Torni Segarra

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Hasta que dejemos de creer en nosotros, habrá que vivir con eso. Hay otra oportunidad, ir más allá de eso que soy. Si yo soy africano, porque nací allí, soy negro de piel. Tengo que ir más allá de esas tonterías del color de la piel y del lugar de nacimiento. Dicho esto, uno tiene que morir a la identificación cultural, al romanticismo, a las emociones folclóricas, nacionales, banderas, himnos, etc. De lo contrario todo esto nos desbordará y entraremos en la dinámica de la identificación con todos los problemas fricciones, disputas, enfrentamientos.
 
Hasta llegar ahí, Gisela, hay un trecho. O eso que has publicado, podemos hacer que sea un hecho. Porque, vivir en la vacío siempre, ¿es ello posible? Que vendría a ser lo mismo que estar completamente liberado, iluminado, sin conflicto ni dualidad. ¿Es ello posible? No unos minutos, unas horas, unos días, sino hasta la muerte.
 
Cuando hay algo que nos exige toda la atención -un peligro inminente, la visión de algo que tiene mucha belleza, como el volar de una manada de pájaros-, ¿qué es lo que existe ahí en esa percepción? Pues el ‘yo’, ante esa atención total desparece. Luego, solamente hay la percepción desnuda, un darse cuenta de lo que está sucediendo sin poder intervenir, aunque uno actúe. Y en ese actuar, que es la inteligencia operando, es donde está el orden.
 
Pero, Fernando, no respondes a la cuestión, de si uno puede liberarse -estar fuera de la dualidad, de los opuestos, del conflicto- para siempre.
 
El que quiere provocar que la atención se desconcentre, es el mismo que genera la concentración, la identificación: el ‘yo’.
 
La vida realmente vivida no tiene dirección alguna. Tiene una capacidad para ser e ir en todas direcciones.
 
El ‘yo’ es el que crea la memoria, que es el sostén del pensamiento, el pasado. Y el pasado, en el ámbito psicológico -no cronológico-, es el que no puede salir del surco de la división, la fragmentación interna. Y si hay división, ahí está el desorden, la contienda, los enfrentamientos.
 
Yo no creo el ‘para siempre’. Lo crean los que creen en el nirvana, la iluminación, la libertad total. Los que creen que no hay cuerpo ni nada material, que es lo mismo que el estado en nirvana.
 
¿Quién sabe cuándo llega el momento del nirvana, Nicolás? Se puede hacer un manual, un listado de las características de los que tienen o no tienen su vida en el nirvana. ¿Y quién lo va hacer, cómo sabe él lo qué es el nirvana? ¿Se puede examinar alguien para aprobar y entrar en nirvana? Todo esto es infantil y sin sentido.
 
Si no existe el nirvana, ¿cómo va haber un creer verdadero en el nirvana? Creer cada cual cree en lo que quiere, le satisface y le conviene.
 
La memoria, el pasado, el ‘yo’, son lo mismo, tienen una misma raíz que no llegamos a ver el origen –pues sería ver el origen de la vida-. Si no te cae simpática la palabra ‘yo’, di condicionamiento. Otra palabra que abarca todo: el pasado la memoria, etc.
¿Por qué tienes esa manera de rizar el rizo, haciendo un bucle de palabras y conceptos? Todo es más sencillo a la hora de explicarlo. Aunque entenderlo ya es otra cosa.
Me puedes explicar qué es eso de la filosofía advaita -otra palabra rimbombante, orientaloide-.
Gracias, Fernando.
 
El problema está, Daniel, en que todo lo que alguien dice que es la verdad, tú lo ves falso. Pero, él dice que todo lo que tú dices es lo falso. Salir de ahí, de ese conflicto de intereses, vendría a ser la verdad.
 
No puede haber división alguna entre la ciencia, la materia, lo material, con lo espiritual o dios. Porque dios sería el estado puro de amor, donde todo forma una unidad indivisible, donde todo queda englobado sin ser excluido nada ni nadie. ¿Lo ves claro, Rodolfo?
 
Todo puede ser una ilusión. Cierta vez estaba solo en medio de una planicie de arrozales inundados con decenas de  kilómetros a la redonda. Era cuando el sol ya está bajo del horizonte por la tarde y las luces, las estrellas, ya empiezan verse con más intensidad, cuando apareció una luz -que debía ser un avión- que cuando la miraba ella se venía hacia mí. Así estuve un tiempo siguiendo con el coche: cada vez que miraba lo encontraba más cerca de mí. Hasta que al final deje de mirarlo y ahí se acabó todo.
 
Aunque estuviera hablando toda la vida sin parar, todo sería una repetición de lo mismo: porque no sabemos ni el principio ni el final, de lo que es eso: la vida. Sólo sabemos el tiempo que es este periodo en que vivimos. Y si uno no sabe algo lo que es. ¿qué, sentido tiene hablar de ello? ¿Se puede hablar de la nada, de lo que no es?
 
Los ateos son los que no creen en el amor, no tienen compasión. Y por eso excluyen a los que no son como ellos. Alguien que no tenga amor, siempre verá enemigos en los que no piensen como él. Por eso su vida es un infierno pues les molesta el calor, el frío, los jóvenes, los viejos, las mujeres, los hombres, los niños, los que van desnudos en la playa, los que hacen el amor sin ningún problema, los homosexuales, los drogadictos, las prostitutas, los desheredados de la tierra. Porque como no creen lo mismo que él los ve como enemigos.
Si uno tiene amor, la palabra ateo o creyente no tiene ningún valor. Pues con el vivir cotidiano, el de cada día, con los retos que nos llegan, ya le basta. Porque su único combustible es el amor.
 
El cerebro salvo en lo mecánico y doméstico -saber cocinar, leer, hacer una suma, etc.- no sirve porque es un estorbo. Ya que el cerebro es el depósito donde está todo el pasado, que es su condicionamiento. Por tanto, el cerebro y su pensamiento, nada nuevo nos puede traer. El cerebro sólo trae la parte animal: que se manifiesta en el ‘yo’. Es decir, solamente ‘yo’ y sólo ‘yo’, sin importarme los demás,  todo lo demás. Por lo que, como los demás hacen lo mismo, la vida se convierte en una guerra de todos contra todos. Luego, lo endulzamos con bonitas palabras, como la paz, la igualdad, la caridad, lo endulzamos con la buena educación –que aunque tenga su sentido, su momento y su lugar, no tiene ningún valor-. Es decir, el pensamiento –que es la herramienta del cerebro- se reinventa siempre desde el mismo patrón, con el mismo paradigma de sólo yo soy lo importante. Y siempre tengo que triunfar, vencer, ganar, derrotar.