No h ay escapatoria para nosotros, tengamos a los dioses por compañía o no. Lo que nos tiene que llegar, lo que nos tiene que suceder, ningún dios puede evitar. Sólo uno ha de pasarlo, solo.
El correr por algo o alguien, si no es una urgencia, es una ilusión. Pues no hay nada a dónde llegar, ya que todo es infinito. La meta donde queremos llegar, está a infinitos kilómetros y no llegaremos nunca.
Si una persona todas las noches llora, es que tiene un grave problema. Vive en la ilusión por algo inalcanzable, que la perturba y la deja al borde de la enfermedad. Descartemos todo radicalmente, vivamos con lo que hay, con lo que nos toca a cada cual. Y todas esas ideas románticas, de desear algo irrealizable, llegarán a su fin.
Hay otra opción: ir a por ello, pase lo que pase, a por eso que queremos y deseamos, hasta el extremo de hacernos llorar cada día de noche en la cama. Y entonces, sabremos de primera mano qué es lo que hay de verdadero o de falso.
La verdad duele cuando descubrimos la verdad, de que vivíamos en una mentira y falsedad. Pero ese dolor deja de serlo y se convierte en alegría, libertad y gozo, por la llegada de lo nuevo, del amor.
Creernos más o creernos menos, eso es irreal, relativo. Pues a los otros eso no les sirve, ya que cada cual tiene una idea e imagen de nosotros. Y nosotros tenemos también una idea e imagen de los demás, que aunque sea irreal, con eso funcionamos.
La pregunta: ¿podemos descartar, morir, a nuestra imagen y ser realmente tal y como somos, y no como me gustaría ser?
¿Cuándo pasaremos de las princesas y príncipes, reinas, sapos, brujas, etc., y nos encaremos con la verdad de la vida cotidiana, de la real, de lo que somos, de la que cuenta? De lo contrario seguiremos siendo vulgares, superficiales, llenos de supersticiones, perdiendo el tiempo en ilusiones y desvaríos. Sin atender al presente, a lo que somos ahora de verdad. Y eso es lo más importante en la vida. Atender a lo que somos y no inventar lo que nos gustaría ser.
Aunque la vida es una batalla, y nosotros somos los guerreros, eso se puede cambiar. Primero cambiando las palabras: en vez de batalla decir división, fragmentación, conflicto interno; en vez de guerrero, decir el ‘yo’, que se quiere imponer y genera desorden. Y si empezamos por ahí, esa guerra abierta en todos los frentes, tal vez, va a desaparecer.
Es verdad que no nos hemos de acostumbrar ni aferrarnos a ninguna persona –ni a nada-, pues ese apego nos vas a causar dolor y sufrimiento. Pero, cuando tenemos la situación que nos llega algo, una persona, o algo como un empleo, algo que nos dan, es preciso vivir con ello.
Hemos de vivir con lo que hay, con lo que es la realidad, con lo que nos llega, pero siempre sabiendo que eso en un instante puede desaparecer. El dolor, es algo que nos trae la vida, no hay manera de huir de él. Por eso, cuando nos llegue el dolor, vivámoslo sin huir de él, y entonces ese dolor no es lo que creemos y pensamos que es. Ese dolor, entra dentro del gozo del vivir.
De una manera o de otra siempre estamos haciéndonos la guerra, ya sea diplomática, en las competiciones deportivas, echándonos bombas y misiles, y ahora en el ciberespacio atacando las redes de los demás. Pero, luego somos tan hipócritas, y a las vez inocentes, de decir que queremos la paz. Los que dicen mentiras siempre tienen algo de inocentes: el creer que se puede engañar a los otros, cuando en realidad es a uno mismo a quien estamos engañando.
Primera y única mentira: creer que la paz y el fin de la guerra puede llegar, sin cambiar nuestra manera de vivir corrupta e inmoral.
No hay nada más que elegir que el amor. Cuando llegamos a lo que creemos una encrucijada, solamente hemos de elegir lo que va a hacer el menor daño posible a los demás. Y en eso no hay elección, sino el ver y el actuar justo a la vez. Cuando elegimos damos paso al tiempo, que es el fragmento, la división, por donde se pierde la totalidad de la energía necesaria para responder adecuadamente al reto que nos llega.
Para que un viejo, o una vieja, tengan parejas jóvenes, han de tener mucho dinero y poder. Así que si queremos seguir sus pasos, hemos de empezar a arrasar con todo el dinero para que sea nuestro, con toda la crueldad y la brutalidad, la indiferencia al dolor de los demás, que eso conlleva.
El lenguaje es el vestido de los pensamientos, de lo que somos internamente, de lo educados o no que somos. Aunque el lenguaje con palabras, no es lo real, lo que se dice y pretendemos decir. Pues, a veces decimo que sí, queriendo decir que no. La realidad de lo que somos, no se pude describir con palabras, pues ellas surgen ya viejas, después de haber experimentado internamente cualquier situación o algo, alguna cosa. Así que, las palabras en el ámbito psicológico siempre son el pasado. Y el pasado es el lastre, la pesada carga, que nos hace viejos, repetitivos, rutinarios, llenos de fealdad, sin ninguna gracia ni belleza.
La utilidad de las palabras está en poder decir cómo me llamo, dónde vivo, etc., en el ámbito material y tecnológico.
Si ya sabemos lo que queremos, para qué hay que elegir, echando una moneda al aire. Si sale lo contrario que queremos, eso nos va a disgustar. Y si sale lo que queremos, que es lo viejo y deseado, eso no va a ser una sorpresa agradable. Lo realmente importante es lo desconocido, lo que no hemos tocado ni manoseado por la astuta mente, siempre necesitada de seguridad, de certidumbre, que es lo que nos genera el deseo, con toda su brutalidad y crueldad.
Si decimos que una cosa, algo oculto y que no sabemos, es como nosotros decimos que es, eso es inadecuado, un error. Pues el que dice que sabe, es el que no sabe. Todo no lo podemos saber, porque nosotros somos la parte, un fragmento de la totalidad. Y la parte, no puede abarcar a la totalidad.