Así de valiosa como se crea una mujer, así mismo es el hombre. Porque ambos son exactamente iguales en lo esencial psicológicamente.
Cuando las drogas operan, es cuando más tonterías hacemos. Cuando uno está drogado, hace lo mismo que cuando no lo está, solamente que lo hace todo más exagerado.
Para tener cicatrices en el alma no hace falta vivir intensamente. Pues el mismo hecho de vivir, sea como sea, genera los problemas para que haya heridas, tanto en lo físico, como en lo psicológico.
¿Por qué no vemos y comprendemos que todo lo que es el otro, lo es uno también? Todos participamos del mismo paradigma del miedo, por lo que todos hacemos lo mismo para responder a esa llamada del miedo: defender y atacar. ¿Podría alguien que no tiene miedo atacar o defenderse? Atacar y defenderse, ¿por qué, por la imagen ficticia que nos hemos creado? O sea, que la lastimada es la imagen de guapa o de guapo, de cool, de inteligente, de rico, de colombiano, venezolano o europeo, etc. Y, eso mismo es lo que hacen los que nos atacan, defender su imagen como lo hacemos nosotros.
Pero, si no tenemos ninguna imagen de nosotros, ¿cómo nos podrán hacer algún daño? ¿Cómo podremos hacer nosotros algún daño?
Ahora se miente como antes. Lo que sucede es que al haber más millones de personas en el mundo, con sus aparatos y máquinas –aviones, coches, cines, televisión, radio, diarios, ordenadores, móviles, etc.-, las mentiras son más y circulan más deprisa. Pues al incrementarse la actividad –los negocios, las disputas, los conflictos y enfrentamientos-, también se incrementan las mentiras y las falsedades.
Siempre somos los mismos, desde hace un millón de años, participando del mismo paradigma del miedo a todo: a la soledad, a perder lo que tenemos, a la enfermedad, al nacionalismo que tenemos como vecino -sea grande o pequeño-, a la muerte, a no ser nada, miedo al futuro, al presente y también del pasado. Y para librarnos de todo eso, creemos que diciendo mentiras todo se va a solucionar.
El amor no es una cosa del pensamiento, pues este no lo puede tocar. Sólo podemos descartar lo negativo, para que lo que quede sea lo positivo: el amor. Nada podemos saber, por eso hemos de encarar los retos negativamente, no asertivamente, para que el ‘yo’, que es el egoísmo, no pueda operar.
La gratitud es cuando nos sentimos derrotados, sabiendo que nunca vamos triunfar con nuestros deseos. Pero, esa comprensión hace que lo aceptemos sin ningún dolor.
Nos damos cuenta que nos agarramos a dios para lo que nos conviene: los que van a entrar en combate, piden a dios que sea misericordioso con ellos –pero ellos no lo son con los que van a mutilar, a matar-. Y así en todo, todos lo invocamos para nuestro propio beneficio, para que destruya a los otros que creemos que son nuestros enemigos. Sin darnos cuenta que los otros también dicen lo mismo, pues dios es infinitamente misericordioso y poderoso, todo lo puede.
Lo que quiere decir que ese dios es imposible, un sueño, es un invento de la ignorancia y el egoísmo, un escape y huida de la realidad.
Comprender a alguien –a los otros- es muy fácil. Solamente nos tenemos que comprender a nosotros mismos. Y eso que somos nosotros, es lo mismo que son ellos: egoístas, con miedo, y con deseos imposibles.
Cuando decimos algo asertiva e indiscutiblemente para describir la realidad, eso que decimos no es. Pues, la realidad, la verdad, es lo inconmensurable e indescifrable, lo que la mente ni el corazón, ni las palabras puedan decir. Por eso, cada cosa que digamos, siempre será: ’Eso no es. Eso no es. Eso no es’.
La mujer y el hombre son lo mismo. Somos con un cuerpo igual que los animales, para que la vida pueda funcionar y proseguir. Cada uno –la mujer y el hombre- son complementarios el uno del otro, pues si no, no puede haber vida. Todas esas ideas y teorías religiosas, son cuentos para embaucar y dominar a las personas.
Toda relación para que sea buena, ha de estar basada en hechos cotidianos y sostenidos, que han de hacer realidad que esa relación es buena. Y no solamente las explosiones efusivas, apasionadas, sexuales, de interés propio.
El amor es lo nuevo, sin intención alguna en ninguna dirección. Por lo que si hay premisas, obligaciones, planificación –sean las que sean-, el amor no pude ser. Por eso, el amor es lo más peligroso que hay. Y a la vez, la máxima seguridad posible.
Tanto de los momentos buenos y malos es como aprendemos. Pues para saber que algo es malo, hemos saber lo que es bueno, y al revés. Lo uno sin lo otro no puede ser, pues es el contraste, la comparación, la que crea a lo otro, que es lo contrario. Al igual como sucede con el bien y el mal.
Por lo que, quiere decir que eso de lo bueno y lo malo –el bien y el mal- no existe, es un invento nuestro. Sólo existe la acción y sus resultados, que van a provocar otros resultados, que a su vez van a provocar otros resultados, y así en un juego que no tiene fin.
La ilusión de creernos únicos, diferentes a los demás, tanto para bien como para mal, ¿es un hecho, o es lo que me gustaría que fuera, inventar otra realidad que me gusta más que la que realmente es, que lo que es? Vivir en la ilusión puede ser placentero, pero eso no tiene recorrido alguno, porque encarar la vida así es como rascar solamente en la superficie de los problemas.
Cuando vamos a dormir –solos-, y cerramos la luz, entonces llega otra dimensión diferente a la del día: estamos solos con nuestros problemas, llegan las imágenes, los recuerdos, los deseos que se vuelven fáciles y realizables, o los vemos imposibles. Y cuando nos dormimos, entonces llega otra dimensión que es la que no podemos controlar, pues la vulnerabilidad de la cama prosigue y sigue estando ahí. Solamente, lo que somos durante el día, se manifestará también durante el sueño, aunque parezca absurdo y feo, o comprensible y nos de gozo.