No descargamos la responsabilidad en los otros, cuando esa responsabilidad es de nosotros. Dios no dice nada, ni hace nada, somos nosotros cada cual que creemos en él, que hemos hecho de él un vulgar invento. Y todos los inventos que hacemos los hombres, son para conseguir una ganancia, es decir por egoísmo.
No importa con quién vivamos, o vivamos solos, dónde estemos. Lo importante es, cómo lo hacemos, si tenemos abundante amor, que es la compasión operando, ya nada importa.
Lo real y verdadero no es lo que se dice, se intenta describir o narrar. Por tanto, si decimos que atraemos a lo negativo o lo positivo porque nosotros lo somos o no. Por eses mismo paradigma, como el ser humano está en todas partes, participando de todo –del bien y del mal, lo positivo y lo negativo-, eso no se puede controlar.
Si viéramos a la tierra desde otro planeta, veríamos que solamente hay terrícolas, seres humanos, y no notaríamos ninguna diferencia destacable entre ellos. Sería como ver un gran gallinero con su orden natural que está más allá de los que viven allí.
Los deseos son incesantes y pueden ser un torrente impetuoso. Por eso, hay que verlos y vivir con ellos, jugar, sin querer cambiarlos, sin huir de ellos. Si lo hacemos así, no habrá división en nosotros ni conflicto, y entonces todo lo que hagamos será lo perfecto, lo ordenado, la armonía.
¿Podemos dominarnos en la cama cuando estamos dormidos, es ello posible? De noche, con el silencio y la quietud, todo lo que hay en la mente aflora. Si durante el día no hemos concluido lo que teníamos entre manos, o hemos hecho algo indebido o incorrecto, eso va a salir para que sea resuelto, comprendido y desechado.
El amor todo lo puede, es lo nuevo, lo que nunca había sido pensado. Somos nosotros, con nuestras ideas y teorías, los prejuicios y perjuicios, los que lo estropeamos el amor –si es que eso puede ser-, haciéndonos feos, antiguos, carcas, insoportables, siempre listos para el enfrentamiento y la contienda. El amor no tiene ley ni la conoce, solamente ama –incluso a la ley si es conveniente porque procede-.
Sólo dentro de nosotros está escrita toda la historia de lo que hemos sido y lo que somos. Y ese libro solamente lo puede leer cada cual.
Si pedimos cómo nos tienen que amar, entonces no va a ser posible que nos amen. Porque habremos convertido el amor en un negocio, con los otros.
El amor es sin condiciones. Hasta en el amor queremos ser egoístas. Eso es porque tenemos miedo, vivimos temerosamente. Por eso, el amor nunca está con nosotros. El amor no es miedo, no lo conoce, por eso es lo más peligroso que hay. La seguridad y el amor no pueden ir juntos. El amor es la absoluta y total inseguridad. Y ahí está la verdadera seguridad.
La ilusión cree que podemos ser ayudados psicológicamente, espiritualmente, por otro –un maestro, un gurú, un mesías, etc.-, pero eso no puede ser. Pues es solo uno, de primera mano, el que tiene que ver dónde está lo verdadero, al descartar lo falso. Si no, uno se convierte en un seguidor, repetidor de segunda mano, vive con lo viejo y conocido, lo repetitivo. Cuando el amor siempre es lo nuevo.
Nos merecemos todo lo que nos llega y nos dan. Pero hay que ser muy religioso para aceptarlo sin amargura, ni alegría con su vanidad y la algarabía.
Cuando nos damos cuenta que el observador es lo observado, tú eres yo, y yo soy tú, ¿qué sentido tiene juzgar?
A la vida en realidad no le importa nada lo que hagamos o no. Eso es cosa de cada cual. Nosotros somos como granos de arena –o moléculas, o energía- en un mar infinito que es el universo.
Al miedo no se le vence con coraje, sino con amor. Y el amor no huye ni quiere nada, solamente comprende.
El tiempo psicológico es otra ilusión más Si no miramos al pasado ni al futuro, el tiempo no existe. Sólo hay que comprender la manera cómo funciona el pensamiento, que es el inventor del tiempo con todos los problemas.
¿Expandirse para qué, por vanidad, exhibicionismo, para ganar dinero y poder, por distracción o entretenimiento, para huir de mi estúpida vida de rutina e insatisfacción? Hay que ser muy sincero. De lo contrario seremos tan vulgares como el que más, repetitivos, condicionados.
Una de las cosas que más nos alteran, es el desorden. Este desorden puede ser motivado por uno mismo, pero también por los demás. El desorden es el conflicto de intereses en acción. Cuando uno quiere algo, los otros también lo quieren. Y entonces uno de los dos ha de perder.
Podemos llegar a un acuerdo, pero en todo acuerdo también hay una pérdida -o una ganancia-, una resignación, para poder conseguir eso que queremos. Por tanto, la vida es algo tan serio que deberíamos de estar siempre atentos a todo lo que sucede. Porque, de nosotros, y lo que hagamos, va a depender el que los otros sientan la vida como algo agradable o como algo patético e infernal.
Cuando estamos en el trabajo, cuando hacemos algo para los demás, cocinando, ayudándoles en cualquier situación, uno ha de estar solo con eso que hace, vivir con eso, sin pensar en lo que luego haremos. Para ello, hemos de comprender el deseo. El deseo lo abarca todo, cada actividad que hacemos está motivada por un deseo. Pero, es ese deseo el que nos lleva al desorden, a hacer daño a los demás. Podemos hacer buenos servicios, trabajar con eficiencia, ir por donde vivimos arriba y abajo haciendo buenas obras, reunirnos y hablar de ello, sentirse pleno y exultante por lo que hacemos, pueden reconocernos y ser halagados por todo eso que hacemos. Pero, si el deseo está ahí ávido del devenir, del más y más, entonces, nada de eso tiene sentido. Porque, el resultado será la continuidad de lo mismo, más de lo mismo de siempre, que es está manera de vivir desordenada y confusa.
Lo que cuenta es cómo viva, no lo que yo haga. Puedo estar robando y explotando, maltratando a los que viven conmigo, y luego dar dinero, o ser racista y cruel, nacionalista fanático dispuesto a llevar a cabo mi locura a costa de matar a los otros por mi nación o país. Y luego seguir con mis bien vistas obras de caridad vecinal o internacional.