Torni Segarra

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Para Daniel Marguerat, doctor en Teología, estudioso del Juicio Final. Profesor de la Universidad de Lausana.
Ayer leí tu entrevista, las informaciones, los comentarios, etc., que publicó el diario… Gracias.
¿Por qué es que mencionas la palabra dios, así como los textos que llamáis sagrados, lo que dijeron los personajes que salen allí, si todo eso nos condiciona y actúa de impedimento para discernir, para ver la verdad y la realidad de las cosas? Todo eso no sirve de nada para tener la capacidad y la claridad mental capaz de llegar a la raíz de la verdad. Ya que toda esa repetición incesante, de lo que se dice que dijeron, fuera una verdad incuestionable, es el condicionamiento que obstruye la inteligencia, que se manifiesta en el presente, en el ahora.
Dios, es un invento nuestro. Por tanto, hecho a nuestra manera imperfecta, incompleta. Por tanto, hablar de dios es una cosa vana, es especular. Y si dios, es un invento, todo lo que va tras él: el juicio final, el cielo, el infierno, los castigos, tampoco tiene sentido ni lógica ni valor.
La palabra clave es el amor. ¿Se puede concebir a dios sin que sea el campeón del amor, todo él amor? Entonces, si dios es todo amor, ¿cómo iba a condenar a las personas eternamente al infierno, para hacerles algún mal, para hacerles sufrir? ¿Ves cómo todo es un sinsentido, una narración con su trama que parece perfecta, como una gran obra, una novela?
Para que venga lo nuevo, hemos de morir a lo viejo y repetitivo. Y eso que es lo nuevo, es la inteligencia, el amor.
 
¿Inventarnos a nosotros mismos, no es lo mismo que encontrarnos a nosotros mismos? Porque la vida es un encuentro con la suerte o con la desgracias que nos tocan. Unos dirán que esas desgracias no las merecemos por vivir de la manera que lo hemos hecho y lo hacemos. Otros dirán que todo es cuestión de suerte en la vida, al margen de lo que seamos y cómo vivamos.
La suerte está ahí y juega su papel, influye, pero uno puede ir más allá de este drama de la vida, vivirlo sin que nos destroce ni nos convierta en unos amargados o neuróticos.
 
Creer en algo, no garantiza su existencia. Por eso toda creencia,  es vivir en lo irreal, en las ilusiones, en el error. Todos los conflictos, las violencias, las crueldades, las guerras, tienen en su raíz, las creencias. Yo creo que mi idea es mejor que la tuya, que va a solucionar nuestros problemas, por eso –como te considero un tonto por no creer en mi idea o teoría- te la impongo por la fuerza. Y como tú no quieres mi idea, pues también tienes otra, la defiendes, entramos en cofrecito, nos destrozamos haciendo la guerra.
Todo lo que decimos, como lo contrario, se puede negar o afirmar infinitamente. Por lo que todo eso, se convierte en una especulación, una huida, un entretenimiento. Pues lo real y verdadero, es esa división interna, que genera el conflicto y todos los problemas, al salir afuera, al exteriorizarse en cada acto de nuestra vida cotidiana.
Ese es el reto de nuestras vidas: ver y comprender cómo funciona nuestro pensamiento, de manera que veamos que esa división y fragmentación interna, es la causa y el origen de todos nuestros problemas, miserias y dramas. Verlo, si es que somos afortunados y sensibles, de manera que ese ver sea la misma acción liberadora.
 
Las ilusiones y fantasías, funcionan en la poesía y sus delirios, pero en la realidad nos hemos de atener a los hechos. Inventar cosas irreales, ¿no es una pérdida de tiempo? Si a alguien se le muere un hijo, un gran amigo, puedo decir que ellos viven en mí. Pero eso, ¿qué sentido real y verdadero tiene cuando tenemos que encarar la vida en el presente, en el ahora, porque la vida siempre es ahora, y su reto que está ardiendo?
 
Si tenemos amor, todo lo que hagamos será adecuado, no importa lo que sea, ya sea bien visto o no, guste o no guste a los demás. Y esa acción que es amor, traerá su orden ya sea que nos guste o no.
 
Cuando el dar se convierte en una rutina y repetición, va a generar desorden y confusión. El dar, para que sea verdadero, ha de ser lo nuevo. Y ahí en lo nuevo, es donde está toda la energía necesaria para que el dar y el recibir sea la dicha que genera el orden y el amor.
 
El mundo y las personas siempre han sido igual que ahora. Lo que sucede es que según en la época en que nos toca vivir, si no hay pobreza, catástrofes mundiales, hambrunas generalizadas, grandes guerras horribles, que nos afectan, se derrocha en el vestir, en los caprichos para satisfacer nuestra vanidad y el exhibicionismo que lo acompaña. Pensar siempre en el cuerpo, en la ropa y la imagen, es cosa de personas superficiales, banales, incultas, crueles e insensibles.
 
Para que todo salga bien, hemos de estar más allá del bien y del mal. Porque nunca puede ser todo bien ni todo mal. La vida es una mezcla de ambos. Pues la vida abarca y engloba al bien y al mal, que son un concepto, una idea, que lo hemos recargado y le damos mucho valor.
Pues, cuando estamos viviendo el hecho en sí, nos movemos totalmente con la vida, no hay bien ni mal, sólo el hecho que está sucediendo. Es luego, cuando el hecho ya ha pasado, que el pensamiento recuerda y dice: eso que ha sucedido, que he hecho o que me han hecho, estuvo mal o estuvo bien. Pero eso, ya no tiene ningún valor porque no se puede cambiar.
 
La belleza es estar libre de división y conflicto interno.
 
La alegría llega cuando todos los problemas no son, han desaparecido, cuando el tiempo como el pasado, el presente, el futuro, no existen. Esa alegría, que es amor, no se puede defender ni conquistar, ella y su fragancia llegan caprichosamente.
 
Todo lo que hacemos, allá donde vamos, va afectar a todo, a toda la humanidad. Por eso, es que hemos de estar siempre atentos –no distraídos- para poder ver lo negativo y descartarlo.
 
El pasado es lo que está muerto. Y ese pasado ya no cuenta, a menos que nosotros, el pensamiento, lo traiga otra vez al presente. Pero como la vida, la mente, nosotros, somos ingobernables, no podemos huir ni reprimir lo que nos trae el pensamiento, pues provocaríamos conflicto. Y el conflicto es el pasado, que elige lo que está bien o está mal, por lo que se encierra en esa trampa del tiempo psicológico que es el pasado. Así que el fin del conflicto, es el fin del tiempo psicológico, ya sea el pasado, el presente, el futuro.