El problema de los que creen en la bondad de los hombres, no es su bondad en sí misma –que tiene su sentido y su valor-, sino en la ignorancia y la superficialidad. Porque, ¿puede alguien que tenga solamente bondad, ser sensible a todo el drama con su dolor que se desarrolla a cada momento? ¿Puede ser sensible y consciente de todo el milagro que es la existencia, el estar vivo sin que nos atropellen, sin tener un accidente y aplastarnos, sin contraer una enfermedad?
¿Puede alguien vivir en este mundo competitivo, lleno de personas corruptas –depredadores que sólo van a ganar, a triunfar-, sin enterarse de la manera cómo funcionamos? Eso parece absurdo e imposible, pues desde el mismo acto de nacer ya tenemos el instinto de supervivencia. Lo que quiere decir: o tú o yo. En la familia con los hermanos o en la escuela, etc., ya empieza uno a ver la variedad de personas que son peligrosas, competitivas, agresivas, dominantes, que son capaces de todo con tal de salirse con la suya, triunfar, vencer.
He visto a personas sencillas, humildes, de mirada bondadosa, llegar a una gran ciudad y en un momento caer en las manos de personas desaprensivas, que con un juego de manos –con trampas y artimañas- perder el dinero, sin enterarse con quiénes estaba tratando. Y marcharse, tan inocentemente como había llegado, sin percibir los rasgos tan evidentes de maldad, ni su energía tan negativa e inhumana, de los timadores y sus juegos de manos encima de una simple caja de cartón.
Jose, Cuando tú dices que: ‘Catal Huyuck, y Caral son ciudades de hace 10 mil y 5 mil años respectivamente, nos hablan de pueblos importantes donde no existían las diferenciaciones sociales ni tampoco los templos, pueblos que compartían las tareas y las riquezas. El desorden, la confusión y la división y los conflictos nacieron a partir de la negación de esta condición natural en los humanos durante decenas de miles de años al establecer sí por primera vez en la historia la Propiedad privada y la explotación humana socialmente’.
No es que nació, la división y el conflicto a partir de la negación de la condición humana, es que el hombre, y todos los seres vivientes, nacen ya con el instinto de supervivencia a cuesta de lo que sea y de quién sea. En un nido el pollo que nace unos día antes, cuando sale del huevo su hermano menor, quiere echarlo del nido a picotazos y empujones –que a veces lo consigue o no-. Las hienas y los perros salvajes en África, de pequeños se pueden devorar.
Es decir, como el paradigma de la vida, el mandato –de todos los seres vivientes-, es sobrevivir, pues, como somos como robots, obedecemos a ese mandato sea como sea y cueste lo que cueste. Es decir, estamos programados, condicionados, y es a eso a lo que hay que atenerse. Primero, ser consciente y verlo, luego comprenderlo y transcenderlo, Es decir, ir más allá de ese condicionamiento, de esa programación.
Y de todo eso no tiene la culpa nadie, eso es así, es la realidad nos guste o no. Y por eso, uno tiene que pasar por ahí, conocerlo, no huir, sino ser con eso. De manera que al verlo tan claramente, podamos ir más allá, como cuando vamos más allá de fumar o beber, de comer en exceso, o más allá de la violencia.
De JK, como de cualquier otra persona, se pueden decir muchas cosas favorables o negativas. Pero, obras son amores y no buenas razones: ahí está su legado. Sus libros; los millones de personas que fueron a sus pláticas; sus fundaciones, con sus escuelas gratuitas en India, etc.
Pero hay algo que define a JK, y es que dedicó toda su vida a transmitir -la libertad para poder ver realmente cómo es la realidad, cómo somos nosotros realmente, no cómo queremos vernos o alguien no dice que somos- cómo funcionamos y de qué manera procedemos. Cuando alguien le echaba en cara alguna contradicción, él les respondía: ‘¿Por qué tienen una imagen de mí? Yo no soy esa imagen’.
