Torni Segarra

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Por cierto experimentar con animales mediatiza sus resultados por la crueldad que se les infringe.
 
Algunos están sonados –locos-, ya que se juegan la vida como si pudieran volverla a comprar.
 
Las enseñanzas abarcan toda la vida. Y la misma vida es la enseñanza. El problema ahora es, ¿si uno ha comprendido totalmente la enseñanza, sea cuál sea, y sea de quién sea, para qué nombrarlo? Pues al nombrarlo, la misma enseñanza puede dejar de serlo.
 
No se trata de llorar o no llorar. Es más grave: se trata de que entre unos y otros han desencadenado una guerra. Ahora, tú Lina, presentas a uno de los dos bandos enfrentados, que matan y hacen lo mismo que el otro bando, como si fueran todos inocentes, incapaces de hacer daño. Y en una guerra, ¿se puede no hacer daño a las personas, a la naturaleza? Los que empezaron la guerra, eran terroristas, guerreros, fanáticos subvencionados y respaldados por dictaduras también fanáticas, ladronas y usureras, mundanas, viciosas, llenas de lujo y despilfarro. Ahora, Occidente, que siempre respalda los que van a favor de su establishment está ayudando con armas, dinero, logística, diplomáticamente, a esos terroristas, guerreros, fanáticos religiosos, que quieren imponer una teocracia como lo han intentado e intentan en todos los países musulmanes.
Tus argumentos, y tus llamadas para que seamos tolerantes con uno de los dos bandos que tú favoreces, no se sostienen. Pues, no te olvides que en una guerra los dos bandos son crueles, asesinos, capaces de hacer lo indecible, porque la locura en su máximo esplendor se ha apoderado de ellos. Y esa locura viene motivada por el miedo a perder, a no vencer, porque en ello va la humillación, la tortura, los malos tratos, la prisión, la pérdida de todo, la muerte.
 
¿Un comportamiento corrupto puede justificar otro comportamiento corrupto? Si fuera así todo se hundiría. El argumento de justificar no es el mismo que comprender y asumir que: sí, somos corruptos. Sacar y airear toda la corrupción que hacen los demás, no exime de la corrupción que hace uno mismo.
 
Peter. El problema no es que lo que se hace mal también lo hacen China y Corea del Norte. El problema es que ellos, Occidente, nos informan cada día de los malos que son China y Corea del Norte. Y también nos informan de lo buenos que son ellos. Y este comportamiento, ya está en la dinámica que nos lleva a la misma confusión y desorden, el conflicto y la guerra.
 
Contar mentiras y falsear la realidad, es un peligro para la paz –que es la ausencia de confrontación violenta-. Cosa que siempre se ha hecho y se hace, porque al fanatismo, a los nacionalismos, a las ideas y teorías, etc., les damos demasiada importancia y nos poseen. Y por eso, nos ciegan y nos convertimos en un peligro para que haya orden y no anarquía, ni ladrones ni estafadores, ni hacer de la corrupción el modus operandi en nuestras vidas.
 
Eso no es sólo de un lugar en concreto. Porque todos las personas funcionamos con el mismo paradigma del miedo. Y es este miedo, por no conseguir eso a que nos hemos hecho adictos –poder, dinero, influencias, placer, etc., todo lo que necesita el ‘yo’-, el que nos hace egoístas, insensibles, indolentes e indiferentes, brutales y crueles.
 
Creo que el problema es un complejo de inferioridad, de falta de sensibilidad de lo que uno tiene que hacer. Porque, en un país europeo que alguien se presente como un mesías salvador, parece que algo no funciona bien en ese que se pretende proclamar el mesías que todo lo puede solucionar, porque los demás son unos ineptos, cretinos.
 
Lo malo es que el establishment, hace como si eso no estuviera ocurriendo, cuando ellos son sus patrocinadores. Y es que apoyar a dictadores sale ganancial. Y por eso, todo es materialismo, vanidad, mundano, disfrazado de espiritualidad y religión. Cuando es todo lo contrario, es el atraso, la edad media.
 
Suerte tiene que el actual gobierno es de derechas. Porque, si fuera de izquierdas la derecha lo hubiera arrasado todo.
 
En medio del vacío, todo se encuentra. Pero no hay nada de uno: ni el cuerpo, ni los pensamientos, ni las ideas, ni el país, ni la mujer ni el marido ni los hijos, ni la vida. Uno no tiene nada y vive con esa nada, aunque nada le falta.
 
El amor no es egoísta, pero también lo es. Porque el amor lo engloba todo, lo abarca todo, él lo es todo. Lo que cambia el la intencionalidad, el fin que perseguimos, dónde queremos ir a parar.
 
El arroz, ya había salido unos centimanos por encima del agua calmada de los arrozales. Había tenido muchos problemas desde que había sido sembrado, pues la primavera había sido fría e irregular. Muchos granos de arroz, al germinar, se morían al nacer debajo del agua demasiada fría. Ahora, ya estaban enverdeciendo toda la superficie de la planicie, de unos cincuenta kilómetros, estrecha y alargada. 
En su alrededor -en los márgenes de los campos, en las carreteras- las hierbas silvestres, los árboles, los campos de palmeras criados para venderlas en jardinería, los naranjos, estaban radiantes en su esplendor y el calor, lejos ya de los fríos y los vientos invernales, lo hacía todo vibrar como si fuera todo a coger otra dimensión de color y belleza aún más intenso y palpitante. 
Los hombres mayores se veían preocupados con los asuntos familiares, los negocios, los asuntos del cuerpo. Los jóvenes risueños, sin prestar atención a los problemas, seguían trabajando haciendo de ello una diversión.
Los jóvenes tienen esa ventaja, todo lo que hacen les divierte, disfrutan de ello -vayan a escalar una alta y peligrosa montaña, subirse en lo alto y dentro de una gran ola de agua en el mar, hacer un viaje lejano, empezar un nuevo trabajo, ir y venir, conducir máquinas, etc.-. A los viejos, en su mayoría, todo les molesta, pues al no responder el cuerpo toda acción se complica, se hace costosa, se convierte en una lucha.
Por una carretera venía una joven a pie, con dos grandes perros atados, el conductor del coche que la conocía se paró y la saludó, preguntándole: ‘¿Ya vives ahí?’ Refiriéndose al campo lleno de palmeras, como si fuera un bosque tupido, donde se estaba construyendo una barraca. Ella, con una amplia y satisfactoria sonrisa, dijo que no.
Y el campo proseguía, como siempre, impasible a los acontecimientos de los hombres -las prisas, sus problemas y deseos que satisfacer, sus vidas que se han convertido tan complicadas-, cada vez más pequeño, pues los edificios, los polígonos industriales, las grandes superficies comerciales, las construcciones de nuevas y más grandes carreteras, iban apoderándose de su espacio. Hace doscientos años, una gran parte de un lago cercano fue arrebatado, echando tierra en sus orillas, para convertirlo en campos para cultivar arroz.
Pero, los hombres, y sus asuntos, tenemos nuestras necesidades, que una vez consolidadas ya se quedan con nosotros. Siempre ha sido así, y siempre lo será, porque la fuerza de los hechos, que está más allá de nuestras capacidades y entendimiento, nos obliga a vivir de la manera que nos toca. Solamente podemos hacer las cosas de manera en que hagamos el menor daño posible a todo lo que nos rodea: empezando por los hombres, los animales, etc.