua seguirá siendo impura.
El problema consiste en dónde está el depósito de agua pura. Esto no lo sabe nadie. Solamente cada cual puede encontrar el depósito que nada más él podrá ver. Podrá dar un vaso de agua; y mucha agua, toda la necesaria, al que se la pida. Pero si uno no renuncia al egoísmo, y a todo lo que de él se desprende, nunca podrá ver el infinito depósito de agua pura y cristalina. Así es la mente, un infinito campo donde todo está allí: lo falso y lo verdadero. Y que uno, mientras no se desprenda de lo falso, no podrá nunca verla en su totalidad. Podrá intentar escudriñarla, podrá analizarla, podrá hacer toda clase de tretas para llegar a dominarla, sino se desprende de lo falso todo será un juego de palabras y de imaginaciones. Una persona que arda por la vida, que tenga la pasión necesaria para sentir el amor, no buscará ni investigará nada si no tiene el fundamento de lo verdadero.

Un perro todo negro, menos los pies de color amarillento, grande y poderoso, bajaba alegre y felizmente, con agilidad, por el camino hacia el centro del pueblo. Cuando volvía, lo hacía agotado y sin casi aliento para poder subir el camino. En el invierno permanecía encerrado, tras las verjas del chalet de su cuidador, con otro perro grande, durante todo el día. Algunas veces su cuidador subía y les llenaba los comedores para algunos días.
Uno, acompañado por la tierna niña, muchas mañanas subíamos a verles y a pasar unos momentos felices. Ahora que el chalet, que estaba compuesto por dos casas rodeadas por la verja, estaba lleno de compañía, apenas le saludaba a uno. Miraba con un poco de cariño, meneaba un poco la cola y rápidamente se marchaba.

17

Cuando más nos encerramos más divididos estamos

Un hombre de unos ochenta años invitó a uno a su casa. Uno pasaba casualmente por donde él estaba y dijo: “Mira aquí vivo. Esta es tu casa. Pasa, pasa”. Uno ya había hablado con anterioridad con él en alguna otra ocasión. La casa tenía una entrada, que estaba construida sobre un arco elíptico todo de piedras grandes y bien encajadas -las dos bases, donde soportaba todo el peso la fachada, estaban un poco abiertas, sin caer perpendicularmente-. Ya dentro de la casa, enseñó todos los viejos aperos de labranza, que guardaba en las paredes; la cuadra, donde algún tiempo tenía un par de mulas y un borrico, ahora convertida en almacén. Y contó algunas añoranzas. Había trabajado durante toda su vida de labrador y un día decidió vender los animales y marcharse a una gran ciudad. Allí trabajó diecisiete años como portero de un gran edificio. Ahora, ya jubilado, se dedicaba a coger cartones y vaciar papeleras de algunas oficinas. Estaba disfrutando de unos días de vacaciones, en su antigua casa. Él rememoró diciendo: “Cuando íbamos a trabajar al campo cantábamos canciones y éramos felices”. Y siguió diciendo: “Cuando voy ahora a una imprenta por la mañana, unos minutos antes de abrir, veo a los trabajadores tristes y enfadados, quejándose de que aquello es…, de que el jefe dentro de un par de horas se presentará y les exige y empuja para que trabajen”. Y concluyó: “A mí la gran ciudad no me molesta, me siento feliz. Yo voy a mi aire y en paz”.

Vivir en paz es una de las cosas más difíciles de la vida. Hay algo que surge inesperadamente y hace añicos la tranquilidad que parecía definitiva. Es cierto que un especialista no puede sentir amor. Cuanto más especializados estamos en algo, más difícil es la relación con los demás. Esto es así de crudo y de real. ¿Qué relación puede tener un político, con el hombre, que se mueve por la calle, y que no tiene ningún problema a la hora de ir de un lado a otro?
Cuanto más nos encerramos, más divididos estamos. Parecemos más protegidos, pero en realidad es cuando más peligra nuestra existencia. No nos podrán molestar momentáneamente, pero neurológicamente estaremos destruyéndonos. Y de qué sirve vivir, si uno no puede ir donde sea necesario y mirar a los hombres a los ojos sin ninguna prisa, sin ningún temor. No es fácil vivir así, pero uno lo tiene que intentar cada día, cada momento, cada instante. De lo contrario uno se hace agrio y va corroyéndose el corazón, como se corroe el hierro cerca del mar.
La realidad puede parecer cruda y despiadada, pero uno la tiene que aceptar y encariñarse con ella. No podemos, si no es en caso de vida o muerte o extremadamente necesario, volver hacia atrás. Aunque lo intentemos nos daremos cuenta que no sale bien. No sale bien porque sea un capricho del destino, sino porque algo que ya ha sucedido está completamente muerto y las circunstancias no se podrán reproducir. Todo está en movimiento, cambiando y transformándose. Y lo que es, la realidad viva y aplastante, está más allá del caprichoso parecer personal.
Si queremos vivir en paz, uno tiene que tener una mente tan fría como el hierro, que sea capaz de morir a todo lo que le provoque placer y que nos perturba y arrastra hasta los abismos insondables del dolor. Ver en verdad lo qué es el placer, es acabar con él definitivamente. Los sentidos, sedientos siempre de experiencias, enmudecerán como si no hubieran existido. Llevar una vida sensitiva, es invitar a la desesperación y a la amargura a que entren en nuestra existencia y que nos destruyan lo poco de hombre que tenemos.

