Torni Segarra

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Los actos no se rinden a nadie, porque esos actos estarían contaminados con el deseo de obtener algo: satisfacer a la divinidad. Ya que todo deseo, por bien intencionado que sea, creyendo que es bueno y provechoso, lleva en sí la corrupción del devenir, del desear, del querer o no querer.
 
A la verdad, lo verdadero, no se puede llegar por medio de la práctica. Porque, toda práctica quiere decir que es una repetición de algo, que ya tenemos la conclusión de antemano, para obtener un resultado. Si no, no podríamos practicarlo. Practicar es repetir algo que ya está establecido. Pero, como la realidad siempre es nueva y cambiante no se puede ajustar al pasado –que es la práctica, lo que se dijo-.
 
Las bebidas alcohólicas –incluidas el vino- son una droga, destructiva y dañina de la vida, como todas las drogas. ¿Por qué hacen publicidad de esa droga si saben cuáles son sus resultados: alteraciones mentales, destrucción física del cuerpo, accidentes de tráfico mortales o no, degeneración de la vida social y de convivencia? ¿Lo hacen por dinero? ¿Aún quieren más dinero del abundante que ya tienen?
Esa corrupción en la manera de actuar, comportarse y vivir, es la que está destruyendo este mundo: todo es válido y correcto si nos da ganancias, dinero, poder, ya sea la fabricación y venta de armamento bélico, hacer la guerra, las revoluciones y revueltas, la creación de toda clase de máquinas más rápidas y como consecuencia más destructivas.
Queremos derrotar a la vida, pero nos derrotamos a nosotros mismos –aunque vivamos unos cuantos años más, vayamos en coche o vivamos en apartamentos, nos comuniquemos a todas horas cada detalle de nuestras vidas, de todo cuanto ha acontecido y acontece-. Cuando a la vida no se la puede derrotar, como a nadie ni a nada, sino que se la tiene que comprender y estar en armonía con ella, con eso que es tan poderoso como nuestro deseo, como nosotros. Pero, para eso uno tiene que comprenderse, comprender cómo funciona el deseo, sus necesidades, comprender de qué manera opera el pensamiento y su deseo insaciable de placer, que es la seguridad de lo conocido, del pasado.
Lo nuevo nos da miedo, nos espanta. Queremos vivir en lo viejo y conocido, aunque sepamos que es divisivo, conflictivo, generador de amargura, desorden y caos.
 
La locura, el loco, tiene en su raíz la división de todo lo que le rodea. Pues, la división nos desentiende de la realidad, nos hace que pasemos de ella, como si estuviéramos colocados por haber tomado algo, o haber hecho algo muy gordo. Creo que con una conducta de buenas relaciones con todo lo que es la vida –el cuerpo, la naturaleza, todo lo que usamos para poder sobrevivir, incluidos a los otros-, la locura no podría arraigar.
 
¿Puede el establishment -el poder real- sin dominar ni dirigir los medios de comunicación, radio, prensa, televisión, Internet, etc., ser y dominar, manejar, manipularlo todo?. Pues, si no fuera así, lo arrasarían todo todos lo que están en contra de él y no lo aceptan ni aprueban. Porque, tan solo una minoría de revolucionarios, revoltosos, descontentos, indignados, harían lo que hace ahora el establishment, usar esos medios de comunicación para decir las cosas de manera para presentarse como los buenos, los mejores y triunfar e imponerse en el poder.
 
Todo eso es el pasado. Y el pasado ya no cuenta, es un estorbo y un impedimento para que la vida fluya y pueda ser en todo su esplendor.
 
 La vida es como es. Y si no hiciéramos todo lo que hacemos para sobrevivir, la vida qué sería ¿más vicio, sexo, drogas, rocandnroll?
 
En realidad cuando leemos a alguien, lo escuchamos, o hablamos de él, lo importante no es lo que dijo o no dijo, sino la energía que se desprende de esa persona. Es decir, esto que he dicho, escrito, al margen de la verdad que tenga, todo lo importante está en la energía que yo transmita y que cada cual pueda encontrarla confortable o no.
Es algo así, como cuando en un baile alguien nos pide que bailemos con él, lo importante no es el baile ni la música ni el lugar, lo importante está en la persona que nos pide que bailemos con ella, quién es, su imagen, etc.
 
Cuando uno hace algo, sea lo que sea, los demás van a chismear. Por eso, uno ha de tener muy claro que eso que hace es lo que quiere y necesita. Entonces, todos los chismes, son como los ruidos de las moscas o mosquitos.
 
Las enseñanzas de Jiddu Krishnamurti, como de cualquier otro, son el resultado de muchos factores -condicionales, raciales, culturales, históricos, religiosos, etc.- cuyo resultado es una personalidad, que a un grupo determinado de personas les parece excepcional. Lo que a los cristianos les dice Jesús, a otros no les puede sugerir nada, lo mismo sucede con Buda, Marx, Freud, Mahavira, etc.
Por lo que en definitiva, lo importante no es lo que dice alguien -pues todos dicen lo mismo-, sino cómo se dice, lo que se transmite y llega al fondo de nuestro corazón. Los políticos, también tienen ese mismo paradigma al funcionar. Pues ellos, son exactamente igual que todos los que quieren transmitir algo que creen que va a mejorar la vida de los demás. Todos los políticos son odiados y también son adorados.
 
Sí, Jiddu Krishnamurti, decía que estaba libre de su influencia cultural, personal, de su país. Los que no están libres son sus seguidores que se han acostumbrado, y dependen de sus palabras, etc., que necesitan la energía que transmite.
 
La cuestión es: Si ya sabemos, porque lo hemos comprendido hasta la raíz, lo que hay que hacer, ¿para qué seguir a ese que nos ha dicho como se tenía que hacer? ¿Es por un servicio que se le hace para divulgar esa enseñanza, es por rutina, es por un beneficio de vanidad, sentirme seguro en un grupo de millones de personas, es por seguir investigando como un entretenimiento de adivinanzas para ver cuál es el más sagaz?