Cuando nos desnudamos y nos vemos realmente quiénes somos, tal vez los demás huirían. Sin darse cuenta que ellos que huyen también son igual que nosotros. Pues todos hacemos y somos lo mismo, aunque cada cual lo maquilla y lo viste de una manera.
El amor en línea, en Internet, es lo mismo que en el directo, pero sin el contacto físico y las reacciones que ello conlleva, al verse cara a cara completamente, sentir el olor, ver la vestimenta, el tono de voz, el rechazo o atracción, la presión y el desafío que eso es.
Lo que se narra, lo que se describe y dice, no es lo real, lo que describimos. ¿Es verdad que amamos a otros, ya sean a los hijos, a la pareja, a los padres, a los compañeros de trabajo, en todas las circunstancias de la vida? Todos somos egoístas, porque tenemos miedo a sufrir, por tanto, mientras ese miedo y egoísmo estén ahí no podemos decir que amamos. La mente, nuestras mentes, tienen la capacidad de inventar lo que necesiten: pueden mentir haciéndonos ver que eso que decimos es la verdad, pueden tener ataques de pánico –psicóticos- siendo capaces de hacer lo que nunca hubiéramos imaginado ni pensado.
El mismo hecho de hacer las cosas para que parezcan que es amor –el excesivo interés por halagar, por aparentar un cuidado desmesurado, el deseo de más y más intromisión en la vida de los demás-, ya no es amor. Por eso, cabe preguntarnos: ¿Realmente el amor existe, puede existir?
La belleza, si lo es, incluye a la dulzura y la amargura, a todo lo que existe. Cuando paseamos por el campo, o por las calles, y sentimos toda la belleza que hay en todo lo que nos rodea, incluye el ver un animal muerto, un lugar sucio y feo. Aunque la belleza sigue estando ahí.
¿Cómo podemos saber la verdad, si ella es lo total y nosotros la parte? La parte no puede abarcar al todo. Ni tan siquiera las sensaciones de que algo no funciona bien, de que algo parece raro, pueden ser reales. Pues, el miedo a la inseguridad, a perder algo, puede hacernos ver lo que no es.
El perdón, cuando lo vivimos enteramente, es cuando nos vemos realmente cómo somos, es cuando vemos cómo es y funciona la vida. Entonces, de esa visión de lo que es la vida, y lo que ella hace con nosotros, nace esa humildad y sencillez que nos lleva al amor. Y si el amor está ahí, impondrá su orden, que es la máxima seguridad posible.
¡Qué atrevida es la ignorancia! La ignorancia es egoísmo, es creerse lo más importante, es creerse que todo rueda alrededor de uno mismo. Pero eso no es así, porque todos dependemos de todos, del carnicero, del que cría las vacas para que podamos alimentarnos con la leche y la carne, del mecánico que nos arregla la lavadora. Dependemos de las personas que nos ayudan para poder seguir adelante –aunque sea despareciendo de nuestras vidas-, de los que nos demuestran su simpatía y afecto, su cariño y amabilidad.
¿Por qué todo lo vemos desde el lado negativo cuando se refiere a las personas, cuando no hacen lo que nosotros queremos que hagan, según nuestro parecer, nuestro condicionamiento?
Un amigo es una luz brillando en la oscuridad. Pero como una persona que es, está sujeto a su condicionamiento, que es su miedo, por lo que no nos podemos fiar de él.
Todos somos según las circunstancias, los retos que nos lanza la vida. La persona que conocimos ayer, no es la misma que la de hoy, pues todo cambia a cada instante. Por eso depender de alguien, es un error, pues aunque nos jure amor eterno, de que dará la vida por nosotros, eso no es un hecho, es una ilusión. Pues, las personas llegado un momento no nos podemos regir ni gestionar eso que decimos que somos, lo que nos gustaría ser.
La amistad puede ser porque miramos en la misma dirección. Cuando miramos en direcciones opuestas la relación, la cooperación para hacer algo, no puede ser.
El amor-sexo, es tan corto porque le damos demasiada importancia. Es como pasa en las fiestas, que le damos e invertimos mucha energía e importancia –el día de la boda, los aniversarios, el día de navidad o ciertos días del verano-, pero cuando llegan y pasan no nos dan lo que pretendíamos recibir: al felicidad duradera, el éxtasis de la dicha que es sin deseo alguno.
Dar todo el énfasis e importancia a una sola persona, nos hace racistas, adoradores fanáticos de una persona, nos divide de los demás. Nadie es autosuficiente para ser tan especial como pretendemos, puede que tenga un rasgo de valor, de actividad inagotable, una simpatía extraña y extraordinaria, pero esa persona también es frágil, vulnerable y dependiente de todos los demás: del panadero, de los empleados del supermercado, del médico y el hospital, de todos los que sin ellos nadie podría sobrevivir.
¿Un premio nobel de la paz, puede autorizar, mandar, que lancen miles de bombas, misiles, proyectiles, contra ciudades? ¿Se le podría quitar el premio nobel de la paz a una persona capaz de ser tan cruel, violenta, asesina? Aunque diga, como excusa, que es para defender a las personas. ¿Se puede apagar un fuego, echándole gasolina?
Lo que demuestra lo mentirosos que son los que quieren la guerra, es cuando dicen las cifras exactas de la muerte en la guerra, donde mueren de muchas maneras a consecuencia de las heridas, del miedo, del hambre y la debilidad extrema que provoca. No hay una sola causa. La causa primera y única, es la de la guerra y sus carnicerías.
Para amar a alguien sólo lo tenemos que amar, desnudos de todos nuestros conceptos, ideas y teorías sobre lo bueno y lo malo, sobre el color de la piel, sobre el sexo, la religión, las creencias, si es de izquierda, de centro o de derechas. Sólo amar a esa persona que es exactamente igual como nosotros en lo psicológico, en lo esencial y básico de la vida.
Si alguien trata a todos por igual, en verdad es un hombre extraordinario, afortunado y libre. Entonces, esa persona es una luz que alumbra a todos los demás y a uno mismo.