Un trozo de montaña, había sido adquirido por un hombre que quería construirse una casa. Lo había cercado, hecho el vaciado donde deberían de ir la piscina y la casa; tenía plantados hermosos y jóvenes chopos, higueras, un abeto. Al morirse su esposa, todo se hundió y quedó paralizado y baldío. Pero el valle estaba justo debajo, vivo y ardiendo al sol del mediodía, cambiando de color continuamente, sin dejarse inmutar. Y los hombres, con sus coches lo cruzaban como si todo fuese un juego en el que nadie puede dejar de participar.

18

Tener un problema es mirar al futuro. O mirar al pasado

Unos pájaros, delgados y estirados, del tamaño de un estornino, cantaban un canto acompasado y algo tristón. Tenía las alas de un color terroso oscuro y el cuerpo amarillo. A veces volaban haciendo círculos y cuando lo decidían emprendían el vuelo en línea recta. Cuando algunos sobrevolaban por encima de uno, toda su grandiosa belleza era en toda su plenitud y ellos se asustaban y miraban con un profundo temor, dando más fuerza y potencia a cada movimiento.

La mente es una fábrica de problemas; y luego que les ha dado vida, intenta solucionarlos. Con lo que los problemas se multiplican y engrandecen. Cuando uno tiene un problema es que su mente está funcionando en términos de tiempo. Tener un problema es mirar al futuro. O mirar al pasado. Si estamos en el ahora, en el presente, el problema que tengamos no lo veremos como tal, porque en ese preciso momento irá resolviéndose sin que nosotros nos apercibamos de ello.
Luego nos diremos: “Qué estúpidos somos, uno pensaba en muchas soluciones y resulta que ninguna de ellas ha sido”. La verdadera solución a un problema, está más allá de toda especulación. Ya que, si la mente empieza a trabajar, la solución que dará no será la correcta. Estará teñida del miedo y del egoísmo, que es lo mismo que decir de la ignorancia. La mente no puede acceder a la totalidad. Es cuando ella desaparece, que la totalidad se manifiesta por todas partes.
Un problema hay que dejarlo que se manifieste en toda su plenitud, luego él mismo se resolverá; nosotros no podemos dejarle que se manifieste en toda su grandeza, queremos manosearlo, queremos distorsionarlo; y si es posible cortarlo cuanto antes. Así el problema nunca lo vemos al completo. Estamos muy deteriorados. Somos muy neuróticos. El sexo ha dominado nuestra existencia; el placer es algo que llevamos en nuestra sangre, como una sustancia que compone nuestro organismo, como algo necesario, aunque esto no sea verdad.
La abundancia es lo que hace más estúpido al hombre y lo deteriora. La escasez no nos interesa tampoco, ya que nos lleva al dolor. Pero uno tiene que ir siempre quitándose de encima lo que está de más. Cada uno sabe lo que es. La mente es miedosa y no nos podemos fiar de ella; siempre quiere retenerlo todo, estar muy segura y protegida. Y esto para los hombres que quieren hacer algún servicio a la humanidad, es un obstáculo, es un impedimento. Donde esté tu corazón estará tu mente. Si el corazón lo tenemos en el dinero, en las propiedades, en las intrigas para aumentar nuestros bienes, en los viajes, entonces estaremos acabados.

Cuando el día aún era tierno y poco desarrollado, cinco grullas pasaban por encima de la gran ciudad. Iban altas y unidas, formadas, en dirección sur. Ellas verían toda la gran explanada ocupada por los edificios, los coches y los hombres. Y sabían que eso era un fragmento de su recorrido. Y pasaban felices hacia su destino. Los cinco puntos negros desaparecieron cuando los edificios impidieron su visión.