Y eso, si es que somos afortunados para verlo, es lo que nos sucede a todos. Somos contradictorios, porque la vida es algo vivo, cambiante, dinámico. Pero lo que no cambia es el resultado total de la vida: que es lo que queda, el dinero que tenemos, las propiedades, si somos explotadores, crueles, corruptos, enredadores, taimados, sin escrúpulos.
La pregunta es: ¿Dónde queremos ir a parar? ¿Cuál es la dirección que le damos a nuestra vida, hacia dónde va?
El error del cristianismo es presentar a Jesús, como hijo único y predilecto de dios. Es decir, el romper la manera cómo funcionan la vida y los seres vivos: todos nacen iguales, con las mismas condiciones, no hay elegidos, todos han de pasar por lo mismo, sea agradable o desagradable. Y es por eso, que la filosofía cristiana –la teología- tiene tan poco recorrido. Porque desde el mismo inicio se pone al margen de la filosofía, que es tratar sobre la verdad, cueste lo que cueste y le moleste a quien moleste. Y se entrega al absurdo de la fe ciega e irracional, sin lógica, sin una base real y directa. De ahí esas supersticiones tan estrambóticas de ser concebido por su madre que no conoció contacto sexual con un varón, sino que fue concebido de no se sabe dónde. De ahí, también afirmar algo que nadie sabe menos el mismo Jesús, si su agonía fue maldecida en el último momento de su tortura y muerte. Presentándolo como al margen del dolor, como un ser no humano.
Por eso, los creyentes del cristianismo, salvo los que viven de él porque han hecho de su vida un negocio, son personas atrasadas mentalmente, incultas, superficiales, llenas de supersticiones. Como lo demuestran sus historias y cuentos, fabulas, supuestos hechos acaecidos, etc. Cosa que comparte con todas las otras religiones organizadas.
El invierno, hacía sus estragos en las plantas. El frío intenso, y la falta de sol, las dejaba desmerecidas, algunas al borde de la muerte. Es la ley de la vida, en verano habían sido esplendorosas, con su follaje tupido, lleno de vida. Ahora parecían que su fin estaba al llegar. Algunas morirán. Pero hay otras que adoptan esa manera tan desastrosa en toda ella, aunque no mueren. Sino que al pasar el rigor del frío, se reverdecen y vuelven a su ciclo normal, anual.
A las personas, y los animales, nos pasa lo mismo: algunos llegamos al borde de nuestras posibilidades tanto físicas, como psicológicas, pero lo soportamos con todo el sufrimiento y dolor que ello conlleva. Pero hay otros, que mueren porque les tocaba acabar con su ciclo de vida. Porque el frío desencadena todos los problemas que obstaculizan nuestras vidas.
Todo eso visto con ojos humanos. Porque la vida tiene su lógica matemática, que no se puede cambiar. Y lo que no se puede cambiar, es lo perfecto, lo adecuado, lo preciso, etc., para que la vida funcione. No hay más. Y comprenderlo, que es aceptarlo, es lo que llamamos felicidad. Pues no hay división entre lo que es –la realidad- y lo que me gustaría que fuera.
Pues esa división, y su conflicto, va afectar cada cosa que haga, con su desgana, su indiferencia, o su rabia, contra todo lo que sucede, contra todas las personas. Al ver, que ni nosotros ni ellas, pueden cambiar ese destino que es el vivir la vida en su parte que nos parece desagradable.
Y eso mismo, sucede con el exceso de calor, que tanto las plantas, los animales y las personas, nos alteran de manera que nos desencadenan toda clase de problemas, que pueden desembocar en la muerte. Aunque todo esto, visto a cierta distancia, es como el gran juego que es la vida: nacer y morir. Aunque el gran misterio es cuándo moriremos. Porque si uno no ha de morir, ni el frío ni el calor intenso, aunque nos torturen no moriremos. La muerte solo llega caprichosamente. Por eso, cada segundo, cada día que pasa, es como un milagro, una dación, para poder esta con vida.