Torni Segarra

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1. ¿Han pensado alguna vez en toda la crueldad, la brutalidad, los malos tratos, que ha recibido un caballo para poderlo montar, hacer que se siente, que obedezca, que haga malabarismos con su cuerpo?
Pues sin nada de esas torturas no los podríamos montar, explotar inhumanamente. Y lo mismo pasa con los elefantes, los osos, los perros, los leones, tigres, etc., todos los animales que amaestramos. Sin la brutalidad, la crueldad, ellos no harían lo que hacen, que es lo que nosotros queremos que hagan: aceptar que los explotemos y los maltratemos –aunque alguna vez perdemos en ese desafío, ya que nos cuesta la vida, o nos dejan malparados-.
 
2. ¿Podemos afrontar los retos de la vida de manera que nos expongamos totalmente, hasta el extremo de jugárnosla? Eso sólo puede ser cuando hemos comprendido lo que es la muerte, lo que es la vida. Que se sucede una a la otra, que son las dos caras de la misma moneda.
 
3. Hagamos lo que hagamos siempre recibiremos críticas en el sentido de que podríamos haberlo hecho mejor. Pero ese que juzga para poder saber que es lo mejor y lo peor, no tiene todos los elementos de juicio, porque eso que juzga es el pasado. Y el pasado es una cosa muerta. El que juzga se basa en datos, informaciones, en narraciones y escritos. Pero esas descripciones, narraciones, lo que se ha escrito al respecto de lo que ha sucedido, no es un hecho, no es lo real y verdadero.
Por lo que todo juicio, depende del condicionamiento del que juzga. Varios jueces juzgan, pero cada cual lo juzga con un resultado diferente a otro, que viene determinado por sus intereses que son sus condicionamientos. Ya que la verdad no se puede comprimir en una opinión, idea, un papel lleno de palabras.
Y es por eso, que al juzgar es preciso que también se haga daño a una de las dos partes, a los demás. Y eso, tampoco tiene nada de perfecto. Por lo que, también se recibirán críticas y requerimientos de haberlo podido hacer mejor.
Pero cuando nos damos cuenta que el que juzga y el juez son lo mismo, es cuando todo el conflicto entre ambos desaparece. Si una mujer critica a otra porque no cuida a su hija de una manera adecuada, cuando se pone en su lugar, y se da cuenta que ella en sus mismas circunstancias estaría obligada a hacer lo mismo, es el fin de todo juicio. Porque no hay división entre ellas, se ha experimentado eso de que el observador es lo observado, ha habido la unión entre el que es juzgado y el juez, ya que son lo mismo. Sin división ni conflicto alguno, de manera que sólo queda la compasión y el amor, es decir, la inteligencia y su orden operando.
 
4. Pero lo importante es el condicionamiento, no la forma del condicionamiento, su desarrollo, su implantación ya sea política, económica, social o religiosa.
Nosotros sólo podemos encararnos con el hecho de ese condicionamiento que no sabemos dónde está su principio, su casa primera. Pero sí que sabemos dónde está su final: verlo, comprenderlo, descartándolo yendo más allá de él.
 
5. La violencia es común a todos los seres vivientes. Ya que el paradigma es subsistir al precio que sea. Por lo que nosotros también participamos de ese patrón, aunque nos controlamos un poco. Pero cuando el reto nos desborda, nos estalla en las manos, entonces actuamos como todos, pues el dilema es tú o yo. 
 
6. El amor puede ser todo lo que decimos de él y más. Porque el amor es lo nuevo, lo que nunca nadie ha tocado.
 
7. Cuando llamamos dios, le damos sus propiedades, intenciones, etc., es lo mismo que sucede con el amor. Si lo describimos, entonces eso ya no es. A lo desconocido no se le puede encarar afirmativamente, por eso mismo que no lo conocemos, sino negativamente. Por eso, ¿qué sentido tienen hablar de dios, los dioses, nombrarlos si no lo conocemos ni lo podemos conocer? Pues la parte que somos nosotros, ¿puede abarcar a la totalidad?
Lo importante son los hechos, no las ideas y teorías, el miedo y el pavor que tenemos a la vida,  y que por eso inventamos a un dios salvador. Cuando eso no es un hecho. Ya que si fuera salvador, ¿consentiría la miseria, los millones de personas que mueren en larga agonía del hambre, consentiría los horrores de un terremoto, un tsunami, una epidemia, toda la bestialidad y el dolor de las matanzas en las guerras?
 
8. Cuando llega un hijo no conocemos el amor de nuestras vidas, sino que conocemos a alguien que seguramente estará a nuestro alrededor un largo o corto tiempo. Pero eso no quiere decir que sea el amor de nuestras vidas. Decir eso, ¿no es un atrevimiento?
Porque hablar de amor es decir mucho. Primero que nada, ¿qué es el amor? ¿Se puede describir con palabras, hay un manual que lo describa? Todos estamos relacionados estrechamente, o no, y sabemos que eso no significa que nos tengamos amor. Pues el amor no es vivir bajo el mismo techo, dormir juntos haciendo sexo, ni tener un hijo que lo vamos a manejar para alimentar nuestra vanidad, o hacer de él una inversión para el futuro. O que nos es una molestia insoportable.  
Así que, cuando mencionemos la palabra amor empecemos por saber que eso que decimos no es el amor. Es nuestro amor de diseño, que nos conviene, que hemos inventado para que encaje de la manera más cómoda en nuestras vidas. Es lo mismo que hacemos con el invento de dios, los dioses, que ellos son los que creemos que todo lo van a solucionar, y por eso, es nuestra fantasía, superstición, nuestro delirio, y consuelo de nuestra miserable vida.
 
9. Si todas las madres son como las leonas para defender a sus hijos con fiereza, entonces  están perdidos, pues esa fiereza que las otras también tienen van sufrirla ellas mismas de las demás.
¿Por qué no vemos que esa parte animal que tenemos no da los resultados que necesitamos para que la vida no sea una lucha, una guerra, de todos contra todos? Los niños, los hijos, no necesitan fiereza, necesitan paz, tranquilidad, necesitan eso que llamamos compasión y amor.