19

Todos sentimos, muy dentro de nosotros, la necesidad de hacer algo

Un día festivo en la plaza, donde estaba el ayuntamiento, las tiendas importantes y los bares, un hombre llevaba a que bebiera una mula toda negra a la fuente que hay casi en el centro. El sol todavía no estaba muy alto, pero la plaza tenía gran cantidad de vehículos que venían de las grandes ciudades. El hombre, cuando ya había terminado de beber la mula, se enfiló hacia una calle a la izquierda, cuando un autobús bajaba por la plaza e iba a dar la vuelta a la fuente, no controló bien su velocidad y se acercó molestando al animal. Que se fue adelantando a su dueño todo excitado y asustado. El paciente hombre que dirigía al sumiso animal, se giró y miró al autobús. El conductor del autobús siguió con su rutinaria maniobra, sin dar ninguna importancia a lo sucedido.

Con amor no podemos hacer nada; sin amor tampoco podemos hacer nada. Toda la desdicha que existe en este desquiciado mundo, está a pesar de las personas que entregan sus vidas para que todo sea respetado y ordenado. Sin respeto y consideración por los que más lo necesitan, la vida se convierte en una fiesta placentera; que al final se termina en una encarnizada violencia. Enterarse de lo que sucede en el mundo, es como tragarse un vaso de un líquido amargo y corrosivo.
El empezar algo no cuesta nada -aparentemente-; el acabar con algo, es a veces tan doloroso y costoso, que la mayoría no quiere acabar con nada. Todos sentimos, muy dentro de nosotros, la necesidad de hacer algo. Pero no hacemos nada. Sabemos que el hacer algo nos va a costar el perder algunas cosas y nosotros no queremos perder nada. Lo queremos todo. Queremos ser humildes llevando una vida de poderosos, queremos ser espirituales llevando una vida mundana y viciada, queremos ayudar a los humildes teniendo el corazón con los que tienen todo y les sobra, queremos que el sexo no nos moleste y sin embargo nos excitamos y excitamos a los demás, queremos que todo cambie sin cambiar nosotros.
Uno tiene que ser coherente. Tiene que saber que, cuando entra en contacto con personas deshonestas y desordenadas, hay un tremendo flujo de unión y que el más débil mentalmente acabará siendo engullido por el otro. Tenemos que saber qué es lo que queremos y de qué somos capaces. De lo contrario al primer encuentro con la confusión, seremos tragados perdiendo la lucidez y la visión de lo que es lo negativo. Es muy peligroso juntarse y convivir con personas altamente desordenadas. Uno entra, pero no sabe cómo salir y cuándo lo podrá.
Si uno es afortunado, alguien o algo nos ayudarán a salir del mar de confusión y de locura. Todas las personas que actúan desordenadamente tienen sus justificaciones y sus coartadas. Lo que hace que sus actuaciones parezcan necesarias y correctas. El que tira bombas por la calle y mata, lo ve justificado, según su criterio y manera de pensar. La brutalidad de los hombres armados, parece necesaria a los ojos de los que la manejan. El principio de todo el desorden no sabemos dónde está, pero tenemos la gran fortuna de saber dónde está el fin. El fin es la negación, sin más, de lo negativo y lo desordenado.
Si uno ve dónde está lo negativo y no actúa, es que no lo ha visto de verdad. En el ver hay acción instantánea, sin más, sin dudas, sin vacilaciones. Si yo veo que manejar un arma es poner en peligro las vidas de los hombres y la mía propia, instantáneamente rechazaré el arma y me alejaré todo lo posible de ella. Todo lo demás, el divagar, el discutir interminablemente sobre ello, es seguir estando dentro de la confusión y del desorden.

Un hombre que le voló el brazo a la altura del codo, cuando trabajaba en una cantera, bajaba con una azada pequeña, sujeta con lo que le quedaba de ese mismo brazo, a regar unas judías a primera hora de la mañana. No había nadie por la calle y el hombre saludó felizmente.

20

Uno no debe maltratar a su cuerpo, ni obligar a su mente

Una encina toda erecta y jovial, crecía al borde de la carretera general; su tronco era sano y robusto, su follaje era tupido y oscurecido. Era un árbol digno de ser admirado. Tenía sus ramas por encima de lo alto de la carretera, a modo de sombrilla. Y uno cuando pasaba tenía que sentir un profundo sentimiento de belleza.

