Cuando vivismos en confusión, es que estanos inatentos, distraídos. Por eso, cuando me doy cuenta que estoy inatento es cuando vuelvo a estar atento.
Cuando algo acaba, ¿por qué queremos más, queremos que continúe? Si estamos viendo una película, ella llega a su fin, lo mismo que con un libro, un viaje, una visita, una buena tarde de charla con las personas que nos relacionamos. Pero, ¿por qué las circunstancias a las que nos aferramos, sentimos tanto dolor cuando terminan?
El acabar algo, cuando se termina, es tan radical como la misma muerte, es el fin. Cada segundo que pasa es el fin y la llegada de lo nuevo. Y lo nuevo es la maravilla de la vida, sea lo que sea. ¿No les gusta vivir para ver y descubrir lo que la vida nos depara?
La venganza no es el la solución, porque eso desencadena más venganza de los otros, que es lo que es la guerra. No creamos que porque urdimos la venganza en secreto, los otros no lo van a saber que hemos sido nosotros. Pues todos estamos comunicados, en relación directa, aunque no lo podemos ver. Averigüemos por qué esa sed de venganza, esa sed de crueldad. Y veremos que son los celos y las envidias hacia los demás.
Si queremos ser felices, hemos de ser como los inocentes niños que todavía no han sido corrompidos por el deseo de vanidad, del más y más al precio que sea. Donde por ese deseo insano y cruel, nos hacemos insensibles e indolentes ante el daño que provocamos.
Es preciso que podamos comprender a los dioses, porque somos nosotros los que los hemos creado e inventado.
Tanto el orgullo, como como la falta de él, es lo mundano, lo superficial. La realidad lo abarca todo y por eso hemos de jugar con ello sin darle ninguna importancia. Es como ser gordo o flaco, bajo o alto, feo o guapo, negro o rubio, ¿eso qué importancia tiene en realidad, si es que somos serios y sensibles, llenos de afecto y de amor?
Nosotros no tenemos nada, ni tan siquiera la vida. Somos como administradores que debemos de gestionar esto que tenemos entre manos: la vida, nuestra existencia.
Cuando ignoramos, olvidamos, nos alejamos, de alguien o de algo, eso quiere decir que no nos interesa. Lo que nos interesa nos hacer hervir la sangre y vamos a por ello. Todo lo demás es desconocer la realidad de lo que somos.
Cuando los frenos han quedado atrás, porque estamos completamente obsesionados y atentos a algo que nos interesa, y creemos que nos conviene, entonces es cuando llega lo nuevo, lo sagrado, lo que nadie puede tocar.
El sicópata es aquel que tiene tanta ofuscación por algo, que le lleva a hacer un daño a otro aunque pierda su vida o su libertad. Pero eso es una parte del problema, porque todos nosotros también participamos de esa psicopatía, ya que también somos celosos, envidiosos, y dispuestos a la crueldad. Por eso, uno ha de estar libre de todo lo que nos lleva a esa psicopatía: no querer nada, no creer en nada.
La infidelidad no puede tener diferencia entre el hombre y la mujer, pues en los dos tiene la misma raíz: el fin de algo que era irreal –el amor por siempre por una sola persona-, diciendo que lo era, y la rabia, la frustración al descubrirlo sin entenderlo ni comprenderlo. Por lo que la amargura de la realidad nos lleva a planificar o llegar a la venganza.
Si decimos que los hombres mienten y nos olvidamos de decir que las mujeres también hacen lo mismo, seguimos en el círculo de mentiras y falsedades. Todos mentimos cuando lo creemos preciso, o inconscientemente en una discusión acalorada.
La angustia es el miedo al dolor y a la muerte. Uno puede tener miedo al ridículo y sentirse angustiado cuando tiene que hablar ante otros,. Otro tiene miedo a la soledad y sentirse angustiado, miedo a la enfermedad, a no tener trabajo ni dinero, miedo a la autoridad. Y finalmente, está el miedo a la muerte ineludible.
Por lo que como la vida es dolor, también es angustia. O sea, que vivir es angustia y dolor. No podemos hacer nada más que vivirlo, comprenderlo, que es lo mismo que soportarlo. E ir más allá de todo ello.
No nos engañemos, ni seamos infantiles, todos somos lobos revestidos con piel de corderos.
El ateo no puede encontrar a dios porque no existe. Pero el ateo, como no lo tiene claro del todo, se empeña en negarlo para así demostrarse que no cree en dios ni existe. Si tuviéramos claro que dios es un invento humano, no habría ateos ni creyentes. Pero la trampa es que como no se puede comprender el infinito -que es lo que vendría a ser dios-, investigar si existe o no existe dios es como cavar infantilmente en un hoyo que no tiene fin.
¿Se puede decir que aún podremos amar más a alguien? Cuando amamos, ¿no es algo total, absoluto, que lo hacemos con toda nuestra energía? El amor es sin referencias ni niveles ni intensidades, porque nace de la nada, del vacío, que es a su vez la totalidad.
Si no hay una entrega total a lo que estamos haciendo, ¿qué puede surgir que no sea división, confusión y desorden? Cuando nos entregamos completamente a lo que estamos haciendo, a la vida en su totalidad, entonces todo tiene sentido, todo tiene belleza, todo es dicha y alegría.