Torni Segarra

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Para descubrir quién es otro, solamente hemos de descubrirnos quiénes somos nosotros. Pues, todos somos básicamente iguales en lo esencial. Cuando uno descubre y ve que el observador y la persona que observa, son lo mismo es cuando llega la comprensión de lo que somos. Y si nos comprendemos realmente, es decir, comprender cómo funciona el pensamiento, entonces es cuando comprendemos a todo el resto de la humanidad. Ya sea la persona que vive con nosotros, como el que vive a quince mil kilómetros, en la otra parte opuesta del mundo.
 
Los domingos y los días festivos, son días extraños, pues desaparecen y no vemos a nuestros compañeros de trabajo, muchos vecinos se van fuera y tampoco los vemos. Pero donde es más impactante es en una gran ciudad, donde el centro comercial –las tiendas, los restaurantes, los bares, despachos y oficinas- queda deshabitado. Y solamente se ve gente extraña al lugar –algunos turistas, pobres pedigüeños, personas raras y huidizas capaces de soportar esa soledad tan sorprendente-. Solamente al finalizar el día, al llegar la noche, sus habitantes vuelven de la excursión dominguera y toman las calles céntricas.
 
Eso mismo también se puede aplicar a las mujeres. ¿Por qué queremos presentar solamente a las mujeres como víctimas, cuando también pueden ser verdugos?
 
Si nos quedamos nada más que con los hijos, diciendo que son lo más preciado y bello que tenemos en la vida. Entonces, les estamos haciendo daño, al educarlos inadecuadamente, diciendo que como ellos no hay nadie, cuando son exactamente igual que cualquier niño, persona. Y de ahí nacen los hijos nacionalistas, fanáticos, obsesivos, capaces daño, de hacer la guerra porque dicen que su país es el más importante, que hay que defender, etc.
 
Ser madre, mamá, es otra actividad más de la vida. Ni mejor ni peor. Es porque tenemos miedo de serlo por las responsabilidades que ser madre conlleva, que siempre estamos hablando y dándole una importancia exagerada. Hay todo un folclore de la madre hacia su hijo, que no hace nada bien a las mujeres. Pues esa actitud agravia a los padres, que también tienen la mitad de responsabilidad de que nazcan, crezcan y se hagan mayores los hijos.
 
No nos preocupemos tanto de lo que hacen o no hacen los demás hacia nosotros, pues nuestro problema real y verdadero somos nosotros y cómo resolvemos nuestros problemas, los conflictos tanto internos como externos.
 
Donde se ve claramente la relatividad del espacio físico –que está condicionado por el mental-, es cuando uno va a una pequeña isla, donde sus habitantes se han acostumbrado de manera que aunque todo esté empequeñecido –para el visitante, el advenedizo-, lo encuentran normal, sin ningún problema.
 
¿Podemos dominar el cuerpo, la palabra y la mente, o es otra ilusión más? La vida –el cuerpo, la mente y los que nos deparan-, es como un río que ha de llegar al océano y nadie ni nada lo puede dominar ni detener. El cuerpo y la mente, tienen sus necesidades, que si las queremos dominar, van a generar conflicto entre la parte que quiere dominar y la que no quiere.
Por tanto, para que no haya conflicto, ni división, hemos de ver todo lo que está sucediendo, sin tocarlo, ni querer dominarlo, ni huir de ello, solamente mirarlo, estar con ello. Y si es así, ya no hay ni división ni conflicto, solamente la percepción de lo que sucede viviendo con eso, moviéndonos con eso. Y ahí, no hay uno, alguien que domina, sino alguien que vive estando más allá de todo lo que es la vida.
 
Lo que manda no son las apariencias externas, lo que manda es lo que tenemos dentro. Aunque todos tenemos dentro lo mismo –celos, envidia, vanidad, egoísmo, odio, alegría-, según los retos que nos llegan eso que tenemos dentro va a operar. A mayor reto, mayor respuesta también. Así que nuestro trabajo es ver lo negativo y descartarlo radicalmente, para que no vaya a más, se arraigue y no lo podamos controlar ni dominar.
 
Los celos son comunes para todos, para toda la humanidad. Unos dicen que no son celosos, fingen que no tienen celos, pero eso no es cierto. Lo que ocurre es que todavía no han tenido algo de gran valor, y todo le es indiferente. Pero en el momento en que tengan algo preciado, algo que considere suyo nada más, en el momento en que alguien se acerque y puedan arrebatárselo, los celos saldrán como rayos y los truenos.
 
El no querer y el no poder, no son básicamente lo mismo. Por tanto, sea como sea si forzamos algo para que sea, eso va a generar malas consecuencias, ya que va a generar conflicto entre la parte que quiere y la que no quiere o no puede.
 
Los halagos son una mala práctica, pues son un negocio para poder conseguir un fin propuesto de antemano. El amor, no tiene nada de negocio. El amor no sabe lo que va a ocurrir después de cada acción que se haga con desprendimiento, sin deseos de cara al futuro o en el momento inmediato. Por eso, el amor es algo tan raro, porque todos queremos la seguridad al hacer algo de que va a ser beneficioso, o placentero. Pero para que el amor sea, ha de ser la nada quien esté ahí. Y con la nada no se puede jugar a adivinanzas ni prever el futuro.
 
Si nos identificamos con algo, lo que sea: una persona, una idea o teoría, un objeto, una cosa cualquiera, estamos perdidos. Porque eso con lo que estamos identificados nos está destruyendo. Pues la identificación nos divide del reto que siempre es el presente, el ahora. Eso es lo que les pasa a los que acumulan cualquier cosa con la que se identifican –ropa, objetos, libros, joyas, dinero, muebles, casas, personas-, se bloquean y colapsan, viven en desorden, porque viven solamente para eso que tienen y guardan. Y por eso, eso explota, les estalla y daña.
 
Lo que suceda después de nuestra muerte, ¿quién sabe lo que va a ser? De momento, sabemos que la muerte es el fin de toda nuestra vida, que es la conciencia que se ubica en el cuerpo. Todo lo demás son especulaciones, divagaciones, una distracción, una huida ante la realidad que nos da miedo.
La muerte es el fin del cuerpo y de todo lo que somos. ¿Qué es eso que decimos que somos? ¿No somos un montón de recuerdos, que son el pasado, y una proyección de esos recuerdos que es el futuro? Pero, cuando esos recuerdos que son el pasado y el futuro no operan, ¿verdad que no somos nada más que conciencia y percepción? Y, cuando somos conciencia y percepción, ¿verdad que no hay nada, no está el ego, el ‘yo’, que es el que dice: ‘‘yo’ me llamo Mayra, soy americana o europea, soy católica, musulmana, judía o budista, soy mujer’? Por tanto, la muerte, el fin del ‘yo’, del ego, es el fin de nosotros. Por duro y extraño que nos pueda parecer, nacemos, vivimos y morimos como los animales, nos sucede como a ellos –aunque estemos más desarrollados mentalmente-. ¿Dónde van los animales que mueren, que matamos para alimentarnos, para hacernos compañía, para ayudarnos a divertirnos o en los trabajos?