Todo lo que somos dentro –sentimientos, deseos, pasión, tristeza, amargura, alegría-, no hace falta que los exhibamos. Pues ello, que es energía, se transmite rápida y velozmente, por lo que los demás –si es que tienen sensibilidad para poder ver- lo captan y perciben con nuestra presencia, y también en la ausencia.
El ejercicio físico y psíquico, tiene sus límites. Lo difícil es lograr el justo término que cada cual necesitamos, sin deteriorarnos, tanto por exceso, como por defecto.
La palabra viene después de lo que ya hemos experimentado internamente, ya sea un sentimiento, una pasión, un miedo, un dolor, el acercamiento o el rechazo. Por eso, las palabras no son lo real, porque ya son viejas, son el pasado, ya no es lo que ellas quieren expresar. Primero, está la conciencia, que percibe y ve, luego llega el pensamiento que dice: esto me gusta y me quedo con ello, esto otro me disgusta y lo rechazo. Por lo que, nos dividimos de eso que estamos viendo. Pero, luego el pensamiento dice: no puedo rechazar lo que dicen que es bueno. Por lo que se divide y entra en conflicto, al querer ajustarse a un patrón ya establecido.
Pero cuando vemos toda esta manera de operar de la mente, sin tocarlo ni querer cambiarlo, ni huir de ello, entonces no hay división ni conflicto alguno. Y es en ese suelo donde el amor puede ser, florecer.
Ashton Kutcher, se ha olvidado de añadir a todo lo dicho, que para que triunfe alguien, para que se haga rico y famoso, tiene que aprovecharse y explotar a millones de personas que ayudan para que el rico y famoso lo sea: las criadas, los porteros, los que se dedican a cultivar los alimentos, los carniceros, los repartidores y distribuidores, los carteros, los albañiles y carpinteros que construyen las casas, con los electricistas, los empleados de la limpieza, los vendedores de ropa y zapatos, los que fabrican los coches, las cocinas y frigoríficos, las estufas, los jardineros, etc. Sin todos ellos, que son pagados con sueldos de miseria, y muchos miles y miles más, nadie sería famoso ni rico. Siempre ha sido así: unos roban de manera que parece que no lo sea –el establishment lo tolera y consiente porque le conviene e interesa-, y los otros lo han de aceptar si quieren trabajar para ganar dinero.
Eso donde se ve muy claramente es en los países poderosos, expansionistas, que se apoderan de los países más débiles, vendiéndoles armamento bélico, toda clase de máquinas, etc., a un precio que tienen que empeñarse e hipotecar su libertad. Pero, los productos y materias primas de esos países son comprados, por los países ricos, a precios muy bajos, lo que hace que prosigan en la pobreza y el subdesarrollo.
O sea, que nadie de los que triunfan y enriquecen, son tan importantes ni por ellos mismos. Prueba de ello, es que dicen que se han de esforzar. Pero, cuando uno hace algo que quiere de verdad y disfruta de ello, ¿hay lugar para el esfuerzo? Lo que quiere decir que viven amargados, en contradicción, esforzándose para ser felices. Pero la felicidad es sin esfuerzo alguno. Al revés, dónde hay esfuerzo y sufrimiento, dolor, la felicidad no puede ser.
La maldad, el hacer daño a otros, no es solamente la agresión física, hay muchas posibilidades: ser injusto ante la verdad diciendo mentiras y falsedades, prepotente, con un gesto, una pose física, y con la brutalidad y la crueldad que les demos a las palabras.
Hay otra maldad, por lo cruel que es y que causa muertes silenciosas: el cierre de ambulatorios y servicios de salud, de algunos pueblos donde para recibir asistencia sanitaria han de recorrer largas distancias. Los que mandan dicen que es por la crisis económica. Pero esa es una de las estupideces que hacen y dicen, pues sí que tienen dinero para participar como lo hacen en las guerras. Y también se podría reducir los sueldos de los que mandan, que son los que más cobran. Pero, su insensibilidad e indolencia, que les ciega su vida devoradora de todo –pues aunque tengan millones no tienen bastante-, hace que no puedan percibir ni ser conscientes de manera para no provocar ni hacer el daño que hacen a los demás, precisamente a los más débiles y vulnerables.
La vida es la que es, y eso no lo podemos cambiar, por eso hemos de asumir nuestro destino –en esencia todos son iguales-. Y vivir la vida, yendo más allá de muestro destino y lo que nos depara.
Nos hemos creado más obligaciones de las que realmente tenemos. Por eso, hemos de ver y darnos cuenta, comprender nuestro condicionamiento. Sólo tenemos una obligación: ser libres. Pues sin libertad no hay comprensión de la realidad, de cómo funciona la vida. Sin libertad no puede haber inteligencia. Y sin inteligencia, tampoco hay amor.
La realdad es como es, y nosotros somos esa realidad: somos egoístas, incapaces de mostrar piedad ante el sufrimiento de los demás, ya seamos reyes, ricos poderosos, o simples personas normales como cualquiera, ya seamos jóvenes o viejos. Así que, siendo así como somos, ¿qué cabe esperar de las personas? Todo trato y relación, es un contrato no escrito, un negocio, que nadie quiere perder. Porque perder lleva implícito la posibilidad de sufrir, de morir.
Lo primero que hay que saber, es que el psicólogo es una persona como todas, en manos de la vida y su destino. Por lo que, está sometido al mismo condicionamiento que todos tenemos: miedo a la inseguridad, a la enfermedad, al dolor, a la muerte, y por eso es que somos egoístas.
Así que, en la medida que el psicólogo se comprenda –su condicionamiento-, comprenda cómo funciona la vida, será algo útil para poder ayudar a resolver los problemas de los demás.
Aunque hay otros psicólogos, que trabajan, usando sus conocimientos, para condicionar aún más a las personas vulnerables, para que no tengan problemas en sus actividades inmorales, a la hora de participar en las guerras, que los hacen brutales y crueles asesinos.
Las personas no tenemos tiempo para reflexionar, para conocer lo que es la vida, nos hemos acostumbrado a la diversión y la fiesta. Y de esto llega el desorden y la confusión. Es decir, somos insensibles al dolor de los demás. Y por eso, nos da miedo la introspección, vernos realmente como somos, Así que nos hemos convertido en adictos de una manera de vivir cruel, indiferente a todo lo que no nos proporcione placer. Por eso las masacres de las guerras, y su bestialidad, siempre están ahí.
Es más complicado todavía, pues sin hacer la guerra no podemos seguir viviendo como lo hacemos ahora en la actualidad, ya que nuestra manera de vivir se basa en el agravio, el robo, la mentira y la falsedad, el derroche y el despilfarro, mientras otros son marginados, ya que no pueden vivir de esa manera, aunque sí que lo quieren y desean. Por lo que el círculo se cierra, sin salida alguna, hasta que uno si es afortunado y sensible, se da cuenta y lo descarta todo radicalmente.