El optimismo desbocado es lo que han tenido y tienen todos los dictadores crueles, todos los triunfadores. Por tanto, ser optimista como lanzadera para conseguir lo que queremos no es adecuado. La vida no está hecha para que seamos felices, aunque hemos de serlo de una manera o de otra.
Si una persona ha de ir –se tiene que desplazar- de un lugar a otro por el campo. La persona excesivamente optimista no verá ningún problema, pero arrasará con todo lo que encuentre por delante –plantas, caracoles, flores, insectos, árboles pequeños, animales pequeños, si hay alguna persona por allí y se pone por delante, etc.-. Ese es el problema de la vida: para que unos vivan han de morir otros. Y ese plato es muy difícil de tragar para una persona sensible, que quiera abstenerse de hacer algún daño.
¿Qué haremos, sabiendo que cada acción trae consigo destrucción, que toda acción siempre es acosta de otros? Si no hacemos nada nos colapsaremos, llegará el desorden y la confusión, que también genera destrucción. Por tanto, me doy cuenta que tanto el exceso de optimismo o el ceder a las complicaciones, al pesimismo, no va a resolver los problemas. Por tanto, a medida que van sucediendo los acontecimientos, los hechos, los retos, voy descartando lo negativo, que es el ser optimista o pesimista. Solamente me atengo a los hechos de que uno ha de hacer lo que tenga que hacer, poniendo toda mi atención en eso que estoy haciendo.
Y si hay atención total a eso que hacemos, entonces lo que hagamos será el orden, que es la inteligencia operando.
¿Por qué es que necesitamos hablar de la autoestima, que sería hacer las cosas para no perder en lo que hacemos, en lo que llevamos entre manos? Tener algo previsto, de antemano, de lo que tiene que ser, de sus resultados, trae malos resultados, pues eso es corrupción. Si nos atenemos a los hechos –sin autocompasión- hemos de responder a ellos. Y responder a los hechos -los retos que nos llegan- adecuadamente, con toda nuestra energía, con todo nuestro ser, es lo que más feliz nos hace.
Pero cuando bailas con alguien es porque está en tus parámetros de aceptación, aunque tu fin es bailar –que es vivir-. Porque si eres adicta al baile, al igual que todos los adictos, harás lo que sea para satisfacer tu deseo. Que viene a ser lo mismo que la elección por lo más adecuado para ti.
En la vida, María, no hay salida, no hay escapatoria. Solamente cuando lo vemos como un hecho es cuando podemos ir más allá. Es como el preso, que sabe que no puede salir de la prisión, y lo ve tan absolutamente claro, que en esa visión está la liberación.
La libertad es la base de la felicidad, Marian. Por tanto, cada uno que escriba, que diga, que haga lo que tenga que hacer. Y al final, la realidad, la verdad, llegará. Pero, esa verdad, que es orden, no es tuya ni mía ni de nadie. Esa verdad es lo que es, la vida misma, tal y como es, nos guste o no. Repetir que soy alto mil millones de veces, infinitamente, no me va a convertir en una persona alta. Puedes creerlo, pero eso no tiene ningún valor, porque estamos huyendo de la realidad, y puede que los demás te tratante como una loca.
Aun mirando el mundo opcionalmente, con libertad total, sabemos que eso que vamos a hacer puede o no puede traer malas consecuencias. Otra cosa es que lo asumamos y lo hagamos. Todo depende de dónde queramos ir a parar. Si no nos importa morir, entonces podemos ponernos ante todos los peligros, pero eso no importará. Por eso, uno ha de optar: o por la vida o no.
Un político, que ha vivido siempre de la política, y para la política, todo lo que no sea en dirección a la política, no tendrá ningún valor. Y en la política, lo primero es conquistar el poder, lo segundo conservar ese poder. Y ya sabemos que los políticos no tienen nada de espirituales, ni quieren profundizar en psicología para comprender realmente qué es lo que somos y cómo funcionamos, para solucionar los problemas. Lo políticos son superficiales, porque juegan a la superficialidad. No les interesa profundizar en la vida, porque eso acabaría con ellos.
La meditación es, ver todo el proceso del pensamiento, desde que nace una onda mental hasta que llega al fin y se termina, sin querer cambiarla ni rechazarla ni huir de ella. Solamente mirarla atentamente. Y entonces, al no haber división entre lo que es, lo que está sucediendo, la realidad, y lo que yo quiero, no puede haber conflicto, sino el fluir de la vida en todo su esplendor.
La vida es sufrimiento es dolor, porque somos conscientes de ellos. Y como también sabemos lo que es vivir sin sufrimiento, es cuando aparece el miedo de que ese sufrimiento vuelva y se repita. Y, entonces es cuando el deseo se pone a trabajar para que eso que me ha dejado en la amargura, no vuelva a suceder. Pero, como eso no es posible, es cuando entramos en el círculo de la acción y la reacción, que nos lleva a eso mismo que queremos eludir. Es como si la medicina, que tomamos para curarnos nos enfermara a la vez.
Por lo que, uno tiene que ver que el sufrimiento y el dolor siempre estarán ahí, no puedo huir de ellos, ni cambiarlo por nada. Entonces, cuando me doy cuenta que haga lo que haga me van a dejar en el mismo lugar, es cuando no hago nada. Y es desde esa nada, que es la atención total, cuando la inteligencia empieza operar dando a todo sentido, para ir más allá del sufrimiento y el dolor.
Para John Lanchester, novela la burbuja inmobiliaria en ‘Capital’.
He leído tu entrevista en el diario de ayer… Gracias.
La crisis actual es como la anterior y será como la posterior. Porque, el paradigma egoísta de vivir, siempre es el mismo. El mismo paradigma de los pobres, de la clase media, es igual al de los ricos y los más ricos. Todos somos corruptos, aunque sea a un nivel diferente. Nada más hace falte saber cómo funcionamos, los que trabajan por su cuenta no quieren hacer facturas que incluya el IVA, los que trabajan para el gobierno la mayoría no cumplen los horarios, trabajan con incompetencia e indolencia, los que trabajan para empresas del sector privado, si pueden hacen lo mismo. Además de toda la actitud a la hora de sacar beneficios, a costa de perjudicar a los otros, los demás, en cualquier ámbito.
Y, claro, esas personas -que también son corruptas- son las que tienen que votar para elegir a los que tienen que mandar, para solucionar los problemas y dirigirlos. ¿Qué puede salir de esta manera de proceder, de vivir, de encarar la vida? Por eso, es que siempre es más de lo mismo: una crisis enfría el derroche y el despilfarro en el que vivimos, pero cuando esa crisis está en baja intensidad, todo vuelve a funcionar de manera para que vuelva a estallar otra crisis. ¿Dónde está la solución a todo este paradigma de la corrupción humana?
No hay una solución global, sino más bien se trata de que uno vea por sí mismo por qué es que acepta, tolera, vivir corruptamente. Porque si uno no lo ve, por mucho que le digan cómo ha de vivir, no lo hará. Porque lo que tenemos dentro es más poderoso y fuerte que lo de fuera, ya que se impone a lo exterior, a la norma, a la ley y los preceptos gubernamentales. Así que todo el problema es de uno y lo que haga con su manera de vivir, pues nadie le va ayudar, no espere que los demás le acompañen en el viaje de dejar y descartar la vida corrupta y desordenada.