Los tontos piensan que todos son tan tontos como ellos. El problema es cuando los tontos mandan y son armados. Entonces aún son más tontos y hacen todo tipo de tonterías: molestar a todos. Y es que los tontos mandan por eso: porque son tontos, bobos –estúpidos, deshonestos, corruptos-.
Nosotros somos los responsables de nuestras vidas y cómo las vivimos, hasta un cierto punto. Porque todos los caminos tienen piedras con las que tropezamos. ¿Hay algún camino que no tenga piedras con las que tropezamos? No lo hay. Por eso hemos de vivir con las piedras, comprendiéndolas, amándolas, para poder ir más allá de ellas.
Ignorar no es suficiente, porque eso que queremos ignorar va a volver. Hemos de ir más allá de ese que queremos ignorar, porque tal vez no se puede ni ignorar ni olvidar.
Decir que nunca haremos algo, ¿es eso cierto, real y verdadero? Si nos conociéramos de verdad cómo actuamos, lo sabríamos.
Para el que ve, o no ve, todo lo puede hacer cambiar o no.
Lupizz. Ser uno mismo no es suficiente, porque podemos quedar atrapados en esa imagen que hemos creado de nosotros y creemos que es real. Por eso, hemos de ir más allá de nosotros mismos.
Todo lo que decimos ahora, puede ser todo lo contrario al instante siguiente. Por eso, para qué darle tanto importancia a lo que se dice o no.
La verdad es cruda, a veces escuece, pero siempre cura y nos pone en nuestro sitio real y verdadero: personas débiles y frágiles, y a la vez fuertes, para lo que es la vida, el universo, que hemos de morir queramos o no.
Lali. ¿Es eso posible? Pues los santos no existen ni los mártires voluntariamente tampoco. Cada cual pasa por donde ha de pasar, lo queramos o no.
La vida es todo lo que nos sucede, y nos pueda suceder. Por eso., caer y levantarse es lo más vulgar. ¿Por qué es que hacemos un problema de eso: si me caigo, si me levanto, o no? La vida es destrucción, amor y construcción.
¿No sería mejor decir entiende y comprende, en vez de luchar? Luchar es enfrentamiento, contienda, conflicto.
Lo caro y lo barato, como norma en la vida, son dos extremos, que nos generan desorden y todo lo que le sigue, nos lleva a la miseria de los conflictos, la violencia y la guerra.
La trampa del sexo, es que no nos da lo que queremos: queremos más y más, que el sexo no nos puede dar. Es como si exigiéramos un plus al comer, al dormir, al respirar. Y no, sólo hay lo que es, la realidad, nos guste o no.
La vida es como es, todo lo demás, el querer cambiarla, es entrar en una batalla que no se puede ganar. Por lo que todo deseo de querer cambiarla, es una pérdida de tiempo, donde nos agotamos y nos deja en el mismo sitio de siempre: queremos pero no podemos. Por eso, amemos la vida tal cual es, disfrutemos o suframos de ella, pues el sufrir y el no sufrir forma parte de ella.
Para que el amor pueda entrar en la sociedad, en los organismos, en las escuelas, las sociedades vecinales, políticas, caritativas, culturales, cada cual tendrá que tener eso que queremos que se impregne la sociedad –el amor-. Pues, ¿podemos cambiar primero la sociedad y después esta sociedad que cambie los hombres? Eso ya lo hemos intentado desde hace cien mil años y hemos fracasado. Porque, lo interno, lo que tenemos dentro, es más fuerte y poderoso que las leyes, las normas, los preceptos y sanciones.
Así que, Kori, primero hemos de cambiar cada uno y ese cambio, sí que va afectar a toda la sociedad, a toda la humanidad.
La felicidad es una decisión. Pero para que pueda ser esa decisión de felicidad, no ha de operar ni intervenir el conflicto.
El calor molesto ya había pasado, pero en las horas tras la comida del mediodía aún insistía. Las madrugadas eran frescas, las ventanas se tenían que cerrar para que no hubiera corriente. Los pájaros habían pasado ya los trabajos de alimentar y cuidar a sus crías. Esta mañana un pájaro emitía un sonido piando como un suave timbre. Él solo era el dueño del lugar, ya que estaba todavía oscuro y se atrevía todo el tiempo con sus llamadas, avisos, o por cualquier otro motivo que no podíamos saber.
Ayer fueron el último día de las fiestas de después de los calores veraniegos, toda las personas parecían que se habían echado a la calle. Se les veían felices, parlanchines, deseosos de fotografiar cada cosa que se salía de la normalidad. Pasaron las autoridades precedidas de unas dulzainas y tambores. A lo lejos, parecían un aviso de que algo importante se acercaba, con su redoblar mecánico y grave. Iban a presidir un concurso internacional de paellas –Nueva Zelanda, EE.UU., Francia, Japón, Inglaterra, Alemania, España- y a participar en la posterior comida.
Por la tarde, dos preciosos caballos todos blancos iban y venían con sus jinetes por la ancha calle, captando la atención de todos los que se habían sentado o de pie en las orillas de la acera, para ver el último espectáculo: una cabalgata.