Tenemos que darnos cuenta que todo lo que nuestras mentes afloran, no es solamente nuestro. A veces podemos tener ondas mentales, que no tienen nada que ver con nuestro comportamiento diario. Esto es así porque todas las mentes, las de todos los hombres, forman una grandiosa unidad. La mente de un hombre, que lleva una vida de no violencia, puede, si tiene algún contacto, mental o físico, con alguien violento, desencadenar una corriente de ondas mentales violentas.
Vivir sin tener ningún contacto con personas brutales es casi imposible. Solamente si uno vive aislado, en un bosque o en una alta montaña donde nadie pueda penetrar, estará resguardado de las personas desordenadas. Pero la vida es relación. Y uno, si está sano de cuerpo y tiene una mente bastante equilibrada, no puede permanecer aislado, sin tener la oportunidad de servir en la medida de sus posibilidades a este embrutecido y desgraciado mundo.
Cuando uno está alterado y tiene el cuerpo enfermo, es mejor y más favorable retirarse a algún lugar tranquilo y de quietud, para que nuestro organismo se revitalice y nuestra mente se fortalezca. Cuando uno ya tiene lo necesario para poder servir de alguna manera a los demás, ¿qué sentido tiene el permanecer retirado y solitario? La soledad a veces es un escape, para hurgar en nuestras heridas, para autocompadecernos, para sentirnos a salvo y seguros.
Uno no debe maltratar a su cuerpo, ni obligar a su mente. De lo contrario perderá sensibilidad. Donde hay esfuerzo no hay amor. Si no somos capaces de respetar a nuestro cuerpo y nuestra mente, cómo pretenderemos ayudar a los demás. Porque nuestro cuerpo en realidad no es nuestro, ni nuestra mente tampoco lo es en su totalidad, ya que todo es una maravillosa unidad indivisible. Cuando uno maltratada a su organismo, está maltratando a los demás. Es como si uno maltratase a una rama de un grandioso árbol. Es como si uno maltratase a una pequeña parte de su cuerpo, todo el cuerpo en su totalidad -aunque no lo percibamos- se conmueve y altera.

Los manzanos tenían frutos verdes y apretados unos a otros. El granado también tenía frutos, pero un poco coloreados. El peral los tenía verdes, finos y muy delicados. Las higueras, abundantes en el entorno, todas las que se podían observar, tenían sus higos no muy grandes y de color verdes; los pájaros, aunque no estaban del todo maduros, ya empezaban a picotearlos. Todo empezaba a dar sus frutos. Las parras también tenían crecidos sus racimos. Y los animales, desde el pequeño ratoncito, que roía y comía todos los residuos de los vegetales que se les echaban, hasta los animales de carga, pasaban el día buscando algo para ponerse en la boca y comérselo. Los pájaros no tenían ya ninguna otra actividad, ya que sus crías estaban crecidas y podían vérselas por su propia cuenta. Todavía algún gorrión se acercaba a sus padres, haciendo temblar sus alas y mirándolos fijamente para que les diese algo; al insistir, los padres ponían el pico en el del pequeño e inexperto gorrión y todo se tranquilizaba. Y las personas se iban contagiando unas a otras del ambiente festivo, que imperaba en todos los pueblos del entorno.

21

Nadie sabe lo que va a ocurrir mañana

Un hombre joven estaba esperando a una procuradora de tribunales, en la puerta de un edificio público. Al momento pasó y el hombre la siguió decididamente, empezando a hablar en uno de los pasillos del edificio. Cuando terminó la consulta-entrevista, amablemente empezamos a hablar. Empezó diciendo que había tenido ocho intervenciones quirúrgicas, a consecuencia de un accidente en una motocicleta. Luego dijo que tenía relaciones con una mujer casada y con hijos, que estaba dudoso de cuál sería su decisión final. Y finalizó diciendo que un amigo y él habían hecho una sociedad y que había invertido mucho dinero; al cabo de un tiempo, su socio era reacio a compartir sus decisiones con él; y finalmente le había quitado todo el dinero que habían invertido. Uno le dijo que nadie no se puede fiar de nadie. Él añadió: “No soy violento, pero le tuve que pegar; me supo muy mal, pero me sentí bien”.

