Lo que todos hacemos es reaccionar ante un reto, ¿verdad, Cristina? Si yo soy amable contigo, tú te sientes a gusto y feliz. Pero, si yo te presiono, te cuestiono cómo vives, lo que haces, la ropa que llevas, etc., entonces entras en crisis, no te sientes bien, me ves como un enemigo.
¿Por qué es que hemos de reaccionar ante algo que nos llega? La reacción es división, con eso que nos llega, es una huida de eso que no nos apetece ni nos gusta, es una huida de la realidad, de lo que es, que está en contraposición a lo que me gustaría que fuera. Pero si no huyo ni reacciono, sino que me atengo a lo que es, a lo que nos llega, entonces estoy viviendo con ello, me muevo con ello, estoy en orden. Y entonces, en ese orden, sin confusión ni conflicto alguno, es cuando la inteligencia está operando. Y en esa inteligencia, está el amor.
Por supuesto, mientras internamente –en el corazón- exista cualquier amargura, eso lo vamos a lanzar a cualquiera que llegue a nosotros, en cualquier relación que tengamos, sea en el supermercado comprando, en el trabajo, en el sexo, etc. Ahora bien, ¿de qué manera voy a estar libre de mi dolor interno, de mi amargura? Solamente podemos ser libres cuando entendemos lo que es la vida, cuando comprendemos cómo funcionamos, cuando vemos y comprendemos el funcionamiento del pensamiento. Sin comprensión de la realidad, no hay liberación posible.
La seducción voluntaria, como deseo, está bien para los animales. Pero, para nosotros no es necesario seducir, nuestra imagen, etc., ya son la seducción activa y operando. Si queremos seducir maquinando, exhibiéndonos, halagando, etc., sería como si le pusiéramos más azúcar a un pastel, o más sal al bacalao salado.
No hay nada fácil ni nada difícil cuando vivimos totalmente. Es como cuando llega el invierno o el verano, hay quienes siguen gozando por igual, otros no lo hacen nunca.
Eso que dices, Cristina, es verdadero, Pero no ha de mediar el deseo. Es decir, todo lo que hagamos: ayudar, ir al África en una ONG sanitaria o caritativa, ir por nuestro barrio ayudando a los demás, etc., si hay deseo de más y más, eso que hacemos no tiene ningún valor verdadero. Porque el deseo, genera desorden y confusión, caos, y es todo esto lo que provoca lo que quieres resolver, curar, ayudar, limpiar. Entonces, es todo como el pescado que se muerde la cola. O como los bomberos, que provocan los incendios y luego van a apagarlos. Y las personas les dicen que son muy buenos, caritativos, exponiendo sus vidas, etc. ¿Lo ves, estás de acuerdo?
Si pones a dios por medio, entonces paramos de hablar, investigar, porque nada tendrá sentido. Pues si dios es omnipotente, omnisciente, todo poder y gloria, entonces, todo lo que hagamos será su propia voluntad. Pero claro, ahí también entrarían los actos sádicos, la crueldad, los asesinatos, las violencias, las guerras. Y esa historia de tu dios, o del quien sea que lo adore y crea en él, no quiere oírla. No entienden que dios es cruel cuando tolera que haya la maldad que hay en todas partes, en esta tierra. Por eso, hablar de dios es cosa de tontos, un pérdida de tiempo, una especulación.
Lo que importa es lo que hacemos, cómo vivimos, en que invertimos nuestro tiempo, que hademos con el dinero, con nuestras propiedades, que hacemos con nuestros conflictos internos, con nuestros placeres, que hacemos con nuestras necesidades.
La sociedad es la que hemos hecho entre todos nosotros. La sociedad es uno. Y uno es la sociedad. Así que uno tiene que estar atento a todo lo que está sucediendo, tanto dentro como fuera de uno. Todo puede suceder, como siempre a sucedido en el pasado, pues no hay nada nuevo.
Solamente con la comunicación verbal no basta, hay avisos y detalles en las personas -los niños- que viven con nosotros que nos informan de que algo no funciona bien. Por eso, la atención, tener todo el tiempo para observar, es preciso si queremos generar orden en nosotros y en los demás.
Dar la culpa a los demás es una solución fácil, pero inadecuada e inoperante. Porque, todos somos responsables, al vivir como vivimos.
¿Quién se cree eso -de que no hay nadie como tú-? Todos somos iguales básicamente en lo psicológico. Las diferencias físicas, de razas, de color del cabello, de look (imagen corporal), etc., son superficiales. Cosa de niños cuando juegan a ser mayores.
Ya he dicho que a un cierto nivel superficial en lo físico todos no somos iguales: tenemos el cuerpo, negro o blanco, o cobrizo, bajos o altos, etc. Y esa es la diferencia. Pero el ámbito psicológico nadie se escapa: tú le tienes miedo a la muerte, ¿quién no? Tú quieres que te quieran, todos también. Quieres ser guapa, todos también lo queremos. Quieres estar sana, ágil, esbelta y en forma, los demás también. Te gustaría no envejecer, que no se arruinase tu cuerpo, también quieres que te respeten, pues todos quieren lo mismo. ¿Dónde está la diferencia, Esther?
Está claro que si miras en un microscopio un grano de arena, verás algunas aristas diferentes a los otros granos, pero no estamos tratando de eso. Y de la misma manera veríamos la tierra desde otra galaxia: un grano de arena. . Estamos tratando la manera de que los problemas no nos compliquen la vida, no nos destruyan.
Esther. En la vida no es todo blanco o negro. La realidad es la que es. Por tanto, la verdad no es tuya ni mía ni de nadie. La verdad, es lo que es nos guste o no. Entonces, si yo me agarro a lo que digo, eso no es la verdad. Igualmente si tú te agarras a lo que dices sucede lo mismo: no es la verdad. ¿De acuerdo? Entonces, ¿para qué queremos saber que es la verdad, dónde está la verdad? Será para liberarnos del sufrimiento y el dolor, ¿no? Porque si vivimos sufriendo dentro de nosotros, eso va a salir a fuera y plasmarse en todo lo que hagamos. Por tanto, mi único y verdadero interés es estar libre de ese sufrimiento y dolor, que me hace feo, amargado. ¿Cómo nos liberaremos de ese dolor tan aterrador que siempre está con nosotros? Pues nadie nos lo puede decir: ni maestros, ni líderes, ni gurús, ni santos ni filósofos.
Así que me encuentro solo ante ese reto que es mi vida y el dolor, que va con ella, que está ahí siempre esperando, ya sea desde el principio o al final de haga lo que haga. Pero uno no quiere vivir con ese dolor, quiere gozar de la belleza de la vida. Así que, uno siente la pasión para poder inquirir, descubrir, si ese dolor puede llegar a su fin. Si digo que sí eso no va a solucionar el problema, igual como si digo que no. Entonces, estoy atento a todo cuanto sucede dentro de mí y me doy cuenta que ese dolor es la consecuencia, el resultado de la división interna, que al exteriorizarse me fragmenta de los retos, de los demás. Y esa misma visión es la llegada de algo que me lleva, que me hace que vaya más allá de ese dolor. El dolor, sigue ahí, pero no nos molesta, porque no hay división entre él y yo. Sino que el dolor y yo vamos por la misma corriente del río que es la vida.