Para Ángel Acuña Delgado, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada.
He leído tu escrito-columna, ‘Satisfechos de incumplir’, en el diario…, 3-3-2013. Gracias por todo lo que has informado realmente interesante.
Para no ser corrupto hay que cumplir las leyes, tanto las escritas como las que no se pueden escribir. Pero la obligación de cumplir las leyes, convierte otra ley dentro de sí, que es no querer cumplirlas, por lo que no es tan fácil cumplirlas. Cuántas veces las personas se niegan a cumplir la ley por rabia, por un vicio antiquísimo, porque se sienten defraudados, estafados, robados, maltratados por los que inventan y proclaman las leyes, que ni ellos mismo cumplen.
Si me permites, voy a describir lo que sucedió cuando, hace unos días, vino un hombre a arreglar una avería eléctrica. Cuando ya estuvo solucionada, le pregunté cuál era el importe. Él me lo dijo, era una pequeña cantidad. Yo le pregunté no haces factura. A lo que él contestó: ‘Para qué si todos son unos ladrones. Se lo van a quedar ellos’. Uno le respondió, que si no pagamos los impuestos no habrá carreteras, ni hospitales, etc. A lo que él contesto irritado: ‘Ellos se lo van a quedar, lo van a robar’. Por lo que se marchó sin atender mi solicitud de una factura legal con el impuesto correspondiente. Hay que decir, que esta persona ni llevaba bolígrafo ni facturas ni papeles, solamente las herramientas, Y al igual como esta situación han sucedido otras, también de poca cantidad, que se niegan a hacer la factura preceptiva.
Ahora bien, las personas comunes que ven el proceder corrupto, inmoral, de los dirigentes, ricos, poderosos, han creado otra ley: que es la de eludir las contribuciones al estado. Le han cogido rabia, lo odian. De tal manera que desprecian las leyes, no entienden el verdadero valor que tienen para que todo funcione. Ellos se creen que su propio dinero que pagan al estado, ese mismo se lo van a robar los que mandan. Y ese agravio -real o no- los desborda.
Creo que si uno es en su vida legal, no corrupto, y paga los impuestos al estado, nadie los puede robar ni manejar a su antojo. Por ejemplo, una persona que quiere la paz, vive pacíficamente, no participa de la corrupción -origen de la violencia-, lo que aporte al estado no irá destinado para los asuntos bélicos, violentos y de guerra.
Ah, Irma, hay muchos perturbados mentales, que no lo reconocen, o no lo saben. Pues, todos tenemos algo de perturbados, de locos. Por tanto, el peligro está en rebasar la locura permitida convencionalmente, por hacer algo indebido, insano e inadecuado para la salud mental.
Lo que pretende cualquier persona que ve todo el desorden, la confusión, que tanto sufrimiento y dolor genera, es descartarlo. Y para ello, ha de atenerse a la realidad para ver que la división es el origen de todo este desorden y confusión.
Lo que más llama la atención de las personas -lo más íntimo- es ver lo divisivos y fragmentados que estamos. Y es a eso a lo que hay que atenernos. Todo lo demás son distracciones y entretenimientos, sea que se escriban libros, vayan a la cancha a ver el equipo favorito, ir al templo o la iglesia. Todo es una huida del presente que molesta. Y así seguiremos por el resto de los próximos cien mil años.
Cada uno está tan muerto como el otro, como todos -unos un poco más, otros un poco menos-.
Y, qué haremos para qué la destrucción no rebase los límites que la naturaleza y la tierra pueda soportar, para que así se regenere.
La primavera estaba al llegar. Hace unas semanas –tal vez tres-, una golondrina solitaria con un vuelo alterado, entró en la calle y se fue a un nido de barro que estaba desde el año pasado, debajo de una balconada. Dio unas vueltas a prisa y corriendo, pero entró en el nido y se quedó allí un rato. Pero, ha desaparecido.
El frío intenso, había cesado al cambiar el viento de componente norte, por el del este húmedo y más suave, al venir de dentro del mar Mediterráneo. Pero ese viento ha traído lluvias abundantes, que son una bendición para las plantas, los árboles, ya que los vientos terrales de poniente, y los fríos y secos del norte, dejaban la tierra seca y sedienta.
Todo está preparado para la primavera, se nota sobre todo en la luz. Pero la primavera se hace esperar con respecto a la placidez y la bonanza, que son sustituidas por frío, vientos y lluvia. Pero ella llegará y se impondrá con su manera peculiar, reventando todo lo que estaba para salir: las yemas de los árboles, lo huevos de los pájaros, las plantas que han estado en su tiempo invernadas, llegarán los extensos arrozales, verdes y vulnerables al nacer, llegarán todos los que tienen que llegar: multitud de pájaros, insectos.
Y también llegarán los instintos indomables, las facilidades para todos que se veían inexistentes u ocultas.
De eso se trata, de ver lo falso y negativo y descartarlo. Si descartamos lo falso, lo que quede será lo verdadero -que no sabemos lo que es-.
Si es bueno porque nos muestra -aparte de la música y la letra-, que somos muy peligrosos. Y en un momento dado todo puede acabar en un desastre.
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Uno que ha visto la luz, ya está tocado para siempre. Puede perderla un tiempo, pero la volverá a ver de una manera o de otra. Eso es lo bueno -y tal vez, el destino- de la vida y los hombres.
Todo eso de que no somos nada -sino puros-, llega después de descartar lo impuro.
Todos somos uno, una unidad indivisible. Todos somos hijos de ese uno, indivisible y eterno. El problema está en vivirlo a cada momento, en cada reto.
El observador es lo que observa: tú eres yo y yo soy tú. Sin división, sin conflicto.
Las palabras, las descripciones no son los hechos, la realidad. Lo que cuenta es lo que vives, no lo que te gustaría vivir.