Torni Segarra

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Eso mismo le sucede a los hombres, tienen un ángel y un demonio durmiendo. Y depende de cómo se los trate, ya sean las mujeres u otros hombres, se pueden convertir en ángeles o demonios.
 
Todo lo que has dicho, aparte de tu tono autoritario y dictatorial, tiene algo de razón. Pero, la cuestión es: Tú, José, haces lo mismo, no amas al prójimo como a ti mismo. Si tú no empiezas, ¿qué sentido tiene todo lo que digas?
 
Estás huyendo, no puedes ignorar y ser indiferente ante el hecho de qué tú tampoco amas a los demás como a ti mismo. Porque, si lo hicieras -amar a los demás- no hubieras dicho lo que has dicho, presentándote como si tú no hicieres daño. Y todos, de una manera o de otra, hacemos algún daño.
Todo eso te pasa por ser un seguidor, alguien de segunda mano, que no vive lo que dice, sino que lo repite todo como un disco, un audio, un vídeo. Cuando hemos de ser nosotros los que hemos que descubrir, por experiencia propia, si eso que se dice es cierto o no en nuestras vidas. Y si eso es posible o no, si es una ilusión más. 
 
Sólo somos seres humanos. Todo lo demás es complicarse la vida. ¿Qué importa el lugar dónde nacemos, si somos mujer u hombre, negro o blanco, esto o aquello? La vida en sí ya es muy complicada y cuantos menos problemas añadamos, tanto mejor para todos.
 
Si decimos que maduramos, es decir cambiamos, con el tiempo, con los años, entonces eso puede que nunca llegue. El cambio -no el ser maduro que es más bien físico-, ha de ser ahora, en este instante. Averigua qué es lo que se interpone para ese cambio. Y el mismo hecho de la comprensión de los obstáculos, será el mismo cambio. Y eso sólo puede acaecer en el ahora.
 
La conciencia es el condicionamiento que hemos heredado. Esa conciencia, es su contenido, todo los recuerdos de todo lo que hemos sido desde hace un millón de años. Así que, la conciencia es su contenido, que se manifiesta mediante los pensamientos. Y el pensamiento es el que reacciona a los retos que nos llegan. Por tanto, si nos liberamos de nuestro condicionamiento, como mujer u hombre, como pobre o rico, como culto o inculto, de malo o bueno, etc., es cuando somos libres de ese condicionamiento. Y entonces, uno no tiene conciencia del bien ni del mal. Todo es como la corriente de un río que todo lo va arrastrando, que todo va pasando, solamente observándolo sin tocarlo, sin huir de ello, sin querer cambiarlo.
 
Todo nace dentro de nosotros, en lo más profundo de nosotros, cuando sale fuera ya no tiene ningún valor, se convierte en un acto externo. Como el darse la mano, el besarse cada vez que nos vemos o no despedimos, cuando nos sonreímos o no, o decimos cualquier cosa halagüeña o no. Todo lo que hagamos o decimos ya es del pasado, pues el presente nace antes de manifestarlo. Ahora bien, si uno está libre de todo lo que genera el pensamiento, entonces tanto el hecho de pensar y la acción son sin división alguna, son la misma cosa, son el ahora. Donde todo sobra, o nada sobra, pues la comunicación es total, sin división ni fragmentación alguna.
 
La fe en algo es una certidumbre, que nos estatifica, nos divide de la vida que es cambiante. Uno tiene fe en que va a encontrar algo y se lanza a ello, se vuelve ciego por conseguirlo. Y por supuesto que lo puede conseguir, pero eso que conseguimos está contaminado por el deseo, por las maquinaciones corruptas. Y ahí no hay nada sagrado, ni nuevo. Porque, lo nuevo no ha sido tocado por nadie ni por mente alguna.
 
O, una burla que estalla con todo su poder destructivo. La carcajada, al igual como la risa, suele ser a costa de alguien o de algo. Por eso, si uno se ríe de lo estúpido que es, tiene su comicidad, pero si nos reímos de otro, eso es cruel.
El ser humano lleva la crueldad en él, sólo falta provocarla y saldrá, llegará con su brutalidad arrolladora.
 
La clase, la educación, la esencia, el dinero, tienen su lugar y su momento. Pero fuera de ese ámbito mundano, eso no sirve para nada: el que tiene hambre qué le importa si come bien o come mal, si tiene sed que importa qué beba de un botijo de una copa de cristal de Bohemia, si se trata de calmar la sed.
Tan negativo es ser pobre, miserable, etc., que ser rico, derrochador,  corrupto, etc.
 
Tanto cuando se gana, como cuando se pierde, aprendemos porque nos vemos tal cual somos: fatuos y vanidosos en la ganancia, frustrados y deprimidos en la pérdida.
 
La palabra perdonar tiene muy poco valor, es una convención social. ¿Podría un árbol si le cae un fruto maduro encima de la ropa de alguien y lo ensucia? Cada cosa tiene un fin. Y nosotros si sufrimos algún percance hemos de comprenderlo.
En cuanto a las personas sucede lo mismo: uno cuando se queja de que alguien lo ha estafado, defraudado, hecho algún daño, eso es por inatención nuestra ante lo que es la vida, y las personas, y las sorpresas que nos pueden deparar.
 
‘La práctica del Budismo verdadero’, eso qué quiere decir. Primero, ¿quién es el que va decir lo que es el budismo verdadero, con qué autoridad, y quién se la ha dado a ese que ha dado a otro la autoridad? Por lo que todo es tan infantil, tan corrupto, tan burocrático, tan vaticanista.
Y, ¿puede una práctica, que incluye a los ritos, supersticiones, que es todo del pasado, etc., tener algo que ver con la inteligencia, con lo que no ha sido tocada por el pensamiento -que es lo viejo y conocido, el pasado-? La práctica y los métodos, embotan la mente, la hacen insensible, repetitiva, y nos agarramos a ellos como una tabla de salvación de nuestros miedos y miserias. Pero, esa medicina es lo mismo que la enfermedad: división y conflicto, confusión y desorden, indiferencia e indolencia, brutalidad y crueldad.
 
¿Por qué luchar contra el calor, el frío, la noche, el día, el levantarse de la cama, el trabajar, o el no hacer nada? Si estuviéramos atentos a todo lo que hacemos, a todo lo que es la vida, sin resistencia ni oposición alguna, haríamos que floreciese la inteligencia y ella nos daría el sentido de cada cosa que nos pasa. Pero, para que eso sea, sea algo real, uno ha de ir más allá de toda vanidad del que dice que sabe.