Todos pasamos por lo mismo, creerse especial y diferente, con ciertas ventajas, es una ilusión, es romanticismo, autocompasión. La vida tiene sus maneras y nosotros no podemos estar al margen de ellas. Todos somos iguales, todo lo que hacemos –salvo las necesidades físicas, biológicas-, lo que inventamos es para huir del miedo, que es egoísmo. Por tanto, esos inventos son autocompasión, que están mediatizados y contaminados por el egoísmo.
Mientras el ego, el ‘yo’, esté ahí, sea visto como un oponente, seguirá habiendo conflicto. El ‘yo’, tiene que ver que es un obstáculo, un impedimento, y cesar en su actividad.
La perfección no existe, solamente existe porque lo hemos inventado y creemos en ello. La perfección y la imperfección –una genera a la otra-, están en nuestras mentes, la hemos generado nosotros para huir del miedo. Pero del miedo no hay manera de huir de él. Solamente lo hemos de comprender. Y si lo comprendemos, también comprenderemos que esos inventos de lo perfecto y lo imperfecto, es una superficialidad infantil.
Nada, ningún comportamiento psicológico es exclusivo de las mujeres o de los hombres. Pues todos sentimos miedo y temor de la vida, del vivir, de nuestras vidas. Por tanto, todos también reaccionamos de la misma manera: huyendo. Y esa huida es la que ha generado nuestra psique, nuestra manera de vivir divisiva y en conflicto, que es lo que generan toda clase de desorden y desgracias.
Si sólo amamos a una persona, ¿es posible el amor? ¿Si solamente amamos a un hijo -teniendo varios viviendo con nosotros-, es eso amor? El amor es a todo lo que existe o no lo es. Pero nos gusta inventar no hechos, vivimos a gusto con los no hechos. Pero toda mentira y falsedad, es como un castillo de arena, que dura poco, que no puede resistir el paso del tiempo.
¿Por qué esperar un abrazo de alguien que nunca llega, habiendo como hay tantas personas que también necesitan un abrazo? Estar poseídos y enganchados a una persona, es como ser adictos a las drogas, es lo mismo, ya que es el miedo a enfrentarse a la realidad, a lo que es, a lo que somos, lo que nos hace dependientes, esclavos, sin libertad. Y si no hay libertad, tampoco hay amor.
¿Podemos cambiar el mundo sin cambiar nosotros? ¿Por qué después de tantos miles de años de intentarlo, de escuchar o leer a los maestros, a los sabios, a los salvadores, los instructores del mundo, los gurús, no hemos cambiado? Primero, habrá que ver si es posible cambiar o no. ¿Cómo sabemos si ya hemos cambiado, si nos hemos liberado, quién nos lo va a decir? ¿Y si nos lo dice alguien, qué autoridad tiene para decirlo si él tampoco ha cambiado, vive en confusión, en conflicto?
Solamente comprendiendo el pensamiento, y su invento que es el ‘yo’, es cuando hay una posibilidad de cambiar, de comprender lo que es la vida y como la vivimos. Todo lo demás, ¿quién sabe lo que es?
Pero esas turbias nubes, ¿han de desaparecer o son parte de esa naturaleza búdica -la totalidad, que es la realidad-?
La gratitud, es el mejor bálsamo para que nos purifiquemos, comprendiendo el ego, el ‘yo’. No la gratitud a una sola persona, sino a toda la humanidad, a todo el universo, que nos da la vida cada día.
¿Es posible que una persona lo tenga todo? Cuando decimos que alguien lo tiene todo, es porque en ese momento nos sentimos aliviados, al no sentir el miedo a la soledad, y estamos descansando al sentirnos seguros. Pero eso no es la seguridad, porque en cualquier momento todo puede cambiar. Por lo que la seguridad, es vivir en la inseguridad.
Cada uno de nosotros es el responsable de lo que somos, responsables de la sociedad donde vivimos, que hemos creado entre todos. Si nos diéramos cuenta de esa responsabilidad, todo el desorden que es nuestra vida acabaría. No lo vemos porque vivimos con el deseo de más y más, con la vanidad, el exhibicionismo, y todo eso nos resta la energía necesaria para poder comprenderlo y descartarlo.
La libertad es no depender de nadie ni de nada para la felicidad. Pues la felicidad, es un estado que no depende de circunstancias adversas o favorables, externas o internas. La felicidad llega y se manifiesta caprichosamente, ya que si la llamamos o vamos hacia ella, no será. Pues si tenemos un deseo sobre ella, entonces llega el conflicto por querer la felicidad y el hecho de que no es, no la tenemos. Y la felicidad es estar libre de conflicto.
Si sólo queremos vivir con personas que nos alegran la vida, seremos racistas, brutales y crueles. La vida no la podemos planificar, cuadricular como un papel. Si forzamos las situaciones, si rechazamos o huimos de la realidad, de lo que es, entonces entramos en conflicto con la realidad. Y si hay conflicto, el sufrimiento y el dolor están ahí.
Hagamos lo que hagamos, siempre va a ser a nuestro favor. Pues, nosotros actuamos por el miedo a perder, a no ser lo que queremos, a sufrir, a morir. Y en todo acto ahí está escondido o no, el amor propio, el egoísmo.
La venganza, se quién sea el que la haga, es negativa. Pues, la venganza es hacer algún daño a los otros. Todos tenemos motivos para vengarnos. Pero, los resultados son una cadena de acción y su respuesta, por lo que entramos en la dinámica de la guerra. ¿Es eso lo que queremos?
¿Podemos ver en un instante, ahora, toda la locura de la venganza? Cuando nos insultan, no han notado que si estamos completamente atentos a ese insulto, a nuestras reacciones, el daño no nos llega. Es cuando estamos divididos de lo que está aconteciendo, que recibimos eso que nos hace daño –un insulto, una mala mirada, una actitud desafiante que nos humilla-, pero si nos movemos con lo que está sucediendo, sin huir, sin querer cambiarlo, sin tocarlo, no hay daño posible. Pues estamos más allá de todo eso.