Uno nunca tiene que llegar a las manos, parece imposible en este mundo tan caótico, pero no lo es. La agresividad, la ira, la ansiedad, nos empujan a la brutalidad y a la violencia. Es muy importante el que nos demos cuenta qué es lo que estamos haciendo con nuestras vidas cotidianas, con nuestro diario vivir. Pues uno sin darse cuenta, con su comportamiento negativo, está sembrando la semilla de la violencia.
Queremos que todos nos respeten; pero, ¿nosotros respetamos a todos? Siempre nos despertamos a la realidad cuando hemos sido aguijoneados por algo. Si no, seguiríamos siendo tan estúpidos y descuidados como siempre. Uno tiene que desconfiar de todo y de todos, porque la falsedad es algo que vive dentro de los hombres. Uno nunca sabe cómo le va a responder el esposo, la amiga; cómo le va a responder el día de mañana. No sabemos nada.
Una de las cosas más maravillosas que tiene la vida, es que nadie sabe lo que tiene que ocurrir en el futuro. Nadie sabe lo que va a ocurrir mañana. Esto quiere decir que la seguridad psicológica no existe. Porque en el momento en que uno depende de cualquiera, esta seguridad es falsa e irreal. Pues los hombres, sin saber por qué, cambian incesantemente de parecer, de opiniones y de ideas. La dependencia lleva al dolor, puesto que ésta en cualquier momento puede sucumbir y hacerse añicos.
La dependencia es miedo, es ignorancia, es sumisión, es brutalidad. Cuando uno depende de alguien, se hace esclavo de un tirano. El esclavo existe porque hay tiranos; y el tirano existe porque hay esclavos. Si uno de los dos desaparece, la esclavitud y la tiranía desaparecerán. ¿Podemos vivir sin ser esclavos ni tiranos? ¿Podemos vivir una existencia dónde todos nos respetemos, dónde no sembremos la semilla de la discordia y del enfrentamiento? Es el mayor reto de nuestras vidas,

Las mujeres en la mañana, lavaban la ropa en el lavadero público. Era redondo por el tejado y lo que contenía toda el agua, que manaba de tres chorros de una fuente central, era un polígono de muchas caras. Adosado a él había un abrevadero; y encima de éste unos chorros a modo de fuente para llenar los botijos y las botellas de plástico, que las personas gustosas hacían. Todos los chorros de agua, tanto del lavadero como las fuentes -había otros chorros un poco más abajo-, siempre estaban manando; todos los días, tanto en invierno como en verano. Y toda esta agua, que nunca se acababa, iba a parar a un arroyo; y éste a un riachuelo, que lo entregaría todo a un joven y limpio río, para que lo bajase a los valles y las vegas.

22

Ser vulnerable es saber renunciar

Los primeros días de estar en el lugar, aún no había llegado el invierno. Muchas tardes, al anochecer, un grupo de jóvenes hombres se dirigían camino arriba hacia una casa vieja y deshabitada, a pasar un rato tomando bebidas alcohólicas y charlando. Cuando subían, generalmente lo hacían correctamente. Cuando bajaban, lo hacían voceando y dando golpes. A veces tocaban el timbre de la puerta y partían huyendo; echaban piedras a los tejados o donde cayeran. Un día fue tan potente el golpe que le dieron a la puerta que la cerradura se desclavó, ya que ésta no estaba en óptimas condiciones; era de noche y tuvimos que poner detrás de la puerta una bombona de gas, para que se quedara como si estuviese cerrada.
Al día siguiente, la persona que compartía la casa no pudo resistir más y fue al cuartel de los guardias a comunicarlo. Los vecinos también tomaron parte en el asunto. Como consecuencia el dueño de la casa deshabitada la cerró; y todo termino ahí.

Una mente que no sea vulnerable, no podrá ver la realidad y la verdad de las cosas. Ser vulnerable es saber renunciar. Sin renunciamiento la vida se convierte en un campo de batalla, llena de enloquecidos guerreros dispuestos a hacer lo que haga falta con tal de no ceder. Uno tiene que ser flexible; pero no tolerante. Tiene que tener todo el tiempo para poder observar y actuar, pero nunca tolerar e inhibirse.
Los hombres creemos ser muy civilizados, porque comemos en platos y cucharas, porque creemos que tenemos libertad para hacer lo que nos venga en gana. Pero ser un hombre civilizado es algo muy difícil. Ser un hombre completamente, es ser un hombre que sabe morir. Sin saber renunciar hagamos lo que hagamos, será lo mismo que hacíamos varias decenas de miles de años atrás. No importa que nos acerquemos a otros planetas, si no sabemos renunciar seguiremos siendo como los hombres primitivos que vivían en las cuevas y en los bosques.
Hemos llegado muy lejos en el dominio científico, pero todavía estamos divididos. Todavía tenemos razas, tribus, nacionalidades, fronteras. Todavía tenemos divisiones que nos llevan a conflictos armados. La palabra extranjero debería de desaparecer de nuestro vocabulario. Ser limpio y honesto, sin haber descartado la división entre los hombres, es algo imposible. Honestidad es respeto, limpieza en las relaciones. Ser honesto es ver, en el mismo instante en que sale el deseo egoísta en nuestras mentes, y descartarlo sin ningún esfuerzo.
La mente es vulgar cuando tiene miedo y se agrupa, dando forma a la tribu, al país con frontera, a las alianzas, a los bloques. El hombre para ser civilizado y completo, no tiene que tener miedo. Cada vez que tenemos miedo, tornamos a la animalidad. Tener sensibilidad y miedo, es algo que no puede ser. La sensibilidad es tan poderosa, que cuando aparece el miedo ésta lo aniquila y destruye. Pretender ser un hombre completo y maltratar a los seres vivientes, no es posible. Observar, respetar, sentir afecto por todo, es invitar al amor.

