El cuerpo es una consecuencia de la conciencia, de la percepción. Pues, si no hay conciencia ni percepción, no hay nada,
El cuerpo tiene su inteligencia propia. El problema está cuando nos inmiscuimos en él, lo obligamos y forzamos, porque entonces nos dividimos de la realidad, de la verdad. Y si hay división, con su conflicto, sólo hay fealdad, dolor, nada espiritual. ¿No vemos lo feos que nos ponemos cuando tenemos un conflicto?
La cuestión es, ¿qué sucede cuando las sonrisas desaparecen? Hemos de ser realistas y ver todo el grandioso y vasto panorama de la realidad, y no quedarnos en un fragmento.
¿Por qué nos preocupamos de lo que dicen los demás de nosotros? Todos hablamos de todos, es la costumbre, el condicionamiento. Y también es el condicionamiento hacer caso de lo que dicen y responderles, Si no les hacemos ningún caso y nos olvidamos de ellos, no proseguirán. Pues, ellos esperan la réplica, para hacer la contrarréplica, en ese juego que tanto nos gusta.
Todos podemos ser dulces o amargos, dependiendo de lo que nos pasa, o lo que nos han hecho. En cada reto nos podernos descubrir realmente como somos. Y para eso la relación con las personas es la prueba, pues una buena o mala relación con ellas, nos indicará realmente cómo funcionamos, cómo somos.
¿Por qué queremos lo que no es posible? Para saber si es posible que los demás hagan algo que les exigimos, primero hay que vivirlo nosotros. Y seguro que si lo probamos nosotros, ya sea porque le hemos vivido o lo comprendemos, no exigiríamos a los demás que tengan comportamientos irreales.
Si hacemos de la vida un campo de batalla, tendremos que hacer la guerra, como los guerreros. Eso quiere decir lo peor del ser humano, aunque no usemos pistolas ni echemos bombas. De cada cual depende el que su vida sea así o no. El que quiere una cosa, siempre encontrará una explicación, justificación, cobertura, y el que no quiere también le sucede lo mismo. Al menos lo hemos de saber, ser conscientes de ello, que hay dos posibilidades: hacer la guerra o no.
Yo sé muy bien lo que quiero. Pero la vida sabe lo que necesito. Porque la vida es verdadera. Y dios, los dioses, son un invento nuestro. Y como nosotros son imperfectos. La vida es ella misma, autónoma de lo que las personas queramos o no.
No hay nada imposible, dentro de lo posible. Pues no podemos dejar de estar solos internamente, de ser niños y jóvenes dependientes, de sufrir, de ser felices algunos momentos, no podemos detener el tiempo, ni que pasen los años y envejecer, hacernos decrépitos y morir. Y en todo eso está la belleza de la vida, ver que es una totalidad, en la que todo está relacionado.
Cuando hacemos algo para los otros, si esperamos resultados favorables para nosotros, entonces eso se convierte en un negocio. Cuando hacemos algo par los otros, sin ningún interés, sin esperar nada a cambio, los resultados están ahí aunque nadie los pueda ver.
¿Estamos seguros de que los dioses nos pueden ayudar a resolver nuestros problemas? Me temo que no. Porque los dioses los hemos inventado nosotros. Ellos son nuestra proyección mental, condicionada por el miedo, desde hace un millón de años. Y todo lo que las personas hacemos e inventamos, es el resultado de la impotencia, de la pequeñez, de la ignorancia, de la huida de la realidad que no nos gusta -nacer, crecer, envejecer y morir, con algunos momentos de felicidad, con el sufrimiento-. Y por esa impotencia, es que inventamos el más allá, los dioses, el paraíso, el cielo, la reencarnación, otros planos mentales, los maestros y salvadores, los que dicen que saben, los gurús. Pero todo eso no son hechos, son no hechos. Pero, a nosotros nos gusta vivir con los no hechos. Aunque los problemas sigan destrozándonos, destruyéndonos unos a otros, ya sean en peleas, en conflictos, con violencia, en las matanzas de las guerras.
Así que estamos solos con los hechos: somos nosotros los únicos que tenemos que resolver los problemas. Y eso se hace encarándolos cara a cara, sin miedo a los resultados. Para que así llegue el orden -el fin de la división y el conflicto- y la compasión y el amor puedan ser.
El miedo a la soledad, puede hacer que sucedan cosas que parecen extraordinarias. ¿Una de ellas puede ser el amor?
Habrá que demostrarlo con hechos. No decirlo ni airearlo, pues a nosotros no nos interesan las opiniones, ni lo que haga cada cual.
Cada cual tiene que descubrir si eso que lleva entre manos es verdadero amor, o un negocio del tú me das, yo te doy. Pues el amor es lo más radical y peligroso, donde a cada paso que damos lo podemos perder todo, para ganar todo también.
Para que nos amen, hemos de amar. Y si es así, hagamos lo que hagamos va a ser lo correcto, ya sea que riamos, lloremos, estemos alegres o tristes.
Para ser libre, no hay que depender de nadie ni de nada. Pues todo lo que es, puede desaparecer, va desaparecer, incluso nosotros. Y toda dependencia, nos esclaviza, estamos dominados por ella. Eso no quiere decir que hay que vivir apartado en una cueva, en el campo, o encerrado en el apartamento, pues el vivir con alguien no implica que haya dependencia. La posibilidad de ser dependientes, siempre está ahí, porque es una reacción interna de miedo. Y cuando tenemos miedo nos agarramos, nos aferramos a lo que sea, con tal de huir del miedo.
Si hay inteligencia, siempre hay belleza. Pues la belleza es armonía, ausencia de conflicto con su fealdad, ausencia de contradicciones, batallas para defender y atracar.
Cada uno que haga lo que quiera, esa es su libertad. Hay unos que no quieren hacer ningún daño y por eso se abstienen de matar animales para comer. Es preciso siempre hacer algún daño a la vida, comer vegetales es matarlos también. Pero eso marca la diferencia entre uno que come carne o no. En la raíz está una actitud moral ante la vida. Solamente es eso.
Y si profundizamos más, hay vida invisible a nuestros ojos que destruimos: ácaros, etc., que están en los asientos, en la ropa, en nuestra piel. Y a todos esos los matamos al sentarnos, al movernos, al lavar la ropa, al rascarnos. Pero, lo que marca la diferencia es dónde queremos ir a parar: si estamos a favor de la vida –incluida la nuestra- o somos indiferentes, indolentes, insensibles a ella.