Sigue la horterada con esos zapatos, y el cinturón excesivamente recargado.. Lo demás bien,
Si te quedas con el rol de mujer -como se quedan algunos hombres del suyo y caen en el machismo-, entonces solamente estás viviendo en un fragmento de la totalidad de la vida. Para vivir totalmente, no ha de haber identificación con nada. Pues, toda identificación -por noble y buena que parezca- nos divide de los demás, provocando todos los enfrentamientos y los malos rollos, malas historias -situaciones- entre las personas.
Hola, buenos días mundo. Buenos días a toda la humanidad, sin exclusión ninguna. Tanto a las mujeres, como los hombres, los homosexuales y lesbianas, a las prostitutas, los que viven al margen de todo, a los ladrones y delincuentes, a los ricos y poderosos, a los heterosexuales, a los que trabajan como no, etc. Pues, todos somos iguales, pasamos por lo mismo: soledad, miedo, angustia, alegría, dolor y sufrimiento.
El que es honrado o no, sólo lo sabe él. Los demás saben bien poco al detalle de nosotros.
Psicológicamente, tanto el pasado, el presente, como el futuro, son un impedimento para que llegue lo nuevo, lo que no tiene nada que ver con la división y el desorden. Para que el futuro se adecuado, uno tiene que olvidarse de él, y también del pasado, y del presente que es el puente entre el pasado y el futuro. De manera que nos podamos encarar con los retos vacíos, sin nada que se interponga como el ayer, hoy o mañana.
Fuimos a pasar el mes de agosto, a casa de la madre de una amiga, con la que compartíamos una hija, aunque todavía no había nacido. La casa era un chalet en la misma cúspide de una alta montaña. Teníamos que subir uno diez kilómetros por una estrecha carretera, entre pinares. Y, después de pasar por una urbanización privada y algunas casas desparramadas, curvas y más curvas, con sus pendientes, se llegaba a uno de los lomos de la montaña, que era un cerro entre cerros que eran paralelos o perpendiculares. Allí arriba, había una masía con su calor humano. Y enfrente de ella, habían construido una calle, con aceras, con los transformadores eléctricos junto a la puerta de entrada a la parcela donde se ubicaba el chalet. El lugar era completamente salvaje, aunque la calle, las aceras, las farolas, las piscinas, las casas y chalets le daban un aire urbano.
Cuando uno estuvo allí, disfrutaba de la belleza de los pinos, de los árboles, los pájaros, del silencio, del tórrido sol de agosto cerca del mar Mediterráneo, que se veía en cuanto apenas a lo lejos. Pero, no nos dábamos cuenta que estábamos en una ratonera, pues los incendios eran frecuentes en esas fechas tórridas del verano, como así sucedió en otros lugares cercanos, donde el fuego llegaba a quemar y destruir a las casas. Pues, casi todos los chalets tenían pinos junto a ellos, que los rodeaban. Es decir, si el fuego llegaba desde abajo, sólo había una carretera, que era la calle para subir y bajar, todo lo demás era como una selva de pinos.
Debajo de la casa, en la parte trasera ya que estaba construida en una pendiente, había como un pequeño valle, con árboles distanciados unos de otros, todo llano, donde algunas personas tenían allí unas tiendas de campaña. Era un contraste agradable el ver un claro donde los pinos no lo invadían, donde todo el panorama monótono de los pinares no predominaba. Los árboles tenían un verde más claro, parecían más débiles y frágiles que los pinos. Cada pino transmitía su sequedad, su austeridad, su rudeza y fortaleza en el tronco y en las ramas. Los otros árboles eran suaves, sus troncos y la piel más delicada y fina. A los pinos los atacaban unos gusanos, que en cualquier lugar, en cualquier rama, hacían un capullo grande donde se reproducían, debilitándolos, enfermándolos hasta llegar a matarlos.
Las personas que vivíamos allí ninguna pensaba en esa posibilidad, vivíamos absortos en lo que teníamos entre manos: en molestarnos lo menos posible. Pues, el campo aunque es tan grande y extenso, al estar deshabitado la relación con los que convives es muy intensa. Además en esos días muchas parcelas, aunque estaban cerradas con vallas, aún no habían construido el chalet o la casa, por lo que no había nadie allí.
Todos los días temprano, cuando el sol empezaba a salir, bajábamos con el coche los diez kilómetros, hasta un pequeño pueblo, limpio y a su aire, ya en el llano, cerca del mar, para comprar pan, algo de comida y el periódico, que al dueño del chalet -un conde, abuelo de mi amiga- le enviaban cada día por correo a un quiosco determinado, al ser suscriptor. Era un trayecto embriagador, lleno de frescura y el olor a pino y su resina, cuando todo empezaba a funcionar una vez más, un nuevo día. Luego al volver a subir, la belleza seguía ahí con su suavidad matinal, habiendo ya los movimientos de las personas y sus actividades.
El día lo pasábamos leyendo, sentados a la sombra, debajo de los árboles, hablando. Cierto día, por la tarde, uno cogió un libro que había en un estante junto a otros, del fraile Francisco de Asís, y empezó a leerlo. Y le dijo a la hija del dueño del chalet, qué le parecía la actitud de ese santo, que todo lo daba. La mujer de mediana edad, se sintió acorralada y empezó a defenderse, alzando la voz, de tal manera que su padre, viejo y sordo, que permanecía siempre en su habitación, salió asustado y sorprendido de ella y le preguntó alarmado a su hija: ‘¿Teresa, qué sucede?’. ‘¿No pasa nada papá?’, respondió la abuela que esperaba a un nuevo nieto del que uno era el padre.
Decir a una persona que la amamos, es retórica, son sólo palabras. Porque, ese momento que lo decimos, al segundo siguiente ya está muerto, al convertirse en pasado. Habríamos de decir: si puedo, si las circunstancias me dejan, te amaré. Pero, como vivimos de las mentiras, de los engaños, vivimos en la superficialidad y banalidad, no dudamos de decir toda clase de tonterías.
Señora, Bego, eso nos pasa a todos, no solamente a las mujeres. ¿Por qué buscáis y queréis un trato de favor? Eso es corrupción e inmoralidad, pues todos somos iguales, pasamos por lo mismo: sufrimos, amamos, reímos, lloramos, y tenemos miedo.
Bego. Eso mismo quieren también los hombres -si es que ello fuera posible-. Hemos de atenernos a los hechos, como son y no como me gustaría que fueran. ¿Es posible eso que queremos y deseamos? Cada cual lo ha de descubrir él solo, encarándose con la realidad, sin huir ni querer cambiarla, simplemente mirar, observar con toda la atención, completamente. Y verás que pasa. Pues, si eres afortunada y sensible, esa atención total te contará el secreto de la vida, del porqué de las cosas que suceden.
Nadie sabe lo que puede suceder. Así que hay que encarase con los retos, que son los hechos, y no inventar lo que nos gustaría que fuera.