El otro día por la tarde, un grupo de mujeres y niños estaban mirando hacia el bajo del valle un toro que habían soltado por el campo. Cada día le tocaba a un pueblo el soltar al animal. Ese día le tocó a un pueblo distante a un par de kilómetro. La fiesta consistía en soltar al toro en el campo y traerlo al pueblo. Golpes y más golpes al solitario e indefenso animal, lo torturaban y agonizante, si no muerto, lo llevaban al pueblo.

23

Llevar una vida de corrección, es llevar una vida de austeridad, de necesidad

Un numeroso grupo de estorninos unido y compacto, se echó en la falda de la montaña que daba al valle. En este lugar eran muy abundantes. Uno los conocía, ya que había visto a millares, cuando pasaba mucho tiempo entre los arrozales. Allí se desplazaban a varios palmos del suelo, volando suave y tranquilamente; el arroz había sido segado y los negros y ágiles estorninos comían todo lo que encontraban por el barro: larvas, insectos, sanguijuelas, crustáceos y peces pequeños, hierbas y el arroz que al ser segado había caído.
Cuando uno estuvo en una isla, también vio a grupos por los aires. Todas las tardes, antes de anochecer, en un olivar cercano a una playa miles y miles de ellos empezaban a sobrevolarlo. Era algo digno de ser admirado: primero aparecía un gran y compacto grupo y empezaba a dar vueltas y más vueltas; a cada vuelta se acercaban más hacia el suelo y luego poco a poco iban posándose en las ramas, hasta que al final los últimos que quedaban en el aire también se detenían. A veces, si aún no era demasiado oscuro para ellos, algo los asustaba y volvían a emprender el vuelo; miles y miles de estorninos otra vez por los cielos, esta vez escampados por los aires y haciendo un ruido sorprendente y apabullante cuando iban a baja altura.
Uno sufría al ver el laborioso y ordenado repliegue hacia el descanso. El verano ya había terminado y durante varias semanas estuvieron haciendo las mismas vueltas, que podían durar hasta una hora. A la mañana siguiente, muy temprano, uno a uno, o en pequeños grupos, iban saliendo, sin ningún orden ni gran grupo, hacia el interior de la isla a pasar el día.
Otras veces un grupo se dividía en dos; o dos grupos se unían formando una gran mancha negra, que se dilataba o se apretujaba inverosímilmente.

Todo lo que hagamos ahora, dará su fruto. Esto es una ley que los hombres no podemos cambiar, por mucho que nos empeñemos. Todos queremos vivir felices y en armonía con todo lo que nos rodea. Pero no hacemos lo necesario para remover los obstáculos, que nos impiden el acceso a tan ansiado estado de armonía. Primero uno tiene que darse cuenta de dónde está el obstáculo, luego observarlo detenidamente e intentar removerlo, y al final, si uno es afortunado y puede, descartarlo.
Los hombres, la mayoría de ellos, no se dan cuenta de que poseen una inmensa riqueza, que es sus vidas. Creen que el vivir es comer, dormir, sexo, reproducirse e experimentar placer. Luego, como esto no funciona, buscan algo que creen los sacará del atolladero. Se entregan a cualquier religión, idea política, método para acceder a la tranquilidad. Sin darse cuenta que esto es igual que poner algo en un saco sin culo. Cuando más complicada es nuestra existencia, más falsas y complicadas son nuestras necesidades.
Sin lugar a dudas, la abundancia nos vuelve personas idiotizadas e inhumanas. Llevar una vida de corrección, es llevar una vida de austeridad, de necesidad. Pensar que uno vive ordenadamente cuando le sobra de todo, es algo absurdo y sin sentido. Cuando uno ya tiene sus necesidades orgánicas cubiertas, la necesidad depende exclusivamente de la mente. Los recuerdos, todo lo pasado, el miedo al futuro, la tentación del placer con sus infinitas formas, harán que aparezca la necesidad cuando ésta ya no existe. Nos gusta salirnos con la nuestra, cueste lo que cueste, pero al final nos espera la factura. Entonces vienen los dramas, las amarguras, el entregarse en las manos de cualquiera., la desesperación y las angustias. Luego, un corto periodo de humildad y de resignación, y otra vez a salirnos con la nuestra. Esto es debido a que no somos felices con lo que tenemos delante. Estamos desunidos con todo lo que nos rodea. Queremos siempre algo diferente de lo que tenemos -esto es un síntoma de que estamos profundamente alterados-, queremos llegar donde los otros, queremos copiar lo último que ha salido, queremos cambiar el curso de la vida. Y esto no puede ser, esto es algo que solamente es el producto de una mente enferma, temerosa y desdichada.

