Torni Segarra

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* “Las enseñanzas religiosas sobre el «pecado» son a menudo una gran aventura al perder el punto. Estas ideas religiosas dañan la vida de las personas y obstaculizan el crecimiento personal y la verdadera espiritualidad. Estas enseñanzas tóxicas incluyen:

El pecado me hace repugnante y repugnante a los ojos de Dios.

El pecado es un comportamiento inmoral o desobediente.

Dios no me bendecirá, y me castigará porque hay pecado en mi vida.

-En el fondo soy un pecador.

-Dejado a mí mismo, complaceré los deseos pecaminosos.

-Satanás me atrae fuera.

Sólo Dios puede salvarme del pecado, ahora y más tarde.

La realidad es:

A menudo no alcanzamos a experimentar el amor, la paz, la libertad, la integridad y el bienestar que cada uno de nosotros puede experimentar y cultivar en nuestras vidas.

Desarrollamos una orientación hacia la ilusión y la falsedad: es una disminución de nuestra verdadera identidad como seres humanos buenos, hermosos y poderosos.

Cada persona está ensombrecida hasta cierto punto por un falso yo, y cuando damos expresión a ese falso yo, sembramos semillas de desarmonía en nuestro mundo.

Nuestro valor no fluctúa en función de dónde estamos en el viaje y el proceso de convertirnos plenamente en quienes realmente somos.

La transformación no es una modificación del comportamiento, sino el subproducto de un cambio fundamental y profundo en el asiento de nuestro ser más íntimo.

Experimentamos un tira y afloja entre el yo falso y el verdadero.

No nacemos malos, no nacemos buenos. Nacemos humanos, lo que significa que tenemos la capacidad para ambos.

Atribuir nuestras actitudes o acciones dañinas y destructivas a la influencia de «Satanás» o atrapados en algún tipo de «batalla espiritual» es abdicar de la responsabilidad personal.

No puedes orar o versar la Biblia por creencias, mentalidades y comportamientos profundamente arraigados en la raíz de tu falta de armonía, sufrimiento y quebrantamiento; Pero puede hacer el trabajo personal necesario para abordarlos”. Jim Palmer

TS: Nacemos y tenemos que comer. Y de ahí viene el drama. Porque para comer necesitamos la colaboración de otros -madre, padre, cuidadores, etc.-. Y los otros tienen toda clase de problemas -ganar dinero, ir a trabajar, tener buenas relaciones con los compañeros-. Por lo que, el recién nacido se convierte en otro obstáculo, para hacer lo que tenemos que hacer: vivir.

Pero resulta que ese niño que ha nacido, cuando crece tiene que vivir con el mismo paradigma con el que vivimos todos: tenemos que comer, tener un apartamento, coche, un lugar donde ir de vacaciones, comprar ropa, concedernos todos los caprichos. Y entonces, descubrimos que la vida no tiene sentido ni significado alguno. Vemos que las relaciones son egoístas, como si fuéramos pobres superficiales, internamente.

Por lo que buscamos algo que nos saque de la estupidez, del desorden, de la falta de inteligencia. Y por eso, nos entregamos a las religiones organizadas, a un maestro, un gurú, etc. Pero eso no da resultado, porque los que dicen que saben, no saben. Hablan palabras enrevesadas, ideas, teorías, sobre cuentos e historietas del pasado. Pero no les dicen la verdad: que esta vida que no nos gusta, no se puede cambiar; que no hay nadie que nos pueda cambiar. Ya que sólo cada cual, ha de ver toda la trama de la vida, del ego, del pensamiento, del ‘yo’, de la mente.

Porque todos vamos a lo mismo, a alimentar el ego con la persecución del placer -que es el pasado o el futuro- que necesita. Y mientras no se comprenda hasta la misma raíz, no habrá cambio en absoluto. Todo será un arañar en la superficie del problema, de la desdicha, de la división, del desorden, de la falta de compasión, de misericordia, de amor.

 

* «Cualquiera que sea el costo de nuestras bibliotecas, el precio es barato en comparación con el de una nación ignorante». Walter Cronkite.

Siempre ganaran los más poderosos del momento. E impondrán lo que más les interesa.