Los cazas bombarderos pasaban de dos en dos a baja altura y haciendo subidas y bajadas, dando medias vueltas y volviendo a pasar. Casi todos los días ejecutaban sus ejercicios por la mañana hasta la hora de comer. Empezaban temprano e iban en grupos de cuatro, luego más distanciados de dos en dos. Hace tiempo, en invierno, había habido varios accidentes mortales. Ellos seguían con sus vuelos y tácticas, invadiendo el espacio con su sonido potente y abarcaste. Cuando uno tenía la posibilidad de prestarles toda la atención, ese ruido lo transportaba hasta la totalidad, hasta la unión con todo. En ese preciso momento, uno sentía una gran dicha y beatitud.

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Todo lo que sea una rutina, es degradante y negativo

Las malvas reales, eran las únicas plantas que florecían silvestres, que aún tenían algo de vida a pesar del abrasador sol. Tenían el tallo alto, verde pálido, y entre sus hojas y éste estaban las delicadas flores, llenas de polen y hermosura. Cuando declinaban se quebraban por la parte más cerca del suelo. Cuando uno se acercaba a la montaña, que estaba toda reseca y amarillenta, sentía un olor a paja y a hierba seca, y un calor sofocante, sobre todo cuando el sol ya estaba en lo alto del cielo.

A muchos la descripción de la realidad, es algo que lo ven como una visión pesimista del que la describe. Es muy importante que digamos siempre la verdad, que seamos sinceros y coherentes. La verdad puede alegrarnos o entristecernos, pero siempre nos ayudará a enfocar la vida correctamente. El placer se ha apoderado de los hombres, están ciegos y no ven más que lo que los lleve a su experimentación. Un hombre que quiera llevar una vida íntegra y total, tiene que salirse de la sociedad.
La sociedad es corrupta y nos hace corruptos a todos lo que la componemos. La sociedad reclama eficiencia, reclama especialistas, reclama astucia, reclama esfuerzo, reclama brutalidad. No quiere hombres íntegros y totales, ya que estos la harían desaparecer. La sociedad la hacemos entre todos; cada uno es la sociedad y muchos unos la hacen tal y como es. Si somos egoístas, ambiciosos, la sociedad traducirá a su nivel, a veces imperceptible y a veces exageradamente visible, todo lo que en realidad somos.
Esto nos desagrada y nos sorprende, porque nadie cree ser merecedor de algo desagradable. Estamos muy condicionados para que seamos brutales, para que toleremos la violencia. Porque decir que la violencia es repugnante, no es rechazarla de verdad. Podemos decir muchas cosas con respecto a la violencia, podemos manifestarnos en su contra, pero si nuestra existencia no la ha descartado, por medio del renunciamiento y por medio de la unión, todo lo que hagamos no servirá para nada; antes bien, seremos partícipes de ella, pero desde otro ángulo y enfoque.
El estar cerrado a algo es signo de ignorancia, es algo verdaderamente degradante. Cuando uno dice que sabe, es que no ha visto todo el inmenso panorama de la verdad, por lo tanto, es que no sabe. Nadie sabe todo. Porque la verdadera existencia es lo nuevo, lo que está más allá de nuestras torpes mentes. De ahí la importancia que tiene el saber escuchar, el saber atender a todo lo que nos rodea. Porque en cualquier instante puede surgir un destello, que nos ayude a tener una mayor percepción de la realidad.

Nos creemos muy importantes y necesarios, nos hacemos rutinarios y nos aferramos a esa rutina, sin darnos cuenta que nuestra vida es una vida de repetición, de continuidad, es le mismo patrón de siempre, pero con otro enfoque renovado. Entonces cuando vemos algo nuevo, nos espanta y asusta, encerrándonos en nosotros mismos. Todo lo que sea una rutina es degradante y negativo. El ver la rutina es deshacerse de ella. El ver todo lo que la repetición implica, es aniquilarla por completo. Si no vemos no podremos actuar correctamente; y para poder ver hay que ser humildes y limpios como los tiernos y delicados niños.

El pueblo estaba construido en medio de una vaguada, entre dos subidas a dos montículos. Uno podía entrar en la parte alta y sin dejarse una de las calles céntricas, llegaba bajando y bajando a un barranco que lo llevaba al valle. Las casas más viejas estaban en el lugar más hondo de la vaguada, las otras iban subiendo por cada una de las paredes de los dos trozos subidos de la montaña. Todas las casas tenían tejas en su parte alta. Y en algunas de ellas, donde se juntaban las paredes de tierra y piedras, y las vigas de madera que soportaban la tejas, los palomos hacían algunos agujeros y allí anidaban, criaban a sus pichones y se cobijaban. Eran abundantes y no eran de nadie, ya que nadie los alimentaba ni las cuidaba. Ellas pasaban el día encima de los viejos tejados, haciendo algún revuelo, y alguna que otra vuelta por las casas. Salían a comer al campo, ya que estaba a escasos metros de donde se cobijaban por las noches, y ponto regresaban. Además, dentro del pueblo se encontraban más seguras y a salvo de cualquiera que quisiera cazarlas. Eran suaves y pacientes, y les gustaba volar agrupadas, haciendo con su colorido blanquecino oscuro y un poco azulado, una hermosa y fina sensación.

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Lo nuevo no ha sido pisado por nadie

La luna se había puesto en una posición en la que el sol la iluminaba en cuento apenas. Las golondrinas volaban muy altas; y más allá, muchísimo más allá, se encontraba la luna brillando en lo alto del infinito espacio. En los primeros momentos de la mañana, tan fina y recortada le atrapaban a uno. Y surgían sentimientos de humildad por ver la grandiosa perfección y exactitud matemática con que funcionaba el universo y todo lo que podíamos observar de él.

Siempre que el pensamiento funcione, habrá división y por tanto desorden. Tenemos la cabeza llena de frases, de ideas de otros, de pensamientos que nos asaltan; tenemos tantas cosas dentro de nosotros que no nos sirven, que la verdad no puede florecer. La represión es algo terrible; y el abandono a los sentidos también lo es. Tenemos que ser lo suficientemente libres, para poder seguir a cada pensamiento hasta el final. Esto nos fortalecerá la mente y nos dará una gran claridad.
Tenemos que descartar todo lo que se ha dicho durante tanto y tanto tiempo, tenemos que descartar todo lo que nos dicen los especialistas y las autoridades científicas, tenemos que deshacernos de la machacona y repetitiva educación que nos tiene condicionados y atrapados. Para llegar a lo nuevo, uno tiene que buscar su camino. Lo nuevo no ha sido pisado por nadie. Es una experiencia directa y perecedera. Si uno la quiere continuar, ya será lo viejo y repetitivo.
El condicionamiento atrapa nuestras mentes y nos convierte en robots programados para un fin determinado. Qué lamentable es ver una joven mujer o un joven hombre, que no se dan cuenta de lo mecanizadas que se encuentran sus mentes; ellos no deciden, lo hacen otros por ellos; ellos funcionan, pero bajo la dirección de hombres desordenados y confusos. La educación, desde la familia hasta la escuela, es una continua sumisión y acoplamiento a la sociedad. No nos importa el que sean brutales, agresivos y violentos, avariciosos e irrespetuosos. Decimos que los queremos, decimos que los amamos, decimos que queremos lo mejor para ellos; pero todo eso es falso, ya que si fuera verdad no habría guerra, ni hambrientos, ni brutalidades en nuestras vidas.
Llevar una vida de orden, es rechazar lo negativo allá donde esté. Para hacer esto no hace falta ser un intelectual, ni tener muchos estudios, ni ser un especialista en algo. Solamente tenemos que tener una imperturbable quietud interna. Si la mente está agitada, alterada y sobrecargada de problemas, no tendrá la suficiente sensibilidad para poder percibir todo aquello que hace que nuestras existencias sean feas y angustiosas. Una mente que tenga la capacidad de percibir lo negativo, producirá una manera de vivir en la que la alegría y la dicha serán algo cotidiano.

Un gavilán amarronado, estaba posado en unos cables eléctricos cercanos a la carretera. Estaba completamente inmóvil, como si fuese una figura de barro o de madera. El pico lo tenía potente y curvado; y estaba de cara al sol matinal. Era grande y transmitía una sensación de fuerza y poderío.
La rubia paja de la cebada la estaban recogiendo y haciendo balas con máquinas, que las dejaban donde cayeran. Los girasoles se estaban marchitando y amarronándose. Las encinas, esparcidas y solitarias, se veían oscurecidas y hermosas. Una muy grande y centenaria, tenía marcada toda su historia en su robusto y torcido tronco; tenía un aire de tristeza, ya que se encontraba al lado de una fuente sin agua, en una carretera que había sido cortada su importancia por haber construido otra nueva a pocos metros; era un lugar lleno de suciedad y abandono. Detrás de la fuente, unos altos y viejos chopos, hacían un ruido sinuoso con sus abundantes hojas. Y dos grajos gritaban y querían posarse en ellos.